Una vanguardia para el proletariado

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 La obra de Aleksandr Deineka sigue fresca e innovadora, casi un siglo después de su irrupción en el panorama cultural de la Revolución Soviética
 
JULIO DIAMANTE

  La obra del pintor soviético Aleksandr Deineka (1899-1969) se extiende desde 1919 hasta 1952. Eso hace que por una parte esté vinculada en sus inicios al portentoso movimiento artístico vanguardista que se desarrolla a partir de la Revolución de Octubre, y posteriormente evoluciona, hasta poder situarse dentro del llamado “realismo socialista”. Estos dos momentos de la expresión artística –y de la vida en general- en la Unión Soviética se corresponden en buena medida con las vicisitudes políticas marcadas a su vez por la personalidad de sus máximos gobernantes.
  En este orden de cosas hay que señalar que la temprana muerte de Lenin fue una desgracia para el país, ya que permitió a Stalin acceder al poder absoluto. A pesar de su inmenso vigor revolucionario, Lenin poseía –dentro de su inquebrantable firmeza- una flexibilidad y una calidez humana que habrían hecho imposible que se produjeran los tremendos excesos provocados por Stalin.
  Este cambio de trágicas consecuencias para la vida social soviética –e incluso para el movimiento comunista nacional e internacional- no alcanzó, sin embargo, a provocar una ruptura de igual gravedad en el conjunto de las artes: hubo un debilitamiento de las esencias de Octubre, pero la mayoría de los creadores no traicionaron, ni formalmente ni en los contenidos, su obra anterior, a pesar de encontrarse en un caldo de cultivo mucho menos estimulante e incluso en ocasiones destructivo.
  Por ello, es injusto considerar a las obras artísticas nacidas en los tiempos del “realismo socialista” como un arte degradado bajo el totalitarismo. En este sentido, la obra de Alksandr Deineka, con sus evidentes e importantes valores, es útil para descartar descalificaciones simplistas. Contribuye también a esta clarificación una amplia serie de trabajos de otros artistas, como–Malevich, Rodchenko, Popota, Gan…
  La mayor parte de la obra de Deineka está dedicada a la transformación del país: así, asistimos al canto a una vida más saludable, al deporte, a la modernización del trabajo en las fábricas y en los campos. Destaca la importancia concedida a la electrificación, algo que ya había sido señalado por Marx y Engels y que, posteriormente, Lenin convertiría en una famoso lema: “El comunismo es el poder soviético más la electrificación de todo el país”. Recuerdo que este lema figuraba, en letras gigantescas y hermosas, cerca del Hotel Rossia, donde yo me hospedaba habitualmente en Moscú, y la irritación que me produjo el que un día desapareciera, seguramente debido a la falta de sensibilidad estética, política e histórica de algún destacado burócrata.
  Hace unos meses, en la exposición dedicada a Deineka en la Fundación Juan March, en Madrid, se expusieron algunas de sus obras más destacables: su autorretrato de cuerpo entero; “Fútbol” (1924); “antes de bajar a la mina (1925); “Trabajadoras textiles” (1927); “Construimos el potente dirigible Klim Voroshilov” (1930); “La defensa de Petrogrado (1928), obra maestra que marca el punto más alto de inspiración del pintor; “Carrera” (campo a través femenina) (1931); “Las desempleadas en Berlín” (1932), con una acentuación expresionista de tres mujeres en el paro; “El pionero” (1934), un adolescente contemplando un cielo con aviones; “La charla de la brigada del koljós” (1934), una especie de Gorki cambiando impresiones con un grupo de jóvenes campesinos; “El portero” (1934), en el que un guardameta de gigantescas dimensiones se lanza por el aire a detener el balón; “Futuros aviadores” (1938), variante de “El pionero”, en la cual tres muchachos permanecen  absortos contemplando cómo evolucionan dos hidroaviones; y “En la cuenca del Don” (1947).
  Dentro de la extraordinaria producción artística de Deineka hay que destacar también un trabajo sorprendente: los mosaicos que diseñó para el metro de Moscú.