El protocólo de Kyoto se desmorona

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Juan Manuel Olarieta

 kioto.jpg El gobierno de Canadá considera que el Protocolo de Kyoto es “cosa del pasado”, “uno de los mayores errores” cometidos por aquel país en materia ambiental. Consecuentemente, en la cumbre de la ONU celebrada en Sudáfrica a comienzos de este mes de diciembre, se ha negado a reducir la cuota prevista en el tratado para las emisiones de los denominados “gases de efecto invernadero” en un seis por ciento, como le correspondía. Los rumores apuntan a que Canadá está a punto de anunciar su abandono de Kyoto, que posiblemente se llevará a cabo unos días antes de Navidad. Parece ser que no es el único país que va a adoptar esta medida.
El Protocolo es un tratado internacional firmado en 1997 en Kyoto (Japón) para reducir las emisiones de CO2 a la atmósfera porque, supuestamente, son perniciosas para los ecosistemas, ya que elevan la temperatura ambiental del planeta. Como era de esperar, el acuerdo ha sido un clamoroso fracaso, ya que entre 1990 y 2007 las emisiones de gas carbónico a la atmósfera aumentaron un 11,2 por ciento. Algunos países, como Canadá, las incrementaron mucho más: un 34 por ciento.
  Pero la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera nunca fue más que una coartada. Lo que el capitalismo pretendió fue organizar uno de los más fantásticos negocios de la historia especulando con la compraventa de los derechos de emisión. Consistía en fijar cuotas de emisión de CO2 para cada país, de manera que por cada tonelada de CO2 por debajo de la cuota, la ONU entregaba un bono que cotizaba en las bolsas más importantes del mundo.
  Los bonos de C02 fueron un mercado diseñado en 1991 por la OCDE para sustituir a la burbuja inmobiliaria de la década anterior, ya en trance de agotamiento. Louis Redshaw, responsable del negocio en medio ambiente de Barclays Capital, reconoció al New York Times: “El mercado más grande del mundo será el del carbono. Barclays cree que el actual mercado del carbono, con un valor de 60 billones de dólares, podría aumentar a un trillón de dólares en una década”.
Se produjeron fuertes movimientos especulativos de capitales en los que participaron la Organización Mundial de Comercio, el Banco Mundial y el sistema financiero imperialista en su conjunto: bancos, compañías de seguros y fondos de inversiones que hoy están en boca de todos, como JP Morgan, Merrill Lynch, Citibank, Société Générale, Morgan Stanley, Goldman Sachs...

GIGANTESCA ACUMULACIÓN MONOPOLISTA

  Para disponer de bonos con los que especular, muchos países iniciaron ambiciosos proyectos de reconversión industrial y tecnológica que la ONU avaló como proyectos ecológicamente “limpios”, ya que reducían las emisiones de CO2. Fue una gigantesca operación de acumulación monopolista, una obsolescencia acelerada de numerosas instalaciones de capital fijo esparcidas por el planeta que ocasionó una de las mayores transferencias de recursos que se han conocido, sólo equiparable a las dos guerras mundiales. Incapaces de acceder a las bendiciones de la ONU, la mayoría de las empresas se quedaron en la cuneta acusadas de arrojar malos humos. A otras les sucedió todo lo contrario: pasaron a ser rentables y se privatizaron.
  Hoy el capital monopolista domina el mercado internacional no sólo gracias a la producción, sino a la técnica “limpia” con la que produce. Esas técnicas están respaldadas por patentes internacionales. El control culmina cuando la ONU avala la tecnología de las potencias imperialistas como “verde”, al tiempo que etiqueta la de los países emergentes (especialmente China) como obsoleta y “contaminante”. Por medio de las tecnologías “ecológicas”, un puñado de multinacionales pretende seguir manteniendo sus posiciones de privilegio en la competencia expulsando a los nuevos competidores.
  A través de la ONU y las ONG, las multinacionales han transmitido la consigna de que “quien contamina paga”. Se trata de forzar el cambio tecnológico a toda costa, de manera que quien no reestructura su tejido productivo en favor de las nuevas tecnologías supuestamente “renovables” y “verdes” está obligado a soportar un sobrecoste, que en el caso de España se estima en 500 millones de euros, un precio imposible de pagar con la que está cayendo.
  Naturalmente, lo “limpio” estaba muy sucio. En agosto, la ONU expulsó a Rumanía del Protocolo de Kyoto por manipular las cifras de sus emisiones. La corrupción está devorando a la ONU y la ecología no iba a ser una excepción. Quien domina la ONU, domina la ecología y, además, las campañas de imagen a través de las cuales se venden las tecnologías y mercaderías “verdes”, “sostenibles” y “renovables” a su justo precio. Por eso la ONU aparece siempre rodeada de una nube de grupos de presión y ONG, tras los cuales están las multinacionales. Las cumbres y macrobotellones de la ONU, como la de Sudáfrica, maquillan los manejos monopolistas para “salvar al planeta”...
  O sea, para salvar al capitalismo. La ecología estaba destinada a convertirse en el gran negocio del siglo XXI, una historia a medio camino entre el cuento de la lechera y la pescadilla que se muerde la cola, porque, a fecha de hoy, los tiburones del capital financiero mundial han quebrado o están a punto de hacerlo. La especulación con el CO2 no salvó al capitalismo de la crisis económica y la crisis económica hundió el negocio del CO2.
El Protocolo de Kyoto, que entró en vigor en 2005, es posible que desaparezca el 31 de diciembre de este mismo año. El planeta se va a llenar de muy malos humos.