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Fútbol, Patria y Rey

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   Sólo falta Dios (y los fueros) para que los liberales del siglo XIX hicieran suyo el lema de los carlistas. Máximo d`Azeglio, que fuera primer ministro del Piamonte, antes de la unificación de Italia en 1870 (cuando se ocupó Roma), en el Parlamento de la Italia unificada, pronunció una célebre frase en ciencia política: “Hemos hecho Italia, ahora tenemos que hacer los italianos”. La mayoría de los “italianos” coetáneos de Manzini eran italianos…sin saberlo (como hoy se puede ser de ETA sin saberlo, según el legiferante Garzón).Antes eran piamonteses, lombardos, venecianos, genoveses, napolitanos, toscanos, sicilianos o de la Romaña como el socialista Mussolini antes de volverse fascista. O romanos. Cuando el rey Víctor Manuel entró en Nápoles al grito de ¡Viva Italia!, muchos napolitanos supusieron que se refería a la esposa del monarca. Es una anécdota pero que refleja cómo se “construye” una nación por la burguesía, al menos donde hubo revolución burguesa. Todavía quedan resabios y hoy Italia se divide entre el Norte (industrioso) y el Sur (rural).

 Jon Odriozola

   En España –o el Estado multinacional español; Franco, por cierto, empleaba multitud de veces la expresión “Estado español”- todavía en materia de historiografía la doctrina no es pacífica acerca de si, aquí se fraguó o no una revolución burguesa. Simplificando mucho, digamos que están quienes sostienen que la “nación” española surgió a raíz del levantamiento popular (de ahí que se les llamara “levantiscos”) contra la invasión napoleónica y quienes la datan de la época de los Reyes Católicos (quienes, a todo esto, en vida, nunca supieron que se los llamara de ese modo –católicos-, al igual que Colón se murió creyendo haber llegado a Cipango (Japón) y no a América.)
  Los españoles tienen un problema que ni Houston podrá resolver nunca: no saben que lo son, o, mejor dicho, hay que recordarles constantemente que lo son. Acostumbrados a trabajar y ser explotados, lo mismo en el campo que en la fábrica, no tienen tiempo de pensar –y reconocer- si son españoles ni otras exquisiteces. Hubo intentos castizos, tipo “zoy españó, casi ná”, que pintaba al español como un paleto del que se reían (en las películas de Paco Martínez Soria) los demás españoles “cultos”, olvidando muy pronto los pelos de la dehesa de la que provenían.
  Para Américo Castro, talentoso y gran hispanista, el término mismo “español” era un extranjerismo proveniente del Mediodía francés provenzal u occitano que, desde el siglo XI, comerciaban con los “españoles” de la Península (o sea, ojo, con los musulmanes).
  Si España hubiera existido ya como denominación de origen, vale decir que el hipocorístico hubiera sido –hubiera tenido que ser por fuerza- “españón” y no “español” (gentilicio típico occitano). Estaba la Hispania musulmana y los cristianos que se llamaban asturianos, gallegos, leoneses, castellanos, navarros (ergo:vascones), aragoneses y catalanes. Lo que unía a éstos no era “sentirse” hispanos (pues estos eran los moros –a Marx le llamaban sus hijas “el Moro” y no pasaba nada; lo digo por si hay algún susceptible- de Al-Andalus), sino ser “cristianos”. Para Rafael Lapesa, el vocablo “español” es un provenzalismo. Y no lo considera un desdoro.

MEMORIA A GARROTAZOS

  Con la “generación del 98”, el llamado “problema de España” pasó a ser casi un tema recurrente, como un género ensayístico y literario (la lista no cabe aquí). Los intelectuales falangistas (que los había) resolvieron la cuestión muy a su manera y sabor, o sea, en dos patadas:”España sin problemas” (por ejemplo, Laín o el opusdeísta Calvo Serer). Los primeros no discutían la integridad de España, pero “les dolía”.Los segundos, por descontado, no cuestionaban la “unidad” de España pero, más avisados, no la querían “ni roja ni rota”. O sea, como hoy.
A los españoles ha habido que refrescarles la memoria o bien por la vía intelectual (en una España semianalfabeta o analfabeta funcional) o por la vía más expeditiva del garrotazo, que es la que hemos conocido bajo el franquismo. Antes, para ejercer de “español”, estaban los ateneos, las Universidades, las tertulias, los periódicos (toscos y de cíceros enanos) y una incipiente radio. Pero no había televisión (en la Alemania nazi sí, incluso en color, pero en mantillas, pero lo decisivo, al menos en parte, a la hora de hacer propaganda, fue la radio que, por ejemplo, tanto usara Queipo de Llano en la guerra civil). No era fácil hacer patriotismo (quedaba el cine y los preceptivos y obligatorios No-Do).Y menos “españoles”. Los nativos estaban demasiado ocupados en sobrevivir como para preocuparse del lábel de españolidad. No había metafísica de España. Y muerto Franco, ¿qué? ¿Cómo volver a recordar a los (malditos) españoles que lo son con maneras más suaves y no a hostia limpia? Mencionamos los medios de comunicación (o así llamados), pero no dijimos nada del primer estupefaciente –Marx diría opio-  para somatizar (y sodomizar, como quien dice) al vulgo, a la plebe. Nos referimos al fútbol.
  Sabíamos que el fútbol es la única religión que tiene herejes, pero no ateos. Yo mismo soy un fanático (el burro por delante, para que no se diga). En otro tiempo era moda intelectual “pasar” del fútbol (algo para la chusma, algo necesario para el “pueblo” igual que la religión, como decía el deísta Voltaire y la aristocracia). Yo nunca “pasé”, seguramente porque nunca he sido un intelectual. Ahora, hasta el presidente del Gobierno te dice de qué equipo es: eso “humaniza” mucho, te acerca a las “masas”.
  A un español ya no se le puede convencer de que lo es a través de la razón (si ésta se usara, se sabría que “España” no ha existido jamás, pero, a veces, de una mentira –repetida mil veces- se puede inferir una “verdad”) o de la persuasión.
Sólo queda la manipulación de las emociones dizque el fútbol (o la gastronomía o los toros o el “sol español”, yo qué sé). Las elites, la “clase política”(expresión acuñada en 1884 por el “politólogo” Mosca) jamás han creído en sus pueblos ni ninguno en quien no ven sino amalgama y garrulería, mano de obra y fuerza de trabajo, pero, tratándose de medios de comunicación (¿), es conveniente tenerlos crédulos y controlados por, al menos, dos razones: primero, son masas –rebaños que necesitan pastores- que gastan comprando periódicos o escuchando a gurús o “macarras del micro”, tipo José Ramón de la Morena (o antes “Butanito”), que se pelean -compiten- por una anónima “audiencia” cuyos “shares” sirven en bandeja a las agencias publicitarias (función crematística, que diría Aristóteles) y, segundo, hacemos patria contando y cantando triunfos y epinicios pindáricos de los deportistas españoles (que cotizan en Andorra o Montecarlo), o sea, a los españoles les enseñamos el orgullo de serlo (función ideológica).

“EN PIE, QUE SUENA EL HIMNO NACIONAL”

   No hace falta ser licenciado en psiquiatría para saber que cuando se incita a vociferar (en la cadena SER yo le oí a José Domingo Castaño decir: ”señores, en pie, suena el himno nacional”. Ese himno que no tiene letra y los pone amarillos de envidia cuando lo ven tararear a los jugadores de otras selecciones; menos mal que Raúl y Sergio Ramos, prototipos del “atrévete a pensar” kantiano, miran hacia el cielo poniendo los ojos en blanco), a cuenta de algún éxito deportivo, sea la Eurocopa de fútbol o un campeonato de canicas, el “yo soy español” (o el repugnante y belicoso “A por ellos” de Victoria (dálequete) Prego, aunque por otros motivos menos prosaicos), hay algo que invita a pensar que no se está muy convencido del slogan o leyenda. Si siempre lo fuiste –español-, ¿a qué fardar, blasonar o fanfarronear (si se fuese de Bilbao se entendería) de ello? He aquí una pregunta sencilla propia de Diógenes el Quínico (que no cínico). Gritos, aullidos, bestiales, tribales, prenacionales. En la batalla de Valmy (1792), el ejército francés revolucionario derrotó a los prusianos al grito, como nos recuerda Pierre Vilar, de ¡Viva la nación! Y no ¡Viva el Rey!
  Tengo amigos que me dicen que esto obedece –siguiendo con pautas freudianas- a un “complejo de inferioridad”. A sacar pecho para sublimar otras carencias. Es posible, pero no estoy seguro. Sostengo que son creaciones –“construcciones”, aunque este término no me acaba de convencer-  o sociologemas o retoremas interesados, si no elaborados en un laboratorio como quien “destila” ideología, sí impulsados por la ideología dominante y la autocensura de quien sabe lo que le conviene a él y a quien le paga.
  Hoy ya no hace falta que el Ejército vele por la sagrada unidad de la patria (aunque ahí está el artículo octavo de la Constitución, verdadera aportación original del Derecho Constitucional español a Europa y el mundo mundial). Su misión la cumple la TV, la radio y la prensa. A través del deporte (¿) nos recuerdan que somos españoles: ”yo soy español” (y tal y tal que diría el impagable Jesús Gil y Gil y Tal y Tal), ¿no es maravilloso?
  Yo me lo tomo a chufla, pero ni desde los tiempos de Quevedo (que era bastante reaccionario, aunque pase por otra cosa) se ha visto tamaña decadencia. O, mejor que decadencia, que es una palabra con cierto aura y “spleen”, elegancia y “glamour”, (las ruinas de Grecia, verbigracia), sería hablar de degeneración. Ni ellos creen en lo que dicen. Se ríen de todo menos de la voz de su amo. Nil novi sub sole.