El Tic-Tac del - Nº54

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Cristina G. Clemente
 
   La máxima en el proceso de aprendizaje es alcanzar la maduración de las estructuras mentales a través de la incorporación de conceptos nuevos, ubicándolos y relacionándolos con las experiencias ya adquiridas. La metacognición es la capacidad que el individuo tiene para acceder conscientemente a sus esquemas de conocimiento permitiéndole, al mismo tiempo, evaluar de manera precisa cuáles son sus propias capacidades. Con ello, el sujeto es capaz de ajustar y flexibilizar sus estructuras mentales en función de la madurez en la que se encuentra para poder dar respuesta a las necesidades que desde la cercana realidad se le plantean.
  El ser humano, desde el momento de su nacimiento, utiliza y explota esta capacidad (metacognición), mejorándola y especializándola, en la medida en que va madurando todas las áreas de conocimiento que le ayudan a ir elaborando y modificando los esquemas de pensamiento hacia otras más complejas.
  Estos procesos pueden desarrollarse gracias al manejo, tanto consciente como inconsciente, de toda la información que se recibe de la realidad circundante, que nos permite valorarla en un primer momento para, posteriormente, elaborar, desde el punto de vista de la significación, nuevas conexiones entre los conceptos que, unas veces serán de nueva configuración y otras, simplemente, de modificación de los ya existentes. Ello permite, poco a poco, la construcción de un pensamiento útil y funcional.
Desde el mismo momento del nacimiento, el ser humano comienza a explorar, manipular e investigar todo aquello que le rodea; durante este proceso es cuando más productiva se hace nuestra capacidad de aprendizaje, cuando modificamos y dotamos de significación propia todos los conceptos y experiencias que nos llegan. Es en la primera etapa de nuestra vida donde el tiempo lo marcamos nosotros, donde nosotros decidimos cuándo y cómo adquirimos los conocimientos -y lo más importante, cuáles- y cuánto conocimiento necesitamos absorber. Cuestionamos lo incuestionable, cometemos errores y rectificamos nuestras teorías como paso necesario e indisociable de nuestra maduración psíquica.
  la_letra_con_sangre_entra.jpgTodo este proceso nos proporciona aprendizajes ciertos y seguros, aunque no inamovibles, anclados en los pilares sólidos de la maduración y el desarrollo de la personalidad del niño, donde todo lo interiorizado está dotado de un significado claro y útil, y donde todo se encuentra sutilmente relacionado, como si fuesen pequeñas islas unidas por puentes.
  ¿Cuándo comienza el proceso de aprendizaje a corromperse, transformándose en una mera instrucción reconocida y aplaudida socialmente? Lo cierto es que el niño, ese ser humano que iba descubriendo el mundo y sus posibilidades, que iba aprendiendo según su propia realidad circundante, al que la sociedad y, en particular, la familia le permitía equivocarse, corregir y plantear teorías de manera natural desde la normalidad del propio proceso -sin metas, sin objetivos y, lo más importante, sin tiempo-, se ve violentado, vulnerado en lo más profundo de su ser cuando es arrastrado a una estructura prefabricada, rígida y encorsetada dónde los conceptos que se han de aprender vienen marcados por el tiempo, por el correr del tic-tac de un reloj que otros han decidido marcar. Ese niño libre que absorbía los conocimientos y planteamientos del mundo, estableciendo relaciones significativas entre ellos, se ve obligado a vestir un traje curricular hecho a su medida, donde las políticas educativas obsesionadas con unificar e igualar a todas las personas, le dejan muy poco margen para modificar o cambiar aquellos sistemas ya preestablecidos durante largos años.
  ¿Por qué todos los planteamientos educativos se han de marcar con la consecución de los objetivos dándoles un tiempo finito? ¿Por qué se ha de actuar obsesivamente con el tiempo? No es una teoría perfectamente establecida y comprobada que el tiempo no existe, que es un concepto totalmente relativo. Pues entonces, ¿por qué se incurre en esta contradicción una y otra vez, haciendo que lo únicamente importante sea el tiempo y no el niño? ¿Acaso a la persona que madura con un compás distinto del que está estipulado hay que condenarla al fracaso para el resto de su vida? Todo aprendizaje lleva un proceso y un ritmo que marca el niño en cuestión; cada individuo aprende en función de la interpretación y relación que éste hace de su realidad inmediata, de los problemas que le van surgiendo en el devenir de la vida. Tratar de homogeneizar este proceso incurre en una violación del propio acto de aprender.
  La educación nunca debe ser ajena a la naturaleza del alumno, respetando rigurosamente el estadio madurativo del mismo. Se deberían elaborar currículos donde lo importante fuese cada niño, madurando las capacidades que ya tiene y desarrollando las siguientes, sin importar el tiempo que necesite para cada una de ellas; puesto que una vez conseguido este objetivo, el niño está en condiciones de entender y absorber los conceptos propuestos, aplicando la premisa de utilidad.
  Dejemos de vulnerar el principio básico del desarrollo evolutivo inherente en el ser humano, dejemos de adulterar el proceso de enseñanza tratando de conseguir la homogenización y la estandarización. Olvidémonos de los uniformes curriculares donde lo único importante es el tiempo y no el niño. Olvidémonos de las políticas educativas rígidas y excluyentes. Hagamos de la escuela un reducto de la libre enseñanza sin marcar tiempos ni límites. Hagamos del aprendizaje un proceso natural y de calidad en el niño y no una mera instrucción, donde todos y cada uno de los alumnos se sientan realizados en su plenitud, sin convertirse en meros aprendices.