LA SANTA HERMANDAD DE CURAS, GUARDIAS CIVILES, ALCALDES Y CONCEJALES.

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El nacionalacatolicismo continúa presente

Andreu García Ribera
Fotos:Rafael Verdú

  En esta ocasión Rafael Verdú trae con su ojo panóptico, a las páginas de “El Otro País”, la cuidada escenografía típica de la Semana Santa, en la que cristos yacentes son acompañados por un sinnúmero de cargos públicos de un estado supuestamente aconfesional. Todos los años en las mismas fechas se repite el rito martiriológico de la secta católica, en la que un padre envía a su hijo a Oriente Medio para que le  inflijan mil perrerías y finalmente lo crucifiquen, y  mediante este sacrificio de clavos y espinas, redima a la Humanidad de un pecado original que cometieron un hombre y una mujer que tentados por una serpiente se comieron una manzana en un antiguo paraíso.

  destacament_de_verdu_tricornios_escoltant_un_tros_de_madera.jpgNo critico la absurdidad de esta superstición bimilenaria. Quien quiera creer en un ser extraterrestre, que en estado de aburrimiento creó al género humano varón a su imagen y semejanza,- no así el género humano femenino que deriva de una costilla del hombre- para después en siete días configurar el universo y que más tarde este creador omnisciente y omnipotente se cabreó por la pérfida desobediencia en el asunto de la manzana y para remediar el desaguisado de la pérdida del paraíso terminó la vida humana de su hijo- que es él mismo desdoblado y en concurso real de identidad con una paloma-en la terrorífica jornada del Gólgota, para más tarde resucitar al tercer día y subir a los cielos, venciendo así a la muerte y anunciando una vida eterna.

  Digo, que quien participe de este discurso tiene todo el derecho de hacerlo y expresarse de conformidad con estos postulados. Lo que no puede admitirse es que en un estado teóricamente aconfesional, miles de cargos públicos, de militares, policías y guardia civiles desfilen devotamente al servicio del ideario de la Iglesia católica. Si quieren hacerlo que lo hagan como ciudadanos particulares, no en el ejercicio de sus funciones públicas, con cargo al erario público y alineando a las instituciones que representan con los dogmas de la fe católica.

  Debe rechazarse de plano que los poderes públicos estén sometidos al imperialismo moral de la Iglesia católica, que es precisamente lo que refleja la trinidad icónica  con la que Rafael Verdú nos ilustra este número: Una primera foto de Cristo yacente, escoltado por cofrades y guardias civiles, una segunda en la que un recogido ramillete de presbíteros abren procesión seguidos por teniente de la Guardia Civil y políticos de variado sesgo con sagrada vara de mando y una tercera fotografía en la que curas, concejales y oficial de la Guardia Civil marchan en orden cerrado de formación “ad maioren gloriam dei”.

  Estas fotos ilustran la España de charanga y pandereta, de cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y María, que Antonio Machado repudiara.

IMPERIALISMO MORAL

  El imperialismo moral de los apostólicos y romanos es una constante en la historia de estas tierras celtibéricas. Ya la glorificada Constitución de 1812 marcó a hierro el principio de la confesionalidad católica: “La religión de la nación española es y será perpetuamente la Católica, Apostólica y Romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas y prohíbe el ejercicio de cualquier otra”.

  Supongo que la prohibición de la manifestación atea en Madrid el  llamado Jueves Santo fue una emanación de estas leyes sabias y justas. La libertad de conciencia y de expresión una vez más fueron sacrificadas en el altar de la fe católica, con la cooperación necesaria de las autoridades de un Estado que se supone sin religión oficial. Ya dijeron los obispos en la Carta Pastoral que firmaron en 1931 contra el proyecto constituyente de la Segunda República, que el laicismo del Estado es un “crimen social y peste mortífera”. Y por si fuera poco “un pecado de ingratitud por todo lo que el Señor ha hecho por los pueblos al sacarlos de la barbarie, ya que por medio de la Iglesia les dio una civilización que les hizo grandes y envidiables”.verdu_cures_i_toston.jpg

  El constituyente republicano no se amedrentó con esta soflama y en su artículo tercero estableció que “El Estado español no tiene religión oficial”. También estableció la libertad de cultos “Todas las confesiones religiosas serán consideradas como Asociaciones sometidas a una ley especial”, la separación Iglesia-Estado “una ley especial regulará la total extinción, en un plazo máximo de dos años, del presupuesto del clero” y la libertad de conciencia: “Todas las confesiones podrán ejercer sus cultos privadamente”.

  El triunfo de la sublevación fascista de julio de 1936 supuso el fin de todas estas reformas basadas en la separación Iglesia-Estado y libertad de cultos. El Catolicismo se impuso como la religión oficial del Estado y Franco fue por siempre  “Caudillo por la gracia de Dios”.

  En el Congreso Eucarístico Internacional de Barcelona de 1952, Franco consagró España a la Eucaristía: “La historia de nuestra nación está imparablemente unida a la Historia de la Iglesia Católica. Sus glorias son nuestras glorias; y sus enemigos nuestros enemigos”.

  Todos lo cargos públicos que en representación de instituciones civiles desfilan en estas fechas de pasión y resurrección, parece que están en la gloria anunciada por el caudillo Franco, gloria redentora de sus muchos pecados de perversa gestión pública.  

  El texto constitucional de 1978 que en tantas materias, a su cabeza la aceptación de la monarquía impuesta por Franco, supuso una continuidad con los poderes heredados de la dictadura y constitucionalizó un régimen confesional solapado.

CONSTITUCIÓN DE 1978: SUMA Y SIGUE

  A finales de 1977 se filtró a la prensa el proyecto constitucional que en esta materia reproducía la redacción de la constitución republicana, “España no tiene religión oficial”. Nuevamente el “dies irae” episcopal tronó y  fijó públicamente sus peticiones para aceptar la Constitución: Defensa de la vida humana (feto), derecho de los padres a elegir el tipo de educación de sus hijos, estabilidad de la familia (contra el divorcio) y reconocimiento de la Iglesia católica (como superior a las demás religiones).
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  Resultado final del trabajo de unos constituyentes claudicantes: “Ninguna confesión religiosa tendrá carácter estatal, Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las correspondientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y demás confesiones”. “Todos tienen derecho a la vida”. Eliminando “personas” porque de acuerdo con el Código Civil el feto quedaría excluido.

  Siete días después de la promulgación de la Constitución, se firmó con la Santa Sede de soslayo una “Constitución religiosa” con cinco Acuerdos, sobre asuntos jurídicos, económicos, de enseñanza, de asistencia religiosa a las FF.AA. y de servicio militar de clérigos y religiosos”, que supuso la continuidad de facto del nacional-catolicismo. En virtud de estos Acuerdos todavía en vigor, la Iglesia recibe una importante cantidad de dinero del Estado, la facultad de nombrar y destituir profesores de religión pagados por el Estado en el sistema público de enseñanza (más de 17.000) y a través de la figura de los centros concertados se desvía una ingente cantidad  dinero público a la enseñanza privada, mayoritariamente confesional católica.

  Menos mal que ninguna confesión tiene carácter estatal, porque a la vista de estas fotos y la participación activa de las instituciones públicas en los ritos fúnebres por el hijo del hombre, si la Iglesia católica da un paso más con la connivencia de un sistema político incapaz de situar la religión en el ámbito privado de la conciencia, cualquier día de estos restauran el Santo Oficio y la quema pública de herejes, eso sí con el amparo del Tribunal Constitucional y el paso vivaz de la Legión, la cabra y el Cristo de la Buena Muerte.