Libros: Rebeldes periféricas

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Ana Muiña
  Con este libro retrospectivo (“Rebeldes periféricas del siglo XIX”. Ed. La Linterna Sorda), nos sumamos al gran número de personas con curiosidad por indagar en las vivencias y la amplitud de los cambios sociales, algunos aún no superados, protagonizados por las mujeres vanguardistas del siglo XIX. Son asombrosamente actuales y al mismo tiempo intencionadamente desconocidos. La historia traidora de nuestra España plural los ha ido silenciando como tantos otros y, cuando no ha podido con la evidencia, los ha denostado sin pestañear. Conquistas enterradas en cunetas de cadáveres, convertidas en frustradas palabras sin voz ni eco.
  rebelde_perifricas.jpgLas mujeres que lustraban el charol de la Revolución Social española y en otros países han permanecido hasta ahora casi anónimas. En el transcurrir decimonónico, las republicanas federales (precursoras y sucesoras de la Primera República española, 1873), las librepensadoras, las internacionalistas, las anticlericales, las masonas, las espiritistas y, en la mayoría de los casos haciendo triplete de activismo convergente, las libertarias hicieron brotar bajo sus pies todos los movimientos sociales con los que hoy simpatizamos. Todas ellas salieron de la cosificación arrancando sus amplios derechos de ciudadanía con su postura vital, su coherencia personal y humanística. Los sentimientos también determinaban su acción.
Lo tenían claro, había que interrelacionar el ataque en todos losfrentes de opresión; había que romper fronteras. El campo de poder imperante era complejo. La construcción de la nueva sociedad a la que aspiraban cubriría las necesidades de todos: niños, mujeres, hombres y otros seres vivos. No podían ser excluyentes y por lo tanto asumían, a la vez, todos los ismos que ellas inauguraron: el internacionalismo, el feminismo, el antimilitarismo y pacifismo, el sindicalismo, el naturismo, la libertad sexual, el neomaltusianismo y los derechos reproductivos..., convirtiendo sus propuestas en unos movimientos sociales que reinventaban todos y cada uno de los aspectos de la vida cotidiana. Los siguientes textos, recogidos en el libro, constituyen una significativa muestra del sentir y las aspiraciones de esta primera ola de mujeres revolucionarias.

SOLEDAD GUSTAVO

  “Condenadas desde que nacemos al vil servilismo y a la explotación pues somos esclavas cuando solteras, cuando casadas y cuando viudas, del padre, del marido o del burgués; no pensamos nunca en sacudir nuestro pesado yugo por temor a las preocupaciones que nos inculcaron los que quisieron tenernos siempre bajo su planta. (...) Están tan avezados los hombres a mirarnos como esclavas que no pueden acostumbrarse a la idea de que algún día podemos ser consideradas como sus iguales y en todas las relaciones de la vida estar al mismo nivel, y así, toda idea que tienda a reconocernos a nosotras, también, derechos, necesariamente tiene que ser una utopía” (extraído de “A las proletarias”, 1896. Ensayo de Soledad Gustavo, seudónimo por el que se conocía a Teresa Mañé, madre de Federica Montseny).

BELÉN SÁRRAGA

  Al alba del siglo XX, Belén Sárraga, junto a su pareja, el discretísimo Emilio Ferrero Balaguer, recorría los pueblos de España y Portugal agitando conciencias y provocando un odio indisimulado entre los conservadores y el clero. En una de sus paradas por las mujeres._retratos_.jpgtierras de Extremadura (1901), afirmaba: “Los librepensadores y los republicanos no combaten a los hombres sino a las ideas contrarias. (...) Más allá de la libertad, de la igualdad, de la fraternidad y de la justicia, no cabe más, que los obreros no deben luchar sólo por el presente sino que deben luchar por dignificarse, que hoy no se respeta la dignidad sino las riquezas. (...) Las religiones sólo pueden vivir con su aliada la Monarquía y los clericales que por medio de la conciencia siguen dominando a las familias y al país. En España se desprecia a las mujeres que han conseguido algo por medio del estudio. Sin la mujer no se conseguirá ningún triunfo”. La relación que mantuvo Belén con América Latina fue siempre estrecha. En su niñez vivió en Puerto Rico; en su juventud y madurez sufrió exilios continuados en el Nuevo Continente, abocada por las persecuciones gubernamentales y los incesantes atentados contra su vida por parte de grupos ultracatólicos españoles y sudamericanos. La crítica argumentada contra la colonización española es implacable, afirmando que la dominación española se basó en la explotación de los indígenas y el acatamiento de la fe católica, impuesta so pena de muerte y cuando estaban bautizados en la manipulación de la ingenuidad bondadosa de unos indios creyentes. En “El clericalismo en América”, también se despacha a gusto contra la pederastia y los abusos sexuales de los clérigos. Entre 1910 y 1920 era frecuente que estallaran en distintas ciudades de Chile, Brasil y otras naciones escándalos pedófilos en colegios regentados por curas y depravaciones obispales. En uno de los capítulos dice: ...”Las consecuencias de esto las anotan frecuentemente los tribunales de justicia en las causas incoadas sobre repugnantes delitos y la sufren las costumbres privadas y públicas, viendo en la esposa infamada, en la púber hundida en el vicio y hasta en el niño empujado a la depravación el efecto terrible de ese atentado a la naturaleza que se llama voto de castidad. Él es tanto más peligroso en América cuando aquí se congregan, por fatales razones, muchos de los eclesiásticos que delinquieron en Europa. Los periodistas del Viejo Mundo saben de memoria la muletilla con que terminan, en las columnas de los diarios, los asuntos escandalosos en que interviene algún clérigo: “culpable ha desaparecido; dícese que embarcó para América.”