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Melchor Rodríguez, “El Ángel Rojo”

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El extraño caso del anarquista compasivo

Juan Manuel Olarieta Alberdi
   La reacción siempre ha presentado una versión truculenta y negra del anarquismo, como un movimiento violento, sanguinario, ejecutor de atentados implacables con bombas. Pero hay otra faceta desconocida de este movimiento tan hispánico que la memoria histórica no puede olvidar. Se trata de la biografía de Melchor Rodríguez García, el torero anarquista, quien durante décadas demostró que las vicisitudes de los libertarios aún están por escribir. A Melchor Rodríguez los franquistas le apodaron “El Ángel Rojo”, porque representó el lado amable, humanista, filantrópico y cariñoso de los anarquistas hacia la sociedad que les rodea. Pero en una sociedad dividida en clases ¿se pueden repartir los afectos?.

  Durante la República, desde noviembre de 1936 hasta marzo de 1937, fue delegado de prisiones, cargo desde el que se preocupó por sostener en pie una de las cloacas más oscuras del viejo Estado burgués, y ahí empezó una de esas paradojas de la vida, que encomienda el mantenimiento de los muros del Estado a los partidarios de derribarlos. Dado el estereotipo del anarquista peninsular, cualquiera habría pensado que Melchor Rodríguez era el zorro cuidando de las gallinas. Pero si a alguien se le pasó esa imagen por la cabeza, erró de plano. El enemigo del Estado demostró ser su más devoto servidor. Aquel fiero anarquista expulsó a los milicianos que custodiaban las cárceles madrileñas y restituyó a los viejos y siniestros carceleros en sus puestos. El 4 de diciembre de 1936, tres militantes de la CNT se personaron en la cárcel de Porlier (Madrid) acompañados por Melchor Rodríguez, desarmaron a los milicianos y los encerraron en celdas individuales. Gracias a los anarquistas, los funcionarios volvían a sus funciones de siempre, como si nada pudiera cambiar nunca por la dura inercia de la costumbre.
 melchor_rodriguez.jpg ¿No había cambiado nada en España pese a la guerra? Sí, las cosas habían cambiado mucho, porque el 18 de julio fue una verdadera revolución. Sobre todo habían cambiado los huéspedes de las cárceles. Allá donde siempre estuvieron los pobres, ahora estaban los ricos. Las cárceles estaban repletas de fascistas sanguinarios, curas, militares, oligarcas y especuladores. Esos momentos extremos, cuando no hay más que dos bandos, carceleros y encarcelados, son perfectos para la definición, y ahí Melchor Rodríguez tuvo la suya: se posicionó con los encarcelados en contra de los carceleros.
  El problema estuvo en que, a causa de la revolución, los bandos habían cambiado la posición que siempre tuvieron en la historia y, desde su privilegiada atalaya de poder, el anarquista Melchor Rodríguez trabó muy buenas relaciones personales no con los carceleros sino con los encarcelados, relaciones que luego se trocaron en comerciales. La actuación más destacada del torero anarquista fue el 9 de diciembre de 1936 y no fue en el ruedo precisamente. El bombardeo de Alcalá de Henares por las hordas franquistas, que causó numerosas víctimas, enardeció a las masas de la ciudad, que se presentaron espontáneamente a las puertas de la cárcel acompañados de unos 200 milicianos armados para ejecutar a los fascistas que allí estaban presos, entrando algunos hasta el mismo despacho del director de la cárcel, donde exigieron la apertura de las celdas en las que estaban encerrados los fascistas.

EL SALVADOR DE MUÑOZ GRANDES

  Rodríguez volvía a posicionarse en otra situación extrema: se presentó personalmente en Alcalá de Henares, dando la orden de proporcionar armas a los fascistas presos para enfrentarse a los asaltantes. Así impidió la ejecución de los más de 1.000 fascistas allí recluidos. Pero la cárcel de Alcalá de Henares no fue el único caso. Entre los que salvaron su vida gracias a Melchor Rodríguez estaban el general Muñoz Grandes, el general Valentín Gallarza, el nazi Ramón Serrano Suñer, el falangista Rafael Sánchez Mazas, Miguel Primo de Rivera, los hermanos Luca de Tena, Gómez Ulla, el futbolista Ricardo Zamora, Margarita Larios, el locutor de radioBoby Deglané, Raimundo Fernández-Cuesta, el ministro Alberto Martín Artajo, Blas Piñar y otros.
Naturalmente que, una vez salvados, los fascistas se pusieron a fusilar a mansalva a los de siempre. Para eso los salvó Melchor Rodríguez. Al final de la guerra, junto con Cipriano Mera, Melchor Rodríguez participó en la traición de Casado en Madrid, quien le nombró alcalde de la capital. En tal condición fue el encargado de rendir el ayuntamiento republicano al fascismo el 28 de marzo de 1939.
  Fue detenido, procesado y condenado. Durante el juicio, el general Muñoz Grandes, condecorado por los nazis con la Cruz de Hierro por luchar contra los bolcheviques al frente de la División Azul, testificó en su favor. Gracias a esta intervención y a otras de altos jerarcas franquistas, con sólo un año y medio de prisión fue puesto en libertad. Cuando en la capital se fusilaban por millares a simples antifascistas e incluso a niñas, como las “13 rosas rojas”, los fascistas sabían premiar a quienes les habían prestado valiosos servicios, como Mera, Ajuriaguerra, Maurín o el propio Melchor Rodríguez.
  En la posguerra no pasó apuros. Fue conocida su cercanía a algunos caciques, estraperlistas y especuladores del franquismo que traficaban y se enriquecían con el hambre de las masas. En su época de carcelero mayor había trabado amistad con ellos y les había consentido numerosos favores.
  El régimen franquista llegó a condecorar a este anarquista tan compasivo con la más negra reacción. En 1972 su entierro tuvo rango de funeral de Estado, con presencia de ministros franquistas y anarquistas. Sobre su ataúd, cubierto con la bandera anarquista y un crucifijo, se rezó un Padrenuestro y se cantó “A las barricadas”.