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El sida y los delirios imperialistas

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Juan Manuel Olarieta Alberdi

  Hay constancia de la premeditación del Departamento de Defensa de Estados Unidos al difundir el SIDA por todo el mundo. El 9 de junio de 1969, en representación del Pentágono, Donald MacArthur solicitó ante un comité del Congreso financiación para desarrollar un microorganismo capaz de destruir, en un período de 5 a 10 años, el sistema inmunológico humano.Las conexiones de Kissinger con la CIA, con los orígenes del SIDA y el virus del “ébola” fue el título de un discurso pronunciado por el doctor Leonard Horowitz en la XI Conferencia Internacional del SIDA celebrada en julio de 1996. Ante una amplia audiencia, Horowitz presentó una denuncia, exhaustivamente detallada en su libro “Los virus emergentes”, acusando al complejo industrial de la CIA y del Departamento de Defensa norteamericano de haber programado una estrategia genocida.
  Según la tesis que sostiene Horowitz, la CIA, el Departamento de Defensa estadounidense e investigadores de grandes empresas relacionadas con científicos nazis, que posteriormente trabajaron para la NASA, crearon el virus del SIDA con el fin de frenar el crecimiento demográfico en África. La fabricación del agente causante de la enfermedad formaba parte de una estrategia programada por los imperialistas norteamericanos entre los años sesenta y setenta.
  Uno de los componentes de esa estrategia es el malthusianismo y su objetivo, en consecuencia, son las políticas antinatalistas en el Tercer Mundo. Según consta en un informe escrito en 1971 por el entonces secretario de estado norteamericano Henry Kissinger -National Security Study Memorandum 200- “la despoblación debería ser la más alta prioridad en la política de Estados Unidos hacia el Tercer Mundo”. Se trataba de un “asunto trascendental para la seguridad nacional de este país”, cuya economía “requerirá grandes y crecientes cantidades de minerales del exterior, especialmente de los países menos desarrollados”. Antes de alcanzar la dirección del Consejo de Seguridad Nacional, Henry Kissinger ya había recorrido una larga carrera en los servicios de inteligencia de Estados Unidos.

LA CARA OCULTA DEL INSTITUTO NACIONAL DEL CÁNCER

  Horowitz afirma que los primeros virus y retrovirus utilizados como arma biológica fueron canalizados a través del Instituto Nacional del Cáncer. Los investigadores de este Instituto y los científicos militares de Estados Unidos trabajaron juntos durante los años sesenta para crear un virus que pudiera desencadenar diversos tipos de cáncer. Utilizaron monos y otros animales para provocar enfermedades asociadas al SIDA, como la leucemia, el sarcoma y la depresión del sistema inmunológico. El Instituto Nacional del Cáncer utilizó como depósito y centro de producción masiva las instalaciones militares de Fort Detrick.
Las investigaciones emprendidas en esa base se complementaban con los estudios del Instituto Nacional del Cáncer, donde Robert Gallo dirigía su propio equipo en un laboratorio de investigación de tumores. La peculiar ingeniería de guerra biológica de Gallo consistía en extraer el ácido nucleico de virus benignos de monos, a los que luego añadía una recombinación de material genético (RNA de leucemia felina y RNA de leucemia-sarcoma de pollos), con el fin de obtener un virus mutante que ocasiona las enfermedades denominas “infecciones oportunistas” características de los enfermos de SIDA. El siguiente paso consistió en generar cultivos de esta mezcla en leucocitos y en células de tejido fetal humano. Horowitz acusa directamente de formar parte de este proyecto al propio Robert Gallo, quien anunció haber descubierto el virus en 1984, simultáneamente con otros investigadores.
  Una partida de monos, presuntamente contaminados con un surtido de estos virus destructores del sistema inmunológico, fue importada por una conocida empresa -abastecedora de Gallo y del Instituto Nacional del Cáncer- desde su sucursal en Uganda, país en el que, según Horowitz, poseía una colonia entera de primates. Dicha empresa también suministró cobayas de experimentación infectadas a las empresas farmacéuticas para fabricar armas biológicas y vacunas.
Según Horowitz, en 1986 un alto cargo de una importante empresa admitió en una entrevista para la cadena WGBH de Boston haber llevado por error a Estados Unidos el virus del SIDA en monos infectados. Aunque su declaración no se difundió nunca públicamente, en ella el investigador afirmaba que podía documentarse fuera de toda duda porque se conservaba en un archivo sonoro de la Biblioteca Nacional de Medicina. No obstante, la acusación más grave era que seguían suministrándose vacunas contaminadas a seres humanos. Al menos 200.000 vacunas de hepatitis B, contaminadas con virus de monos, se inocularon a niños retrasados de la escuela estatal de Willowbrook (Nueva York), a homosexuales y a la comunidad negra norteamericana.

VACUNAS INFECTADAS

  El doctor Horowitz considera que el Departamento de Defensa de Estados Unidos, la agencia de cooperación internacional norteamericana USAID y el Instituto Nacional del Cáncer participaron en el mismo negocio: vacunas y virus, aislados y transportados de África a Estados Unidos y a la inversa. El SIDA en África siguió el mismo curso de las vacunaciones de sarampión, rubeola, poleo, viruela y hepatitis B, inoculadas a millones de personas, asegura Horowitz. Las empresas implicadas se convirtieron, además, en propietarias de los derechos de comercialización de las vacunas, que fluyeron hacia los laboratorios del Instituto Nacional del Cáncer. Así, las mezclas de varios tipos de virus en cultivos de células humanas y animales, que contaminaron las vacunas distribuidas en África, ofrecen una “explicación plausible” y una coartada científica para afirmar que “nuevos virus estaban emergiendo de esa región del mundo”.
  El recorrido seguido por la epidemia sería la evidencia más clara, en opinión de Horowitz. Los países más azotados son aquellos donde las vacunas fueron administradas con mayor intensidad, un 80 por ciento de ellas en el África subsahariana.
Los datos de doctor Horowitz concuerdan con el informe escrito por Kissinger en 1971, el NSSM 200, eje de las acciones clandestinas de la CIA en África. Dado que su afán reconocido estriba en saquear los yacimientos minerales sobre los que se asienta la población del África subsahariana, un método idóneo que facilitaría el cumplimiento de este objetivo consistiría en diezmarla física y moralmente con el pretexto de la ayuda médica.
  Las sugerencias del NSSM 200 insistían en la idea de impulsar programas obligatorios de reducción de la población en caso de que los dirigentes de esos países no fueran receptivos a tales sugerencias. Si fallaba la persuasión para que adoptasen medidas drásticas que atajasen el crecimiento de la natalidad, aconsejaban retirar la ayuda alimentaria.
  En sus informes, el Departamento de Defensa norteamericano preveía recortes presupuestarios para el complejo militar industrial, ya que el estancamiento de la población en Occidente “produce un alto número de jubilados y, por lo tanto, eleva el desembolso de la Seguridad Social”. Alertaban de que “las bajas tasas de natalidad en Occidente podrían llevarnos a una disminución del gasto militar de Estados Unidos y de la OTAN”. Mientras, el crecimiento en el hemisferio sur se abordaba “como una materia de la misma importancia que el desarrollo de sistemas avanzados de defensa”, y debía ser contrarrestado con urgencia. En este contexto, se decidió utilizar el arma biológica para frenar una supuesta amenaza poblacional a largo plazo.