Palabras para Juan Ramos Camarero (Nº 58)

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El pasado 15 de octubre fallecía en Madrid nuestro querido Juan Ramos, compañero de lucha de toda la vida y estrecho colaborador de EL OTRO PAÍS desde la fundación del periódico. En estas páginas nos acercamos a su entrañable figura humana y a su historia de inquebrantable compromiso político.


Carmen Morente Muñoz

  Desde el día de su muerte he reflexionado sobre el contenido de este artículo, llegando a la conclusión de eludir el mayor número posible de fechas, siglas y nombres propios. Espero que las limitaciones del estilo escogido no impidan extraer de su lectura las claves de su personalidad, compromiso político, calado intelectual; así como su talla humana. Ni qué decir que mis palabras están dictadas por el desgarro.
Nunca olvidaré el impacto que le causó un librito que le regalé, al principio de conocernos, en el que se relataban mitos y leyendas de algunos pueblos de la provincia de Granada.juan_ramos.jpg
  Íllora… “Y llora y llora la reina mora”, origen mítico del nombre de la localidad. Explica la leyenda que Aixa, madre de Boabdil “El Desdichado”, contempló desde la ciudad amurallada – parte de la última frontera de Al-Andalus-, cómo las tropas de los Reyes Católicos ocupaban la ciudad de La Alhambra. A todas luces situación imposible ya que Íllora cayó en manos cristianas años antes.  
  Situada en las faldas de la Sierra de Parapanda, vigilada por el Cerro del Lucero. “Pan dará”, en alusión a la certeza de que cuando las nubes rodeaban la sierra, era señal inequívoca de que llovería y los campos darían trigo con el que alimentarse.
  Juan fue siempre un hombre de su tierra, un andaluz cabal, a pesar de que emigrara siendo apenas un adolescente a Catalunya, como tantos cientos de miles de nuestros paisanos, obligados por las hambrunas, la crueldad de la represión franquista y el yugo de un sistema de producción caciquil que los condenaba a un presente y a un futuro de humillaciones sin límites. Todo un símbolo: en la localidad aneja de Íllora, Alomartes, está la finca de los Duques de Wellington y a poco de cruzar el río Genil, la finca de los Duques de Silva y Agrela.
  Años 40, en los que muchas personas se dedican, arriesgando su vida, al estraperlo; entre ellas, Antonio, el padre de Juan. Cerca de Íllora se encuentra la estación del ferrocarril. Las sierras que rodean a la ciudad están plagadas de hombres que resisten al fascismo armados; son los guerrilleros. Estraperlistas, guerrilleros y ferroviarios serán tres vértices de este comercio ilegal y perseguido sin piedad… cuando no es desarrollado por los jerarcas del régimen, quienes consiguieron inmensas fortunas.
  Sin que seamos conscientes, nuestras respectivas familias ya debieron de conocerse en aquel tiempo. Estoy segura porque mi padre, que era maquinista,  nos relató muchas historias sobre la colaboración de los ferroviarios con la guerrilla y los estraperlistas que merodeaban la zona. Para los guerrilleros era una forma de sobrevivencia y muchas veces los “enlaces” eran ferroviarios y estraperlistas.
Mi familia siempre vivió, desde 1936,  en el mismo piso de Granada, en la avenida de Calvo Sotelo (hoy avenida de la “Prostitución”); desde que el abuelo Diego fuera detenido, expulsado de su puesto de Jefe de Estación en Granada,  desalojado de su vivienda y llevado al campo de concentración  de Víznar. Desde nuestra terraza podíamos ver a los niños huérfanos  e internos, cuando jugaban en el patio del Colegio de Ferroviarios, al que nuestro padre jamás nos dejó asistir. Allí llegó Juan Ramos Camarero, entre los 6 y los 8 años, como huérfano de padre, aunque nada tuviese que ver con el ferrocarril; cosas de esa época negrísima, formas que se implantaron para “salvar” de la muerte por inanición a los hijos de los derrotados, la fuerza de trabajo esclava del futuro, pensaron. Por lo tanto, también fuimos vecinos sin saberlo. El ferrocarril nos seguía uniendo.
La separación de la familia y de su entorno debió de resultarle muy traumática. Siempre contaba sus huidas desde el colegio, aprovechando cualquier descuido, hasta la estación del ferrocarril; preguntando cuál era el tren que llevaba a Íllora y siendo devuelto por un empleado o por la Guardia Civil al Colegio de Ferroviarios, apenas a un par de cientos de metros.
Creo que desde entonces “olía” Andalucía. Cuando la crisis del PCPE, aquella que protagonizaran Ignacio Gallego y otros dirigentes, nos recorrimos de norte a sur y de este a oeste la geografía andaluza. Iba silencioso y aparentemente dormido en el coche pero cuando nos acercábamos a Despeñaperros revivía, abría la ventanilla y olfateaba el aire, llenando sus pulmones del aire tan ansiado de su tierra natal, inquieto por el temor de que de nuevo alguien volviera a tomarlo de la mano y alejarlo de ella.

EL MISTERIO DE LAS MARIMANTAS

  Siempre quedaba boquiabierta cuando me contaba que en su pueblo, por las noches, salían las marimantas; cubierto el rostro y el cuerpo mediante sábanas blancas.  Juraba haberlas visto. Yo le contestaba que la cultura popular granadina sólo conocía a “los fantasmas de la noche”. Hasta que me topé emocionada con un poema de Federico García Lorca, titulado Marimantas. En el lago del bosque/pescan los fantasmas/de la noche...  
Las marimantas debieron de acompañarlo durante toda su existencia con distintas sábanas. Las sábanas del hambre y la injusticia; sábanas reivindicativas que le obligaban a salir de su condición de no sujeto y a convertirse en sujeto activo. Sábanas para superar el temor a las torturas repetidas en Vía Layetana, en los polígonos industriales, a la entrada o salida del lugar donde se escondía; a la prisión destructiva. Sábanas para aceptar consciente la disciplina, el riesgo, tantas veces la soledad, las nostalgias y también el silencio; hasta hacer de él un hombre duro, alguien ha escrito en estas semanas “el hombre de acero”, pero con corazón de salamanquesa granadina.

Su compromiso político fue temprano y basado en un profundo dolor humano, colectivo.  Frente al mundo aislado y atomizado de su Íllora natal, donde hombres y mujeres competían cada madrugada, en la plaza del pueblo, para ser escogidos por un manijero para echar una jornada de duro trabajo en el campo, a cambio de una efímera comida o un salario de miseria, en Catalunya encontró la primera posibilidad de aprendizaje y estudio, de sentirse parte de la inmensa humanidad de miles de trabajadores entrando uniformados a la multinacional Siemens; de ser un joven más en un barrio donde habitaban miles de muchachos de su edad y origen.

…Gente de una balada
sin luna ni agua.
Sacan peces de sombra
con sus cañas de aroma …

ARRIBEN ELS GITANOS!

  Un carro se aproxima a un pueblo catalán. Lleva a la familia de Juan. Su madre, Antonia, enlutada. Él, su hermano pequeño, Salustiano, y quizás alguien más. Arriben els gitanos!, recordaba entre risas al contar el recibimiento que un grupo de niños les hicieron.
Sabio pueblo andaluz aquel que aún conservaba una cultura abierta, producto de su origen histórico; acostumbrado al ágora, al senado, al zoco, también a la plaza. Sin perder sus raíces.
  No sólo la ideología, o la militancia en el PSUC, pueden explicar el gran respeto que Juan sintió hacia Catalunya. Diferenciando siempre entre explotadores y explotados, intelectualizó y sintió el nuevo mundo como el suyo propio.
Siempre pensó en castellano; quiero decir que siempre pensó en andaluz, utilizando expresiones y sonidos propios de la “algarabía”, habla de los moriscos granadinos, que dejó su huella en el futuro pueblo andaluz.
Difinitivamente, solía decir… y nosotros nos cagábamos de la risa.
  Durante muchos años he corregido los textos escritos por él en castellano. Siendo ésta su lengua materna, profunda, su desarrollo cultural vino de la mano del catalán. Por eso escribía y hablaba un perfecto catalán; pero en Andalucía, o entre andaluces, le salía la algarabía que llevaba dentro y a la hora de escribir en castellano, cometía algunos errores sintácticos.
  Sus profundas convicciones internacionalistas y su defensa del derecho de autodeterminación, le permitieron no cometer ni por un momento el error de utilizar su condición de andaluz, cuando su liderazgo en el movimiento obrero era incuestionable, en una base social principalmente andaluza, para defender posiciones retrógradas, populistas o interclasistas.

EL HOMBRE DE LOS GRANDES RETOS

  Es posible que su juventud, en relación a la media de edad de los dirigentes del PCE y el PSUC, junto a su inquietud intelectual, expliquen su distanciamiento de las posiciones más ortodoxas y de los métodos internos no democráticos en todos los partidos comunistas en los que militó y tuvo responsabilidades políticas.
  Multitud de condiciones “objetivas” se utilizaban para justificar la negación de la disidencia, a veces hasta del matiz; para justificar la falta de debate. El centralismo democrático sólo se respetaba en una dirección. Las condiciones de clandestinidad, la seguridad interna, la necesaria unidad férrea del partido en las condiciones de excepcionalidad que vivía, etc., fueron los principales argumentos. La distinta apreciación de la realidad que los dirigentes del “interior” y de “exterior” tenían, a veces podía llegar al absurdo, cuando se elaboraban estrategias de lucha política que no se sustentaban en un análisis correcto de la realidad. Y si la estrategia fracasaba, vuelta a empezar: la clandestinidad, la seguridad, etc., impedían expresar la crítica y aprender de los errores.
  Juan aprendió en este largo período de su vida a respetar opiniones y posiciones contrarias. De aquí sus largos y argumentados resúmenes en las reuniones de dirección. Siempre convencido de que la unidad del partido sólo podía fundamentarse y sostenerse a través del debate democrático, de la argumentación y de una síntesis rigurosa. Al menos para mí,  fue la mayor lección que he recibido en mi vida de militante comunista. Comprobar que entre el proyecto reformista de partido y el método estalinista de funcionamiento (en muchas ocasiones ambos fenómenos han caminado y siguen caminando juntos), existía el leninismo, más allá del culto a los libros de Lenin.
Por motivos de seguridad vivió períodos de exilio en París. A pesar de las dificultades y del riesgo extremo al que era sometido cada vez que debía entrar clandestinamente a España, realizando actividades muy peligrosas para el aparato del partido (contaba que cada vez que cruzaba la frontera perdía más de tres kilos), fueron estancias que lo enriquecieron y de las que conservaba un magnífico recuerdo. En París entró en contacto con intelectuales de la talla de Louis Althusser o Jean- Paul Sartre. En aquellos momentos existía un fuerte debate sobre la viabilidad de la revolución en la Europa occidental, producto de un análisis crítico de las sociedades desarrolladas y de la estrategia que estaban defendiendo los partidos comunistas históricos. Este núcleo miraba hacia el sur, esperanzado en que desde los países que habían roto el yugo con el colonialismo surgieran convulsiones y movimientos que llegaran a impactar sobre los del Norte. Los que esto andaban teorizando fueron llamados por la ortodoxia, “tercermundistas”; apodo que Juan Ramos exhibía con máximo orgullo. Esa inquietud le llevó a estar atento a las convulsiones y procesos revolucionarios que se iniciaron en América Latina; muy atento a los debates sobre la construcción de la vanguardia, conversaciones largas y “humeantes” cada vez que yo regresaba de la otra orilla del Atlántico.
  Llegada la hora de la verdad y cuando las tendencias reformistas hacían insostenible el proyecto revolucionario, no le tembló el pulso para ocupar su puesto de vanguardia en la confrontación de ideas, agrupando a la militancia en defensa del proyecto revolucionario; expresándose con valentía y fortaleza también en los órganos de dirección de los que era miembro… hasta donde le dejaron. Porque eso de callar a la gente, urdir para evitar la expresión crítica, la utilización burocrática de los estatutos, etc., es tan viejo entre nosotros como la lluvia.
  Sin este liderazgo hubiese sido imposible el proceso de reunificación que tuvo como resultado la formación del PC.

EL HOMBRE DE ACERO QUE LLORABA POR LOS DEMÁS

  Por  distintos caminos y situaciones, algunos de los que llegamos a compartir trinchera con Juan  pudimos alcanzar a conocer su extraordinaria naturaleza humana. Son muchos los recuerdos que ahora asaltan mi cabeza. Jamás individualizó el dolor o el sufrimiento padecido. Sentía un gran respeto por los que habían sido sus adversarios en los momentos de mayor confrontación interna y hasta el último día de su vida sintió como propias las adversidades o las enfermedades de todos ellos. “Ayer me encontré con Marcelino por la calle y me enfermé al comprobar lo mayor que está”, dijo, sin poder contener las lágrimas.
  Forjó también un mundo de “bultos o sombras”, para no enturbiar su memoria con dolorosos recuerdos, asociados a rostros con nombres y apellidos, que sólo conseguían avinagrarle la sangre, por la gran afectación moral que le habían provocado. Parafraseando a Víctor Frankl, “… hay dos razas de hombres en el mundo y nada más que dos: la “raza” de los hombres decentes y la raza de los hombres indecentes”… En esta segunda raza, convertida en cajón hermético, enterró Juan dichos bultos o sombras.
Como tantos castigados y represaliados, cuando volvía al pasado más duro, siempre lo hacía en clave de humor, resaltando la odisea humana que vivieron para no ser exterminados física e intelectualmente. Justo cuando murió, yo estaba leyendo “Memorias del Calabozo”, de Mauricio Rosencof y Eleuterio Fernández, y estaba encontrando la misma actitud.
Los libros fueron su gran aliado para sobrevivir en todos los tiempos. No podía salir a la calle sin regresar con un libro dentro de un periódico. Siempre con estilográfica, su letra menuda aparecía en los bolsillos de cualquier prenda de vestir; anotaciones de sus lecturas. Cuando nos visitaba le obligábamos a que abriera la bolsa de viaje antes de marchar pues era seguro que había guardado “ingenuamente” algún libro de los nuestros. Dolors Aguado me relataba la misma anécdota en catalán.
Su vasta formación fue un instrumento del que pudo echar mano en los años de mayor penuria económica, escribiendo como “negro” para algunas editoriales; siempre acompañado de los gráficos que realizaba mi hermana Inma, a quien adoptó como una verdadera hija.

…”Pero en realidad buscan
sus corazones en el NUNCA
Como yo busco el mío
en el tiempo perdido”…

  Como la gran mayoría de los revolucionarios y las revolucionarias, dejó demasiadas cosas por el camino. También cosechó y conservó un grupo de amigos que jamás dejamos de admirarlo, respetarlo y amarlo. Ahora descansa junto a su madre, la señora Antonia, a la que, como buen andaluz, llamaba mama y hablaba de usted.

…¡Qué imposible dolor
buscar entre las aguas sin luz
un corazón!