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Alfredo Toro Hardy un ciudadano del pensamiento

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 “Hegemonía e Imperio”, nuevo libro del embajador de Venezuela en Madrid.

Andreu García Ribera

  Alfredo Toro Hardy es diplomático y académico venezolano, actualmente desempeña el puesto de embajador de la República Bolivariana de Venezuela en Madrid. toro_hardy_portada.jpgHa sido también embajador de su país en los Estados Unidos de Norteamérica, en el Reino Unido, Brasil, China, Irlanda y Bahamas, lo que le ha permitido una atalaya privilegiada para el estudio, desde la profesión diplomática, de las relaciones internacionales. Es abogado, profesor de la Universidad de Barcelona, profesor visitante de la Universidad de Princeton, profesor de la Cátedra Andrés Bello de la Universidad de Brasilia, director del Centro de Estudios Norteamericanos y coordinador del Instituto de Altos Estudios de América Latina de la Universidad Simón Bolívar. Además,  colabora habitualmente en la prensa venezolana, es autor de 15 libros y coautor de otros 12, varios de ellos traducidos al inglés y al portugués. Toro Hardy es también un  estudioso de las relaciones internacionales que nada tienen que ver con la diplomacia al uso de secretismo y opacidades y enlaza con la saga de intelectuales latinoamericanos que fueron diplomáticos por ser ciudadanos del pensamiento, intelectuales como Pablo Neruda u Octavio Paz. Su obra “La era de las aldeas”, publicada por Villegas Editores el año 2002, obtuvo, en su traducción inglesa, el galardón al mejor libro de historia en Book Expo América 2003. 
  En abril de este año presentó en la Casa de América su último libro, “Hegemonía e Imperio”, publicado también por la editorial Villegas de Colombia. El libro no tuvo el eco que merecía, amén de que el hecho de no estar publicado en el Estado español dificulta su conocimiento. Afortunadamente, ha llegado a mis manos a través del amigo Roque Hidalgo, catedrático de Física de la Universidad de Granada, quien hizo amistad con el autor a raíz de un acto organizado por la Plataforma Simón Bolívar de Granada. Según me comentan voces amigas, esta es otra de sus características personales, la disponibilidad para acudir a cualquier acto donde sea requerido para exponer su magisterio.
  ¿De qué trata “Hegemonía e Imperio? Podemos decir que traza un repaso al mapa de las relaciones internacionales a lo largo del siglo XX, relaciones de poder y dominio, en muchos casos de saqueo y explotación, pero, además, se adentra en el terreno de la prospectiva del siglo XXI, terreno éste siempre complejo, ya que no basta con la información recopilada propia de un historiador, sino que exige la audacia de efectuar previsiones que luego, ineludiblemente, la realidad se encargara de contrastar o refutar. Toro Hardy puede adentrarse en la incertidumbre de la previsión porque lo hace sobre una sólida base analítica y entreverada de datos rigurosos. Lejos siempre de las conjeturas interesadas a las que estamos tan acostumbrados por autores que siempre nadan a  favor de corriente y, por ello, siempre tienen entusiasta acogida en las empresas editoriales e informativas de la industria de la cultura.
  El libro se estructura a través de cinco capítulos, el primero de los cuales versa sobre lo que llama “El derrumbe de la Hegemonía Norteamericana”. Antes que nada hay que señalar que este ensayo vio la luz antes de que estallara en toda su magnitud  la bancarrota del sistema financiero norteamericano y mundial. No es un análisis de coyuntura, ahonda sus raíces en los substratos profundos de la economía, la sociedad y la política norteamericana.

NAPALM Y COCA-COLA

  Toro Hardy, en mi opinión, siguiendo la clásica distinción del derecho romano entre “auctoritas” y  “potestas”, distingue entre hegemonía e imperio. Tanto un concepto como el otro entrañan la noción de control. Sin embargo, mientras la noción de imperio representa básicamente la coacción, la esencia de la hegemonía viene dada por el reconocimiento que a esa posición preeminente le otorgan el resto de agentes internacionales. La hegemonía deriva de la capacidad para definir la agenda internacional y determinar el marco de referencia del debate. Ninguna objeción a este marco conceptual, siempre que no se pretenda disociar una cara de la otra, todo imperialismo ha aunado su potencia militar con el intento de imponer su visión del mundo a través de la economía y de la ideología. En la Guerra Fría convivieron, ventajosamente para los intereses norteamericanos, el napalm y los B52 con las hamburguesas, la Coca Cola, el Pato Donald o el cine norteamericano, como expresiones de un modo de vida feliz.
  La  época nacida a partir de la Segunda Guerra Mundial es definida como la del multilateralismo cooperativo. Aunque el nombre puede ser algo engañoso, porque da una idea de concertación, en el libro quedan bien caracterizados los ejes de este período. Un entretejido de organizaciones como la OTAN,  el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la organización Mundial del Comercio, la OCDE o el Banco Interamericano de Desarrollo actuaron en un marco de multilateralismo cooperativo, pero reconociendo un solo liderazgo. Los EE.UU.  podían forzar la apertura de los mercados del mundo emergente a sus mercancías, a sus inversiones y a sus servicios a través de estas instituciones. Para acceder a los préstamos del FMI o del Banco Mundial, había que seguir a rajatabla una política económica favorable en lo sustancial a los intereses norteamericanos y los estados se ponían en cola para obtener la bendición de estos organismos.
  El hundimiento del campo socialista en el centro y este de Europa, junto con otros factores como las explosiones sociales y las crisis económicas recurrentes, resultantes de la aplicación de los recetarios neoliberales, o el malestar de numerosos estados ante las concesiones comerciales no recíprocas hechas por los países dependientes en la Ronda Uruguay del GATT, dinamitaron este modelo. La llegada al poder de la administración de George W. Bush significó un salto en la arrogancia del poder imperial. Aprovechando los hechos del 11-S, los EE.UU. desarticularon la compleja red internacional de intereses que habían construido en las últimas décadas. En palabras de uno de los ideólogos de la nueva administración norteamericana, “lo que protege a la civilización de la barbarie no son los pergaminos (sinónimo de diplomacia), sino el poder. Y en un mundo unipolar, el poder de los Estados Unidos debe ser esgrimido de manera unilateral y preventiva si es necesario”. Las consecuencias de este pensamiento en el orden internacional han sido claras: rechazo al Protocolo de Kioto, a la Corte Internacional de Justicia, al Tratado Antibalístico de Mísiles, etc. Esta altivez imperial descansa sobre el incontestable poder militar, el presupuesto de Defensa norteamericano en 2006 fue de 439,3 millardos de dólares. Sólo 15 países sobre la tierra disponen de un PIB superior a esa cantidad. Pero esta cifra está en constante crecimiento. Para el año 2008, Bush solicitó del Congreso la aprobación de un presupuesto de Defensa de 623 millardos de dólares, unos gastos bélicos que representan más del 40% de los gastos mundiales de defensa y equivalen al presupuesto combinado de las siguientes nueve potencias militares que le siguen en la escala planetaria.

ASCENSO DE LOS “NEOCON”

  El segundo capítulo del libro de Toro Ardí se titula “El viraje a la derecha", en el que demuestra un profundo conocimiento de la sociedad norteamericana y sus valores culturales y explica el ascenso de los ”neocon” en el poder de este país. Un sugestivo análisis nos desgrana en estas páginas como una nación que rechaza mayoritariamente las tesis evolucionistas de Darwin- sólo uno de cada cuatro estadounidenses cree que la vida sobre la Tierra es un proceso de evolución natural-, a la vez abraza un feroz “darwinismo social”. El calvinismo que está en la base de la urdimbre constitutiva de la sociedad norteamericana ve a la riqueza como expresión de las bendiciones de Dios y acepta las desigualdades sociales como algo natural. De esta manera, una parte importante de los norteamericanos se opone a la lucha contra la pobreza, aunando criterios ideológicos de clase con la coartada religiosa de que realizar una política de subsidios a partir de una política impositiva sobre las rentas más altas constituye una inaceptable intromisión humana en los planes de la providencia divina. El fundamentalismo cristiano que considera que los EE.UU. son un país elegido por Dios para desarrollar sus planes es hoy la fuerza más poderosa en el Partido Republicano y aglutinante de alrededor del 40% de los votos logrados por Bush. Muy lúcido el análisis del autor sobre las contradicciones dentro del Partido Republicano entre conservadores tradicionalistas que se conforman con preservar el “status quo” y los neoconsevadores  de la Derecha Cristiana dispuestos a remover los fundamentos del orden internacional para evangelizar en el credo liberal capitalista a todo el orbe.
  No queda mejor parado en la disección el Partido Demócrata, pese al enorme desgaste de los republicanos por Irak, la inutilidad del estado en el huracán Katrina o la crisis económico-financiera, el partido que ha aupado a Barak Obama a la Casa Blanca. El Partido Demócrata es definido como una formación sin propuestas o ideas diferentes a las de los republicanos, un partido que asume el viraje hacia la derecha de la sociedad y que en su seno es dirigido por el Consejo de Liderazgos del Partido Demócrata, que es la expresión del pragmatismo de la pasada administración Clinton, un grupo acosado por la derecha de su propio partido articulada en torno a los llamados “Nuevos demócratas”, quienes encarnan valores netamente conservadores. Aunque el libro está redactado un año antes de las elecciones que han llevado a  Obama a la presidencia, ya predice que una alianza entre estos dos sectores significaría una continuidad en los ejes esenciales de la anterior política internacional. El mantenimiento del Secretario de Defensa de Bush en el nuevo gobierno demócrata y los asesores pro-sionistas nombrados por el nuevo presidente confirman esta tendencia.

ESTALLIDOS SOCIALES

  El tercer capítulo lleva por epígrafe “La rebelión de los débiles”  y expresa los estallidos sociales provocados por la lógica extrema de la competitividad económica llevada a las relaciones internacionales. La realidad puso de manifiesto que la creencia generalizada de que moviéndose sin parar hacia el libre mercado y el libre comercio se produciría una aceleración sin pausa en el crecimiento de los países en vías de desarrollo, se reveló como un acto de fe sin contraste empírico. Al contrario, la mano invisible no sólo no funcionó sino que fue creadora de pobreza y destrucción de las mallas de protección social en América Latina y en la Rusia feudo de las privatizaciones y de la mafia entronizada en la dirección política del Estado. Las crisis más relevantes fueron la de México en 1994, la de los tigres asiáticos en 1997-98, la rusa en 1998 y la Argentina en 2001-2002. La economía capitalista se encontró frente a los efectos de una bola de nieve que aplastó todo a su paso. Tanto México toro_hardy_1.jpgcomo Argentina o Rusia habían seguido al pie de la letra las directrices del FMI y del Departamento del Tesoro norteamericano: desregularon el sector financiero, privatizaron masivamente industrias y servicios estatales, liberalizaron su comercio, destruyeron el tejido social en aras de una política fiscal que hiciera atractiva las inversiones extranjeras y, en cambio, el pago a su sumisión no fue el paraíso prometido, sino la ruina económica. La reacción en América Latina contra estas políticas fue fulminante, alimentando diversas formas de resistencia cada vez más coordinadas y organizadas.
  En este contexto, las megafusiones empresariales y las reestructuraciones convergen en un mismo resultado: la crisis global del empleo. Un ejemplo nos sirve como botón de muestra, la fusión en 1998 de las petroleras Exxon y Mobil se tradujo en una fuerza laboral acumulada de 80.000 trabajadores, en contraposición a los 130.000 trabajadores que ambas empleaban antes de la fusión. Cada año, 28 millones de empleos son suprimidos en EE.UU. por la desaparición de empresas. Ciertamente, una buena parte de estos trabajadores recuperan un trabajo meses después, pero lo hacen en peores condiciones salariales y de estabilidad laboral. La tendencia hacia empleos temporales y mal remunerados es imparable en el corazón económico del imperio.

LOS GIGANTES ASIÁTICOS

  El cuarto capítulo se centra en la emergencia de China e India, “El emerger de Chiindia”. Cual dios Saturno, el modelo norteamericano devora a sus propios hijos, la denominada “Nueva Economía”, basada en la tecnología de la información, fue la clave de la expansión económica norteamericana en la década de los 90, pero en el año 2004, 400.000 empleos de este sector migraron hacia la  India y la previsión durante los próximos 5 años es la de un aumento anual de un 40%  en esta tendencia migratoria. Como dice Hardy,  Silicon Valley se está mudando a Bangalore. La razón reside en la implacable lógica capitalista. Cada dólar invertido en la India en tecnología de la información permite economizar 58 centavos con relación a la misma inversión en Estados Unidos, y ello en un segmento de la economía que emplea a 2,2 millones de personas.
  Hasta ahora, la externalización de las industrias había provocado desempleo entre el proletariado industrial, ahora los resultados de la externalización empiezan a tocar a las elites universitarias, a los niños mimados de la “Nueva Economía”. La competencia con India se agrava sobremanera en relación con China, verdadera potencia emergente del siglo XXI. India es, en lo fundamental, una economía de servicios. China, en cambio, es un gigante industrial. La fusión de la industria y la tecnología de la información pueden significar en este país un salto insospechado en el desarrollo de las fuerzas productivas. Según estimaciones de Goldman Sachs, citadas por Hardy, para 2035 China sobrepasará a Estados Unidos como primera potencia económica e India sobrepasará a Japón, asumiendo el tercer lugar. The Economist difiere de este cálculo y estima que el 2020 el PIB  chino habrá superado ya al estadounidense.
  China está estableciendo sólidos lazos de cooperación económica con los países productores de materias primas de América Latina, un comercio que ha crecido el 600% entre 1993 y 2003. Una aproximación que disgusta a Washington, que ve amenazado el dominio sobre lo que siempre ha considerado su patio trasero. El Estado chino no se conforma con este papel de socio comercial y va a proceder a la creación de una agencia especial para invertir en el extranjero una parte importante del millón de millones dólares de los que dispone en reservas internacionales.

COLISIÓN INTERIMPERIALISTA

  Según estos datos, la colisión interimperialsta está servida. No en vano, en Estados Unidos crece la conciencia de que la China actual equivale, en términos históricos, a la Alemania del Kaiser Guillermo II y que pronto exigirá una reordenación del orden económico y político internacional. En este terreno, Hardy por su formación profesional diplomática parece que apunta a que la reordenación se dará con la implantación de un orden internacional con centros de decisión multilateral, “los distintos colores de la economía mundial”. La Historia, en cambio, nos demuestra, que las crisis capitalistas, en combinación con la disputa por el liderazgo económico, el reparto de mercados,  de áreas de influencia y la exportación de capitales, están en el origen de las grandes conflagraciones militares entre los países imperialistas.
  cocacola_y_napal.jpgEl quinto capítulo, “Energía y medio ambiente: las dos caras de la misma moneda”, plantea algo que, por conocido, no deja de ser preocupante. El modelo de vida norteamericano está basado en un consumo de energía desaforado, en el que el 5% de la población del mundo es responsable de, cerca, del 25% de la contaminación planetaria. Se pregunta Hardy qué pasará cuando, de aquí a 2050, 700 millones de ciudadanos chinos se trasladen del campo a la ciudad y aspiren a reproducir el modelo de vida norteamericano. Los datos son elocuentes: China consumía a comienzos de 2000 el 9% de la energía mundial y en 2010 consumirá el 20%. En menos de 10 años, un incremento porcentual de 11 puntos. El infarto ecológico del planeta está garantizado de perpetuarse la lógica del desarrollo incesante y la maximización del lucro privado. A todo ello debe añadirse el carácter limitado de las reservas petrolíferas, lo que nos lleva a una conclusión intranquilizante, la lucha entre China y los EE.UU. por el acceso a las reservas petrolíferas y su conducción a los centros urbanos e industriales será, de aquí a muy poco tiempo, despiadada. Para el año 2025 tanto China como los EE.UU necesitarán importar el 75% de su consumo energético en hidrocarburos.
  Toro Hardy alude al desarrollo de los biocombustibles como sustituto del petróleo, pero también expone sus efectos terriblemente contraproducentes para el desarrollo humano y ecológico. El dedicar la fermentación de cereales, soja, caña de azúcar y girasol a la producción de combustibles está generando un aumento alarmante del precio de estos alimentos, que para una parte de la población mundial, la más pobre, constituye su dieta fundamental. Por otra parte, desarrollar esta fuente de energía supondría dedicar una inmensa cantidad de hectáreas para uso agrícola, lo que incrementaría peligrosamente la deforestación y el uso de fertilizantes, lo que a la postre aumentaría la emisión de dióxido de carbono. Más hambre y más efecto invernadero no son  lógicamente para Hardy una alternativa aceptable al petróleo en su fase agónica.
  Hasta aquí el pasado y qué piensa del futuro inmediato nuestro autor. Como buen científico social enumera una serie de opciones: El derrumbe definitivo del imperio americano, una alianza entre la Unión Europea y los EE.UU. bajo la dirección política de los europeos, un eje euroasiático con Europa, China y Rusia de actores principales, una alianza entre China, Rusia e India, el caos caracterizado por multitud de conflictos locales, la constatación de la existencia de cuatro islas en el nuevo orden internacional que por disponer de abundantes reservas petrolíferas pueden ensayar modelos económico-sociales propios, a saber Irán, Venezuela, Arabia Saudí y Rusia, la guerra imperialista por el acceso a las fuentes de energía y el reparto de áreas de influencia. Todos lo caminos están abiertos y todas las soluciones son posibles, lo único cierto es que el orden internacional surgido tras la caída del muro de Berlín ha entrado en barrena.        
En resumen, un libro que nos hace pensar, que no sigue parámetros adocenados y cuyas conclusiones últimas nos deben guiar a la acción. El autor ya no nos dice más, pero que cada uno metabolice los datos y el análisis a la luz de su praxis social.