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Pedro Miguel Lamet:

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“Juan Pablo II tenía la idea de hacer un sandwich entre Polonia y España para recristianizar Europa desde una visión fundamentalista”

  Pedro Miguel Lamet, poeta, escritor, y periodista, nace en Cádiz el 13 de marzo de 1941. Ingresa en la Compañía de Jesús en 1958, donde obtiene licenciaturas en Filosofía, Teología y Ciencias de la Información y diplomatura en Cinematografía. Posteriormente ejerce como profesor de Estética y Teoría del Cine en las Universidades de Valladolid, Deusto y Caracas, sin abandonar nunca la crítica literaria y cinematográfica. A partir de 1977 escribe como columnista y enviado especial del diario Pueblo de Madrid y, en 1981, es nombrado director del semanario Vida Nueva, revista de la que había sido sucesivamente redactor y redactor-jefe desde 1975. En los años ochenta, Pedro Miguel Lamet trabaja sucesivamente en Radio Nacional de España, el semanario El Globo, El País  y Diario 16, del que ha sido hasta su desaparición redactor y columnista. Es el actual director de la revista bimestral de desarrollo personal A vivir. Como escritor, ha cultivado la poesía, el ensayo, la biografía, la crítica literaria y cinematográfica. Como poeta ha sido incluido en la “Generación poética del posconcilio”.

Evaristo Villar y Benjamín Forcano

- Han pasado más de 30 años desde que se inició la Transición  española. Tú, como permanente cronista del acontecer religioso en España, ¿cómo valoras el papel de la Iglesia en la Transición? ¿Encuentras en ella momentos significativos y dispares?
-Es evidente que la figura clave en ese período es el cardenal Tarancón, en alianza, como todo el mundo sabe, con el padre Patino. Su postura refleja lo que es entonces la Iglesia española, hace un gran esfuerzo por lograr la independencia entre la lamet.jpgIglesia y el Estado y marca las reglas de juego para  su discusión. Logra que la Iglesia abandone  la imagen que traía del franquismo y del nacionalcatolicismo. Dentro de ese proceso, cabe señalar un momento clave, cuando Juan Pablo II viene a España. Está acompañado en su papamóvil por el cardenal Tarancón y el Papa no le dirige la palabra. Fue una señal clara de la incomprensión del Papa hacia él. El Papa tenía la idea de hacer una especie de sandwich entre Polonia y España y abarcar así a Europa y recristianizarla desde una visión fundamentalista. El pontificado de Juan Pablo II influye notablemente en España y se nota en los nuevos nombramientos de obispos, que son, obviamente, mucho más mediocres que los anteriores. La espiritualidad conservadora predomina sobre el diálogo y el entendimiento con las autoridades civiles.

 

-¿Crees que si hubiera estado Tarancón o alguien que siguiera su línea, se habría dado la vinculación que la Iglesia ha tenido estos últimos años  con el PP?
-No. Si los obispos eran nombrados por Juan Pablo II, lo eran  para  continuar su línea. Y después, la de Ratzinger. De hecho, la iglesia jerárquica española es mucha más conservadora que la de muchos países de Europa.  La actitud neoconservadora, apoyada en los movimientos Opus Dei, Neocatecumenales, Comunión y Liberación, etc., sigue la línea de Juan Pablo II. Aquí no se ha dado todavía la transición y la prueba de ello es que cuando Benedicto XVI llega a Valencia, los obispos españoles no consiguen que diga lo que ellos quieren, es decir, que dé leña al gobierno español. El Papa se limita a hablar de la familia, en una línea conservadora, ciertamente, pero a un nivel universal, no español. Todo esto constituye una sorpresa frente al catolicismo de los movimientos conservadores que piden al Papa una mayor agresividad. 

-¿Compartes el diagnóstico de la CEE (Conferencia Episcopal Española) cuando habla de una alarmante ola de laicismo y relativismo en la sociedad española?
-No lo comparto en absoluto. El problema de los obispos es que no se han tragado la pérdida de su protagonismo, no han aprendido a perderse en la sociedad como un fermento humilde, que da testimonio. Un obispo no es un dios, ni un personaje equivalente a lo que puede ser un  ministro  o un  directivo de la sociedad. Eso no se lo han tragado. La actitud que se ha producido es consecuencia de una Iglesia que, de puertas abiertas, se convirtió en un castillo de cuarteles de invierno que tiene que defenderse de alguien. Si tú tienes que defenderte de alguien, te olvidas que tienes que proclamar una Buena Noticia y que tienes que dar la alegría a los demás.    

-¿Por qué, y de eso tenemos experiencia fehaciente, en la Transición, la jerarquía católica propende a aliarse con la derecha?  ¿Y por qué los documentos de la jerarquía parecen que  no llegan a la sociedad y no responden a un análisis riguroso de esa realidad?
-Hay dos factores. La unión con la derecha ha sido un vicio de la Iglesia desde hace muchos años. Afortunadamente, con Tarancón parece  que se suavizaba y  encauzaba de otra manera, pero ha vuelto de una manera tremenda, y además, no sólo con la derecha, sino con  la derecha de la derecha, con el sector de la derecha más conservador. Y respecto a los documentos, eso les ha pasado siempre a los obispos: tienen un lenguaje teológico, muy de sacristía, difícil de ser comprendido por la gente, y tienen  pavor a los medios de comunicación social. Este alejamiento, superado en  figuras como Arrupe, Helder Cámara, Casaldáliga, que son normalmente directos  hablando, es innegable. concentracion_parroquia.jpg

- En relación con la ciencia, ¿crees que se puede  seguir dando la batalla en cuestiones de biogenética y bioética, en el aborto y la eutanasia, en la investigación con embriones y células madre, etc., sin una revisión previa de la relación entre la fe y la ciencia?
-En primer lugar, diría que “da igual” la posición  que tome la jerarquía. La ciencia va a seguir adelante, nadie puede pararla, incluso conculcando valores importantes, porque no todo es santo en el campo científico. El material bioético es muy delicado, no se puede jugar con él. Pero esto ha ocurrido siempre con el progreso, la Iglesia va detrás, a la zaga, y no creo que sea bueno. Los personajes que han intentado dialogar o abrirse, o han sido quemados por la Inquisición en su tiempo o, en este tiempo, son condenados o marginados. Pero yo no metería todas estas cosas en un saco: todo esto es bueno y hay que hacerlo, sino que hay que actuar con mucha prudencia, pero siempre en diálogo y buscando la verdad entre todos. La verdad no es como un bloque cerrado, en el cual todo está dicho. El tema de la eutanasia, de las células madre, del mismo aborto tiene muchos matices y ha suscitado muchas discusiones. La Iglesia debería estar como en un foro abierto, para no dar soluciones cerradas.
 
-A la vista están dos de las  últimas intervenciones de la CEE , una como censura  contra el libro de Pagola y otra con medidas previsiblemente  más duras contra  José Mª Vigil, por su libro “Teología del  pluralismo religioso”. ¿Es esto una manifestación  de los aires que llegan de Roma o se puede descubrir algo autóctono en los movimientos de la Iglesia Española actual?
-El cardenal Ratzinger,  siendo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cumplía con un papel, que le pedía el Papa Juan Pablo II  y que –yo lo veo cada vez más claro- era rígido e intransigente. Cuando Ratzinger consigue llegar a ser Papa, tiene un momento en que cambia el chip. Dice: yo tengo que ser Papa de todos. Es más amplio con la vida religiosa, con los jesuitas, con otros, no es tan exclusivista con los movimientos, tiene por ejemplo el dato curioso de la condena de Maciel, presidente de los Legionarios de Cristo. Creo que ha habido, a nivel de iglesia jerárquica universal, como una bajada del listón de las condenas.  Incluso la misma condena de Jon Sobrino, pese a que ha sido larga y dura, en realidad no ha sido nada, porque al final no le quitaron la cátedra. Creo que aquí hay más postura del servidor que quiere complacer al de arriba, pensando que al de arriba le gusta esto, que postura de presión  por parte del Vaticano para que esto suceda. Creo que hay -no digo mucha- pero un poco más de tolerancia en Roma que la tolerancia que hay aquí. Tenemos unos personajes (el secretario de la Conferencia Episcopal, José Antonio Martínez Camino, jesuita, cardenales como Rouco y Cañizares, además de Fernando Sebastián y otros) que son nombramientos que vienen de Juan Pablo II, que quieren ser más papistas que el Papa, que están dominados por una derecha política, obsesionados por la derecha política. Todo eso influye.

-¿Qué se puede decir de la aplicación de los Derechos Humanos al interior de esta Iglesia? ¿Es posible que esta forma de Iglesia reconozca algún día la igualdad de la mujer (hasta su ordenación como obispa), el reconocimiento de los sacerdotes casados, la admisión a los sacramentos de los divorciados, la dignidad de los gays y lesbianas, etc.?
-A mí me parece que hablar de derechos humanos en la Iglesia es algo fuera de contexto. Creo que en el Evangelio no habría que hablar de derechos. Somos hermanos, nos queremos, nos respetamos. Entonces, acudir a un referente laico y civil para un entendimiento dentro  de la Iglesia es como si a Jesús uno de los discípulos le dijera: “Oye, yo tengo derecho a que me escuches”.  Pero tú, ¿de qué vas? Yo que estoy hablando contigo, que  te quiero, que soy tu amigo, que he venido a traer el fuego a la tierra, esto ¿qué es? Estamos hablando de derechos porque esto se ha convertido en una institución fría, tan lejana del Evangelio que hay que hablar de derechos. Creo que lo que hay que hacer es una conversión de la Iglesia al Evangelio.  Miremos a gente que lo  ha vivido así: Arrupe, Casaldáliga... Por ejemplo, cuando tú llegabas a Arrupe, tú sabías que te quería más a ti que a la Compañía de Jesús, que a la institución. Esto es fantástico. Porque eso es el Evangelio. Y cuando tú quieres a  una persona, a un gay, que se ha casado, tú le das posibilidades para que viva como persona y no lo metes en un corsé. Está la persona  por encima de la institución y de los socialismos. 

-Ha habido, por parte de intelectuales y políticos (Federico Mayor Zaragoza, José Luis Zapatero, etc.) la propuesta de una Alianza de Civilizaciones. Estaría en esta onda y resulta interesantísimo. Pero, ha caído como en el desierto, no ha habido ningún apoyo ni movilización por parte de la Iglesia católica.
-¿Cómo van a apoyar eso si viene de Zapatero? Partimos de un presupuesto imposible. Por otra parte, la idea de Zapatero de  Alianza de Civilizaciones no coincide con la posición de Juan Pablo II ni de Ratzinger, pues éstos, de algún modo, lo que están defendiendo es la cruzada de conquista, de que la única verdad es la nuestra y, por tanto, hay que difundirla. No es ir a las otras culturas, encontrarlas y ver qué aspectos son positivos. Recuerdo que Arrupe, cuando llegó al Japón en los años 40, se puso a aprender muchas cosas y preguntaba a los monjes budistas qué pensaban y cómo era su espiritualidad. Postura de humildad, de apertura con las religiones, con el mismo marxismo. Todo aquello se ha ido al traste.