AMERICANIZAR EUROPA

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Juan Diego García

  Las medidas adoptadas por los gobiernos de Grecia, España, Alemania e Italia y las que se anuncian en Francia y el Reino Unido constituyen un paso más en el proceso de desmantelamiento del Estado del Bienestar. Al menos en las dos últimas décadas, paulatinamente, se ha ido recortando el gasto social y en general la participación de los asalariados en la renta nacional. El neoliberalismo se ha impuesto como orientación general de los gobiernos y quienes dieron impulso al pacto capital-trabajo en el pasado –social democracia y democracia cristiana - se han alejado cada vez más de sus orígenes hasta perder por completo sus señas de identidad en favor del ideario liberal-conservador. Hoy resulta imposible distinguir diferencias sustantivas en los programas de los partidos mayoritarios. Los gobiernos, sean del signo que sean, obedecen a orientaciones muy similares y responden de la misma forma positiva a las exigencias del capital.

  Sin una oposición sólida, la derecha busca culminar su objetivo “americanizando” las relaciones laborales y acercándose lo más posible al modelo estadounidense de sociedad. Ni las recurrentes crisis que han afectado al sistema en las últimas décadas, ni siquiera la actual, igual o peor que la gran crisis de 1929 parecen inquietar a una derecha que se siente dueña y señora del escenario político pues tiene como oponentes a sindicatos y partidos obreros que apenas empiezan a salir de la confusión ideológica y la incapacidad política que les ha afectado en los últimos años. Los movimientos sociales, por su parte, no logran superar la etapa del testimonio y la protesta para convertirse en una fuerza política real.

  El abandono del proyecto reformista por parte de socialistas y socialdemócratas y su conversión al neoliberalismo les divorcia del movimiento obrero y de las capas populares de la población. En su seno sin embargo existen tendencias que abogan por un regreso a las políticas de antaño y proponen alianzas con las nuevas fuerzas sociales anticapitalistas y los partidos de izquierda para impedir el avance de la derecha y recuperar el terreno perdido. En Alemania se han conseguido algunos avances en esta dirección formalizando alianzas locales entre Die Linke y el SPD aunque su dirección mayoritariamente se opone a este acercamiento; en Francia, por el contrario, socialistas, comunistas y anticapitalistas unidos han propinado una aplastante derrota a la derecha en las pasadas elecciones regionales, una experiencia exitosa que podría reproducirse en otros lugares del continente. Los partidos comunistas conservan protagonismo en Francia, Grecia y Portugal al calor de las luchas sociales. Tras la crisis que provocó el derrumbe del campo socialista buscan reformular sus programas y sus formas de lucha para responder a las nuevas realidades. Los movimientos sociales, por su parte parecen cada vez más concientes tanto de su enorme capacidad de convocatoria como de su debilidad como sujeto político.

  El movimiento sindical, mayoritariamente reformista, sufre el impacto de las transformaciones radicales del capitalismo tardío. Los cambios en la organización del trabajo y en la estructura de las empresas disminuyen enormemente la afiliación; las altas tasas de desempleo y la fuga de las empresas a otros mercados se convierten en una espada de Damocles que limita su capacidad de lucha. Pero su mayor limitación nace sin duda de su impotencia para imponer un nuevo contrato entre capital y trabajo; en otras palabras, las escasas perspectivas del reformismo en una coyuntura como la actual, con una burguesía prepotente que procede sin temor alguno ante unas clases laboriosas, descontentas pero desorientadas y desorganizadas.

  En tales circunstancias es comprensible que, a pesar de la dimensión de la crisis, no se “refunde el capitalismo sobre bases éticas”. Por el contrario, se profundiza la misma estrategia que llevó al caos actual. Por ello, los centros de poder (formal y real) no solo mantienen el neoliberalismo aunque agudice en extremos impensables las crisis periódicas del sistema sino que se proponen llevar aún mas lejos su estrategia eliminando de un tajo conquistas claves del movimiento obrero: reforma laboral, reforma de pensiones, reducción del gasto social, disminución  de salarios y nuevas y mayores ventajas al capital. El modelo ideal es por supuesto los Estados Unidos, el paraíso del capital sin controles. En Europa la clase dominante sueña con el retorno al capitalismo clásico, a un orden social regido por la ley del más fuerte, al darwinismo social y a la ley de la selva. Poco importa que intentando resucitarlo se de vida igualmente a las tensiones que llevaron antaño a la guerra, al fascismo y la barbarie, pero también a la revolución.

  Hoy, se reproducen las guerras, por ahora en la periferia del sistema pero sin descartar los enfrentamientos directos entre las nuevas y las viejas potencias capitalistas, y por los mismos motivos de siempre: materias primas, mercados, zonas de influencia, etc. No es por azar que la estrategia neoliberal suponga una nueva edición del colonialismo, agudizando la dependencia de los países periféricos condenados a ser simples apéndices menores de las economías metropolitanas. Tampoco lo es que los ideólogos del engendro resuciten ahora la teoría del “peligro amarillo” y pronostiquen el inevitable enfrentamiento bélico con China. En consecuencia el militarismo florece con vigor; el mundo de paz que sobrevendría al triunfo sobre la URSS nunca se hizo realidad y, por el contrario, a los conflictos tradicionales han de agregarse ahora otros nuevos.

  La barbarie, por su parte, encuentra formas cada vez más sofisticadas; atrocidades que se creían cosa del pasado aparecen a diario en forma de masivos bombardeos sobre población civil, cárceles secretas, torturas, desapariciones, ejecuciones extrajudiciales, desplazamientos masivos de población, miseria y hambre que se agudizan y aparecen incluso en el mundo rico, todo ello en contraste con el aumento de riqueza a niveles nunca imaginados. Los campos de concentración tienen su versión moderna en Guantánamo, Abu Graib, Bagram o Gaza. Hasta el fascismo callejero reaparece con fuerza social y electoral sin que falten las bestias pardas, matones de cabezas rapadas, estrafalarios y siniestros y sin que parezca importar mucho su condición delictiva y su base social marginal. Ya les llegará su momento de ser útiles al sistema. Ya habrá tiempo de adecentarlos y ponerlos al servicio del proyecto.

  El desmantelamiento del capitalismo y la construcción en su lugar de un sistema esencialmente diferente –es decir, la revolución social- aún no es el ideario de las clases laboriosas ni de las mayorías sociales. Pero en Europa crece sin embargo el convencimiento de que el origen de los problemas no está en el capitalismo neoliberal sino en el sistema mismo. El Viejo Continente bulle y la lucha de clases reaparece. Los trabajadores se niegan a perder las conquistas sociales que tanto han costado. Es solo cuestión de tiempo que se forme una fuerza social transformadora. Nadie (fuera de la elite dominante) quiere ver a Europa convertida en una versión de los Estados Unidos. Y si como parece, el Estado del Bienestar no es posible dentro del nuevo capitalismo, gana fuerza la idea de buscar alternativas al sistema. Desde esta perspectiva otro orden social no solo es posible sino que resulta cada vez más necesario.