Juan L. Rincón Ares.
Hay quien mantiene que toda la buena narrativa es ficción y, por tanto, que quien no sabe inventar no podrá escribir una buena novela. Pero, en ocasiones, yo creo que quien no ha vivido no puede contagiarnos de la vida en ninguna narración.
Y si algo queda claro en “La mirada infinita” (Alcalá Grupo Editorial) es que la vida de Ketty Castillo, que se infiltra en su novela a borbotones, ha sido más ancha que larga –“oblonga”, que dirían Les Luthiers- y quienes hemos tenido la suerte de compartir con ella algunos episodios veremos con alborozo asomarse, con su camuflaje literario, a personajes muy queridos.
Y Cuba, la gran pasión de la vida de Ketty, en el centro. Ketty defiende sin ambages los logros de la revolución cubana y los esfuerzos por seguir de pie frente a quienes se empeñan en humillarla. Sin matices, apasionadamente, como ella misma. Y con ese lápiz solidario dibuja el paisaje donde Andrea persigue obstinada -como la misma Ketty- la pista de su abuelo Francisco Padial recorriendo la isla y la historia. Salpicando la historia de cosas de Cádiz y de Cuba en una narración sin desperdicio que nos hace sonreír y pensar a la vez.
Hoy, mientras la amistad internacionalista de Venezuela y Bolivia alivia el bloqueo imperialista, la mirada de Ketty sobre Cuba, aliñada dentro de una apasionada historia de amor, es más infinita y necesaria que nunca para entender cómo la revolución de una isla diminuta ha conseguido resistir más de medio siglo de huracanes de viento y de dólares.
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