LIBROS: “Aquí nunca pasó nada. La Rioja 1936” (nº 46)

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Matanzas lejos del frente

Mirta Núñez Díaz-Balart

  Jesús Vicente Aguirre González es el autor de un libro inmenso, “Aquí nunca pasó nada. La Rioja 1936” (Logroño, Editorial Ochoa, 2008), título que juega con el bálsamo que las familias aplicaban sobre la herida del pasado. La matanza provocada por los militares rebeldes en el territorio de La Rioja, a partir del golpe militar del 18 de julio de 1936, durante los primeros meses de su ocupación, tiene una explicación. Lejos de todos los frentes pero inmerso en la premeditada sangría dispuesta por el general Emilio Mola, jefe del ejército del Norte de los sublevados. El que había sido director de la conspiración, desarrolló en la antigua provincia de Logroño, junto a Navarra, parte de Castilla-León, un escenario de sangre y castigo destinado a la población civil, al coste que fuera necesario. 
  libro_la_rioja.jpgMientras en vanguardia transcurría la guerra, en la retaguardia bajo su control se dejaba campo libre para que se saciasen las bajas pasiones políticas y sociales, en una curiosa anarquía de los poderosos, que hacía o dejaba hacer, o pagaba para que otros les saldasen viejas cuentas a sus insubordinados.
“La colaboración activa de todas las personas patrióticas, amantes del orden y de la paz, que suspiraban por ese Movimiento”, según está escrito en el bando del general Emilio Mola Vida, fechado el 19 de julio de 1936. Palabras como éstas abrieron las cancelas de los límites humanos para borrar los sentimientos de piedad y misericordia. Aquellos que, en algún momento, se habían insubordinado ante los amos de siempre, de pensamiento, palabra u obra, entraron en los listados de los que podían ser “paseados”.
  La declaración de Estado de Guerra, que aherrojaba en su aspiración a la nación entera, allí donde lograba dominar por la fuerza de las armas, imponía el silencio. El dominio absoluto militar no dejaba la menor duda de su conocimiento de las “sacas” masivas, de hombres y mujeres detenidos en sus domicilios, sin siquiera pasar por el entarimado de un tribunal militar.

MÁS DE DOS MIL VÍCTIMAS IDENTIFICADAS

  Las calientes noches del verano de 1936 se llevaron por delante, a empujones, torturas y maltratos, a más de dos mil personas ahora identificadas por el autor con nombre y apellidos. La compañía impuesta de falangistas, requetés o militares, les hicieron objeto de una ley sumaria, no escrita, de que los potenciales disidentes del nuevo orden, podían ser asesinados sin más.
  Cuatrocientos asesinados en La Barranca, territorio de dolor cercano a Logroño, dan fe de la voluntad de las fuerzas golpistas y sus secuaces, que no encontraron ningún parapeto a su paso. Centenares de voluntarios se sumaron a la tarea de asesinar a los rojos conocidos de su entorno. 
  La ley preexistente no iba con ellos, hacían y les dejaban hacer e, incluso, tapaban los ojos y los oídos de los que les estaban a su alrededor, para que no les pesase la conciencia. Se impuso, en muchos casos, limitación al luto para que se aparentase normalidad, como si nada hubiese sucedido en su entorno inmediato. ¡Qué mayor victoria en un crimen que las apariencias lo oculten!
  Jesús Aguirre incorpora la lectura de los periódicos de la ciudad, tras la toma militar de sus centros neurálgicos: “No queremos sólo vencer -decía Vicente Sáenz en un artículo de aquellos momentos- necesitamos no encontrar ni dejar vencidos”. Nunca tan pocas palabras han sido tan explícitas sobre los objetivos de los que tenían el poder. Artículos como el titulado “El movimiento salvador y el espíritu de las JONS”, que publicaba el la prensa vasalla, se atrevían a decir “esos revolucionarios de ateneos y cafés, gobiernos civiles, bufetes de abogados, catedráticos de Universidades y cuartos de banderas…De esos vencidos, nosotros no dejaremos ni uno (…)” (p.78).  A pesar de que los obreros podían ser unos pobres engañados, la defección de una parte relevante de las clases medias, y sobre todo, del mundo intelectual, era algo imperdonable para los insurrectos. Médicos, alcaldes, cargos de los pueblos más perdidos, iban cayendo día tras día, acompañando a la muerte, a los jornaleros de alpargata.
  La prensa, de rodillas, dejaba entrever en notas como ésta que los militares insurrectos habían levantado la veda a la caza del hombre. La terrible realidad hacía posible que, en aquellos periódicos, aparecieran pinceladas del humor más macabro: “Comunican de Cabanillas que ha sido extraído del río el cadáver del vecino Saturnino Gil, que apareció atado de pies y manos. Parece que se trata de un suicidio”.

LA LUCHA DE LAS VIUDAS

  La labor ingente de Jesús Aguirre sigue de la mano de sus deudos, no sólo lo ocurrido con el asesinado sino con su entorno familiar. El crimen cometido en el año 1937 no tiene reparación posible pero sí una muesca de reconocimiento tras decenas de años de penar miserias: “su viuda consiguió su reconocimiento como tal en 1978”.
Días tras día, la contabilidad de Aguirre recoge las adscripciones políticas reales o atribuidas, la edad, sexo, el pueblo de nacimiento o residencia, y todo aquello sabido de las personas asesinadas, muchas de ellas condenadas a la inexistencia incluso en la memoria. Pero fue la lucha de las viudas y los hijos, de hermanos y padres (sobre todos de las primeras), las que mantuvieron el fuego eterno de su existencia con conmemoraciones en la clandestinidad.
La inmensa labor realizada tiene en las fuentes orales, en esa memoria transmitida, una de sus principales bazas para el lector. La pequeña o la gran historia de cada víctima, a quiénes dejan atrás (hijos o padres desamparados) e incluso, cualquier objeto que haya sobrevivido al tiempo pasado. La pista seguida incorpora los bienes expoliados, bajo ley o por la fuerza del saqueo.
  Las fotos guardadas en los desvanes, en lugares insólitos, resucitan desde los viejos armarios a quiénes fueron arrancados de la vida. Cuando una fotografía era un lujo para una familia obrera, aquella de la boda o del  servicio militar hacen visible el rastro de esa persona.  Jesús Aguirre agradece su cesión con una cortesía puntillosa.
  Jesús Aguirre identifica el testigo tomado en los últimos años del franquismo en la lucha contra la dictadura. Miembro de un conocido grupo musical en La Rioja, “Jesús, Carmen e Iñaki”, expresa muy bien la salida a la vida pública, del “Rebaño feliz” (uno de los grupos musicales en los que participó el autor), hacia la lucha contra la dictadura. Él, junto a Carmen (fallecida prematuramente) e Iñaki, aunaron voces y corazones, de los españoles contra la dictadura, incluso de aquellos que se encontraban en la emigración o el exilio.
  El libro, de casi mil páginas, ha sido financiado por el autor, con el apoyo de CCOO, UGT y el Ayuntamiento de Logroño. A día de hoy, son más de cuatro ediciones las que nos hablan de su excelencia. El autor mantiene un cauce abierto con aquellas personas que quieran aportar algún dato o sugerencia en el correo electrónico:

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y en el móvil 690 222 234.