Marcelino Camacho, la persona

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Agustín Moreno (Secretario de Acción Sindical de CCOO de 1978 a 1996)




  La figura de Marcelino Camacho como líder sindical de CCOO y como dirigente comunista es conocida y está siendo glosada tras su fallecimiento: es uno de los grandes protagonistas de la Historia de España del último medio siglo, fue una pieza clave en el resurgir del movimiento sindical tras la gran derrota de la Guerra Civil. También es conocida la parte biográfica y la familiar, por ser una persona absolutamente transparente tanto en sus ideas como en su forma de vida.
  Querría apuntar algunos rasgos del rico prisma de su personalidad. Personifica la mejor tradición obrera; históricamente fueron los más honestos, austeros, cualificados, sobrios, autodidactas y con mayor conciencia de clase son los que organizan los sindicatos. Marcelino reunía estas cualidades.
  De una honestidad a prueba de bombas, vivió casi toda su vida en un pequeño pisito sin ascensor en el barrio obrero de Carabanchel, manteniendo una relación muy cordial con sus vecinos. Él nunca buscó el enriquecimiento o el medro personal. Por eso y por su solidez ideológica fue impermeable a los halagos del poder, esos cantos de sirena que encandilan y echan a perder a más de un dirigente.
Era muy austero, vestía con modestia y son conocidos aquellos jerséis de cuello vuelto y cremallera que Josefina le tejía para la cárcel; comía de forma frugal, nunca fumó y lo más fuerte que bebía era zumo de limón como recuerdo de las enfermedades que pasó en Argelia. Físicamente siempre se cuidó, porque sabía que para hacer la revolución hay que estar en forma y hay que durar, que la cosa iba para larago, andaba y no perdonaba su tabla de gimnasia al amanecer. Desde que tuvo que abandonar la presidencia del sindicato en 1996, se movía por Madrid en el metro y los autobuses o gracias a algunos compañeros que le acercábamos a las reuniones o manifestaciones.
  Buen trabajador, aplicaba aquella máxima de “primero cumplir y luego reclamar”. Fresador y ayudante de ingeniero, bien valorado por sus compañeros y jefes en la fábrica, estaba orgulloso de su competencia profesional. Era una persona inteligente y muy lúcida. Formado por su cuenta y en la cárcel, siempre leyendo, subrayando páginas, interesado por los temas de la actualidad. Nunca perdió el norte, supo orientarse ante los cambios y siempre tuvo claro que hay que apostar por los trabajadores, por la clase obrera como sujeto histórico del cambio, ya que el mundo no está hecho a la medida de los más débiles.
  Su gran fuerza es la de sus ideas y sus convicciones. Maestro de obreros, tenía mucha fuerza cuando explicaba las cosas, y éstos siempre le escuchaban con gran atención sus análisis globales y concretos, de didáctica insistente y apasionada para intentar convencer. Nunca persiguió a ningún discrepante, porque no los consideraba ninguna amenaza y porque siempre estuvo muy sobrado de autoridad moral, tanto ante los amigos como ante los enemigos. De ahí su talento para sumar y no para restar.
  Como era una figura tan conocida e identificable por su aspecto y buena mata de pelo blanco, muchas personas le saludaban y él se paraba a darles la mano a todos (antes al conserje que al ministro) y a conversar con ellos; era un espectáculo verle, armado de paciencia, intentando convencer a su interlocutor por alejado que estuviera de sus ideas, porque siempre confió en la fuerza del diálogo.

“SI UNO SE CAE, HAY QUE LEVANTARSE”

 

  Tuvo una gran capacidad de sacrificio ante los costes de su lucha (la cárcel, el despido, la marginación). Por ello es mítico su coraje y voluntad de hierro para no rendirse ni tirar la toalla nunca y seguir combatiendo el desorden del sistema. En las últimas semanas, desde la cama del hospital, seguía diciendo a sus nietos: “Siempre adelante, hay que seguir luchando, si uno se cae, hay que levantarse”.
  Marcelino superó todas las pruebas ante las decisiones difíciles, al defender la independencia de CCOO en momentos claves como la tramitación del Estatuto de los Trabajadores, la tarde-noche del 23 de febrero de 1981 que compartimos en un comité de enlace con la UGT, ante la concertación social y en muchas otras ocasiones.
  Tenía un pensamiento avanzado y arriesgó en muchos campos. Recuerdo, por ejemplo, al ver la foto de la primera Ejecutiva Confederal, su apuesta valiente por la juventud y la renovación de la dirección del sindicato. Era increíble que, a finales de los años 70, chavales de veintitantos años compartiéramos responsabilidades y trabajásemos codo con codo con alguien que para nosotros era ya un auténtico mito y que sería nuestro maestro y un padre sindical y político.
  Coherente hacia fuera y hacia dentro, fue fiel a su clase y a sí mismo. Exigió la democracia en el país en plena dictadura y defendió la democracia interna en las organizaciones donde ha militado, con posiciones libres aunque se quedase en minoría y ello tuviera consecuencias. De entre la multitud de homenajes y premios que ha recibido, uno de los que más le enorgullecían era el Premio a la Coherencia de Guardo. Premio que, como de coherencia se trata, compartía con su querida compañera Josefina Samper.
  Pero, sobre todo, Marcelino era bueno. Resaltaba muy especialmente su calidad humana, que se expresa en la bonhomía y en un carácter cariñoso. Sin doblez y sin rencor hacia nadie, ni siquiera hacia los pocos que no le trataron bien. Tenía una grandeza personal que impresionaba y que él tapaba con su sencillez. Era capaz de preocuparse por los demás, por su situación personal, sus sentimientos o problemas. Ese Marcelino que en plena negociación del Acuerdo Nacional de Empleo llamaba a altas horas de la noche para preocuparse por la otitis de mi hija y asesoraba sobre la aplicación de calor seco con una bombilla y un cucurucho o daba consejos a una embarazada sobre las más recientes técnicas del parto sin dolor.
  Fíjense en las fotos: casi siempre nos sonríe y la mirada franca es una puerta abierta. Amable y afable, no tenía un mal gesto y sí palabras de ánimo, de felicitación y de condolencia en toda suerte de bodas, bautizos y funerales en los que siempre aparecía. Castellano viejo era parco en la expresión de sentimientos, pero en los últimos años era más piel que cabeza y desarrolló una gran capacidad de afectividad.
  Hace unos años llevé a Marcelino al instituto a Fuenlabrada y antes les dije a los chicos: “Buscadle en Internet, en el Larousse y cuando venga aquí, si veis a un abuelo apacible, no hagáis caso de las apariencias. Marcelino Camacho es importante, muy importante, aunque no es rico, vive modestamente y hoy no tiene poder sindical ni político directo. Pero es un personaje histórico y una persona indomable, que no se ha plegado nunca ante nadie”. Sólido y próximo, concreto y con la línea del horizonte en su mirada, no les defraudó. Aquellos pocos alumnos saben quien es Marcelino, pero si hoy les preguntamos a muchos otros no sabrían quien era, aunque quizá conozcan al Che Guevara a Mandela y seguro que a las alineaciones de los equipos de fútbol. En estos momentos tristes hay que preguntarse ¿qué estamos enseñando? ¿qué país es aquel que no reconoce a sus mejores hombres? Marcelino siempre educó en valores y lo hizo con su testimonio. A nosotros nos queda su ejemplo en estos tiempos difíciles, donde además de referentes políticos necesitamos, sobre todo, referentes morales. Quizá por eso hoy (personalidades aparte) quienes fueron a despedirle eran trabajadores y trabajadoras, jubilados, parados, también jóvenes, gentes del pueblo llano que querían darle las gracias.