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UN LIBRO PARA ENTENDER UNA REVOLUCIÓN

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  “Tras las Barricadas. La Revolución de 1909: la Semana Gloriosa”

Antonio Cruz González

  Dice Stefan Zweig (El mundo ayer. Memorias de un europeo) “que es mucho más fácil reconstruir los hechos de una época que su atmósfera espiritual”. Efectivamente, lo que he pretendido con este libro es dar a conocer la conciencia de clase, lo que se pensaba en aquel momento, lo que era necesario para levantar las barricadas.
  Las barricadas no se levantan solas. No se levantan con adoquines. Se levantan con conciencia de clase. No se levantan con sólo motivos. Motivos para hacer una Revolución los podríamos encontrar siempre. La desigualdad, la explotación del hombre, la miseria de unos ante la riqueza de unos pocos. Las enfermedades, debidas en muchos casos al descuido, a la falta de medios; la falta de educación; es decir, objetivamente, eso que en los libros los grandes autores clásicos llaman “condiciones objetivas”, se dan circunstancias para llamar a la solidaridad, a la fraternidad de los más débiles.
  Sin embargo, si existen esas condiciones, ¿por qué no estalla la rebeldía? En el tras_las_barricadas_port.jpgrazonamiento que seguimos es bastante simple: fallan las condiciones de las personas, de los ciudadanos, es decir no hay “condiciones subjetivas”. Y una de ellas, si no la más importante, sí la más condicionante, es la conciencia de clase.
  Esas gentes que se rebelaron, y ahora abordamos el contenido del libro, la época del libro, tenían conciencia de clase. Se sabían explotados, conocían que la única forma de escapar de la guerra promovida por los banqueros, por los explotadores, es decir por la oligarquía, el ejército y la iglesia, era levantándose. Y además sabían exactamente que se levantaban no para que la guerra se terminase tan sólo, sino para cambiar la sociedad, para cambiar el mundo que les rodeaba. Para hacer una revolución social.

DIFERENTES CRITERIOS TÁCTICOS

  Las coincidencias en este fin seguían diferentes criterios tácticos, según los grupos intervinientes. Para los republicanos, la Revolución se utilizaría para llegar a una República, para acabar con la Monarquía y las oligarquías que se apoyaban en ella. Para llegar a un Estado laico.
Para los socialistas, se trataba de llegar a un socialismo sin diferencias de clases sociales, a través de un Estado, también laico, con igualdades, antes de llegar a un socialismo puro.
  Para los anarquistas, los males que oprimían al hombre partían del propio Estado y de aquellos que lo soportaban, los dogmas de la iglesia, las jerarquías militares, y la explotación del capital.
  Es decir, para llegar a estos fines, diversos según las ideologías, había que partir de una intención de cambiar el mundo, y saberlo, y eso ni más ni menos era tener conciencia de clase, que además, entre otras cosas, se basaba en no tener miedo, en atreverse a buscar el objetivo final.
Esta historia es una historia de una revolución frustada, de una revolución traicionada. De los grupos que hemos hablado, los republicanos, lerrouxistas y nacionalistas catalanes, se echaron atrás. No se atrevieron a hacer una Revolución burguesa, como la Revolución francesa. La Revolución francesa de 1789 llevó años más tarde a la Comuna, en 1871, es decir a la Revolución proletaria. Esto es lo que les dio miedo a los republicanos. Pensar que si la Revolución avanzaba, ellos podían ser las segundas víctimas. Y traicionaron la Revolución y una de las traiciones consistió en derivar los fines revolucionarios a acciones que yo llamaría de “distracción”. En efecto, casi todos los historiadores vieron que la quema de iglesias y edificios religiosos, asilos, hospicios, conventos, etc., fue realizada por los jóvenes lerrouxistas, mientras el proletariado hacía frente tras las barricadas.
  Estos dos hechos conviene analizarlos bien. La quema de iglesias y conventos se ha querido ver como una opción del “anticlericalismo”. Yo lo llamo en el libro “antieclesialismo”, ya que los clérigos, propiamente dichos, curas y monjas, no fueron perseguidos. Murieron tres, tan sólo; uno de ellos sí se puede decir que fue objeto de persecución, pero los otros dos lo fueron por las circunstancias, es decir casi accidentales, uno por asfixia al quedarse en el interior de un templo ardiendo, y otro por salir corriendo cuando llevaba encima los objetos de valor de su iglesia, y no pararse al darle el alto. El resto de los religiosos en Barcelona, y en los pueblos de Catalunya, pudo salir de las iglesias y conventos y guarecerse en casas particulares.
  Por tanto, la quema fue un fin revelador de la impotencia, más que un hecho revolucionario. Los hechos revolucionarios hubieran sido completos si se hubieran tomado los edificios oficiales, prácticamente sin resistencia, se hubieran formado comités y se hubiera proclamado la República. Al no hacerse esto, se puede decir que aquí murió la Revolución.
  Y tras hablar de la conciencia de clase, establezco otra hipótesis de los hechos: ¡que fueron revolucionarios!; no se trató de una huelga o de una insurrección alocada o desorganizada. Fue espontánea en el hecho de que el proletariado se lanzó a la calle a luchar contra la opresión, sin consignas establecidas, con la fuerza que da el luchar contra la injusticia y la explotación. Pero en esa espontaneidad no debe verse desorganización. Las barricadas, más de 500 en Barcelona, se extendieron  por toda la ciudad, por todos los barrios. Hubo una estrategia que consistió en taponar las calles estrechas del centro de la ciudad para evitar que con cañones o caballos pudieran abrirse paso. Desde lo alto de las casas de estos barrios se arrojaban piedras, macetas, etc., al paso de guardias y soldados, a falta de otro tipo de armas. Los barrios obreros estaban perfectamente defendidos. Es decir, hubo una estrategia militar de resistencia. Faltaban armas, Aquí ocurrió una ingenuidad de los revolucionarios. Pensaron que al llegar los soldados, soldados que los propios revolucionarios defendían para que no los alistaran y mandaran a la guerra de África, pensaron, pues, que iban a pasarse con sus fusiles, con sus armas, al otro lado de la barricada. Pero la conciencia de clase en los soldados no existía y la obediencia al mando fue superior a su conciencia de soldado. Esto que no sucedió en la revolución de octubre del 1917, en Rusia, con los soldados organizados en soviets, es lo que hizo que aquella Revolución fuera capaz de tomar el Palacio de Invierno y que ésta, al final, no triunfase.
  Pero el resultado final no debe limitar nuestro razonamiento. Es decir, el hecho de que esta Revolución no terminase con una proclamación de la República o con una ocupación de fábricas y cuarteles, colectivizando la producción, creando comités organizando la nueva situación, no debe cegar el razonamiento, y en vez de ver en ella un acto alocado, desmedido, ineficaz  o irresponsable, que es lo que pensaron los representantes de la oligarquía y la iglesia, hay que ver en esos hechos revolucionarios, simplemente, una derrota, pero no una falta de organización.

ESCUELA DE PENSAMIENTO ÚNICO

  Estas dos premisas, espontaneidad y organización, junto con el primer razonamiento, conciencia de clase del pueblo revolucionario, no lo he visto reflejado en los diferentes tratados sobre este tema que he consultado y que figuran en la bibliografía de este libro. Y es por ello que me empeñé en editarlo.
  El corolario de todo ello, es que no sólo es un libro de unos hechos históricos, sino una enseñanza para los momentos actuales. Al no haber habido una transformación, propia de una Revolución  burguesa en nuestro país, la oligarquía económica, la iglesia católica, las estructuras del poder, económico y politico-social, han variado muy poco. Cuando apareció en el horizonte una luz que pudo cambiar la sociedad, que evidentemente fue la 2ª República, no se pudo concretar tras una victoria de la reacción y una larga dictadura que hizo que perseverarán casi todos los códigos de la Restauración. Se ha avanzado en nivel de vida, en alfabetización, en sanidad, en tecnologías, en inventos, pero sin embargo, se ha retrocedido tras el oscurantismo y la enorme represión de casi todo el siglo XX, en las relaciones de producción y en la conciencia de clase. Y, curiosamente, ésta, la conciencia de clase, se ha ido incrementando en la burguesía, que con el neoliberalismo, según nos cuenta David Harvey, se ha unido cada vez más, creando una escuela económica de pensamiento único, que se ha encargado, también curiosamente, de negar la lucha de clases, que es tanto como negar al enemigo, mientras ellos se han armado y organizado contra la clase explotada, y el arma que han mostrado con la ideología del postmodernismo como bandera, es que la otra clase no existe. Ellos mismos, los neoliberales, saben que SÍ existe. Existe la otra clase para despedirla de sus puestos de trabajo, para explotarla, pero no existe a efectos de que se una y se conciencie, hasta tal punto que se ha producido un auténtico desclasamiento. Y para terminar, quería fijarme en que ya sabía muy bien Carlos Marx lo difícil que era el tema de la conciencia en la unión, cuando su primer mandato, su primera exigencia fue “proletarios del mundo uníos”.
  Bien se conoce que esa falta de unidad es la que hace fracasar todas las revoluciones. Y la nuestra, la que trata este libro, no fue una excepción.

 

DÉCADAS DE SAQUEOS Y ABORDAJES, EN NOMBRE DE LA CORONA ESPAÑOLA

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A los piratas somalíes les queda mucho por aprender.

Eduardo Albaladejo

 

Mientras cientos de editorialistas, sociólogos, antropólogos y politólogos llenaban las páginas y las ondas de los medios de comunicación delibrocorsario_portadilla.jpg sandeces y sesudas cávalas sobre los “sanguinarios” piratas que tenían secuestrados a la tripulación del Alakrana. Mientras casi nadie publicaba una opinión distinta, que hiciese alusión a que los auténticos piratas eran el armador, las conserveras y las multinacionales del negocio pesquero, que esquilman los mares sin contemplación alguna. Mientras nadie, o casi nadie, hacía un paralelismo entre el “rescate” y el “canon” que los armadores españoles han pagado desde hace décadas al rey de Marruecos para que éste les permita arrasar sus recursos pesqueros. Mientras intrépidos enviados especiales se llevaban las manos a la cabeza porque los “sanguinarios” piratas habían utilizado el dinero del rescate para, nada menos, que casarse... Mientras todo este demencial circo mantenía la materia gris de la población ocupada, salía a la luz en Algeciras (Cádiz), un libro solidario y dotado de una muy importante base científica, que nos ha recordado que, hasta hace muy poquito, nuestros “jefes de los piratas” tenían nombre de Borbón.

  Además, la interesante obra nos ha puesto al tanto de que a nuestros “piratas” particulares, después de sus apresamientos, los esperaban en los muelles de Algeciras, Tarifa y Ceuta, un notario del rey, un delegado de su Hacienda, un militarote encargado de guardar el orden, un cónsul de la parte contraria y, por supuesto..., nuestros queridos armadores, frotándose las manos para celebrar el botín capturado por sus empleados y que lo hacían bajo la bandera real y el permiso de una patente de corso.

 libro_corsario2.jpg  “El Estrecho de Gibraltar en las Guerras Napoleónicas (1796-1814). Guerra de corso, comercio, navegación y naufragios”, obra del historiador Mario L. Ocaña Torres, pone los puntos sobre las ies y nos sitúa en el contexto histórico en donde se desarrollaron  las campañas de corso que el gran público ha identificado como “pirateo”, pero que, en el fondo, no era otra cosa que el acoso y captura de todo barco que se menease en el Estrecho de Gibraltar, con la autorización por escrito de su majestad y la participación activa de todas las instituciones del Estado. “Ríanse ustedes del dispendio del rescate del Alakrana, gastado en bodas, cuando aquí, hace escasamente 200 años, se repartía el botín de secuestros y asaltos ante notarios y representantes del Borbón de turno”, afirmaba el escritor y periodista Juan José Téllez en la presentación de la obra, el pasado mes de diciembre.

  El libro nos narra, además de situarnos en un contexto histórico de guerras por la independencia y del antiguo régimen contra los partidarios de los tan necesarios cambios políticos y sociales, cómo se armaban las flotas de barcos corsarios, cómo se hacían los repartos del botín, cómo el rey se llevaba una buena parte del mismo y… las miserables condiciones de vida, en tierra y en la mar, de los marineros que se embarcaban a la aventura de llevarse una mínima parte de aquellos actos de robo y saqueo, que, por otro lado, eran ejercidos por todas las flotas de los imperios del momento.

  El trabajado de Mario Ocaña, además de ese repaso histórico de unos acontecimientos que nunca ha interesado destacar -los piratas siempre han sido los otros, hijos de la pérfida Albión, los bucaneros holandeses o los malvados gabachos-, es un libro solidario. Editado por la revista de ocio “Apunta”, de el Campo de Gibraltar, los beneficios obtenidos por su venta irán destinados a los refugiados saharauis en Argelia. En concreto, los fondos se emplearán en El Centro de Atención para Disminuidos Psíquicos de Smara, en donde se atienden diariamente a unos 80 alumnos de entre 8 y 28 años.

 La obra, abundantemente documentado con datos de comercio, batallas, apresamientos, protestas y una larga lista de detalles que lo dotan de un gran rigor científico, tiene un total de 356 páginas, su precio es de 15 euros -gasto de envío incluidos- y se pueden pedir a Esta dirección de correo electrónico está protegida contra robots de spam. Necesita activar JavaScript para poder verla .