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De pecadora a princesa

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    Un relevante acontecimiento de Estado tiene lugar en la Almudena el 22 de mayo de 2004: la boda entre Felipe de Borbón y Leticia Ortiz. Pero antes de llegar hasta ahí, el Príncipe de Asturias y la ex periodista tienen que pasar un pequeño trámite reglamentario.
   Mientras el cardenal Rouco Varela, que va ser el oficiante y máximo responsable de la boda, se mantiene en silencio, y con él la cúpula de la Conferencia Espiscopal, teólogos y, sobre todo, canonistas piden a la Iglesia que actúe con seriedad y no conceda privilegios a los distinguidos novios. Tras el anuncio oficial del inminente enlace, la ofensiva de los católicos que no dejan pasar ni un incumplimiento del reglamento arrecian con motivo de la petición de mano, en noviembre de 2003.
Los teólogos le piden al riguroso e integrista arzobispo de Madrid que deje claro que “todos somos iguales ante los ojos del Señor”. Y los canonistas, que aplique la actual legislación eclesial, según la cual, Letizia Ortiz deberá pasar un “examen religioso especial” para garantizar ante la Iglesia “la seriedad” de su repentina reconversión al catolicismo y la autenticidad de su inesperado descubrimiento del matrimonio canónico. La ex presentadora de TVE se había casado por lo civil en 1998, en primeras nupcias, con su profesor de Lengua Española en el Instituto Ramiro de Maeztu de Madrid, Alonso Guerrero. Durante el tiempo que convivió con él proclamó, de forma permanente y exaltada, su ateísmo y republicanismo, de modo especial en la casa de Almendralejo donde pasaban fines de semana y períodos de vacaciones, sede de exquisitas reuniones en las que participaban ella, su marido y el “intelectualizado” círculo de amistades que le rodeaba. 
  principes.jpgFederico Aznar, decano de Derecho Canónico de la Universidad Pontifica de Salamanca, que depende de la Conferencia Episcopal, afirma en el diario El Mundo que Letizia Ortiz “deberá pasar un trámite especial antes de casarse”. Es decir, desde el Arzobispado de Madrid, el cardenal Rouco o alguien en su nombre deberá plantearse cuestiones como “¿qué le indujo a contraer matrimonio anteriormente por lo civil?” o “¿por qué quiere ahora contraer matrimonio canónicamente?”, explica el especialista en casamientos católicos. Aunque la respuesta parece evidente, hay que dejar constancia oficial de ella ante algún notario del Señor. 

  Algo de favoritismo sí parece que existe, porque los novios se libran de hacer los cursillos previos al matrimonio canónico, aunque no se escapan de varias charlas con monseñor Estepa, que es el encargado expresamente de la delicada tarea de examinar las intenciones religiosas de los contrayentes y prepararlos lo mejor posible para la recepción del sacramento del matrimonio. Don José Manuel Estepa, que ha sido arzobispo castrense durante 20 años, tiene los galones de general de división y, además, es un hombre de confianza de la Casa Real y del cardenal Rouco. Monseñor Estepa es el que se ha encargado, durante años, de dar la bendición al Rey tras ser partícipe de sus jugosas confidencias a través de otro sagrado sacramento, el de la confesión.
Consciente de que los jóvenes de hoy son menos religiosos que sus mayores, monseñor Estepa intenta refrescar a los novios el “abc de la fe”, centrándose en cinco grandes capítulos: Dios, Cristo, la Iglesia, los sacramentos y la moral católica. Además, a efectos más prácticos, les recuerda las grandes oraciones clásicas de los católicos: el Credo, el Padrenuestro, el Ave María, la Salve o la señal de la Cruz. Finalmente, Leticia Ortiz tiene que rellenar un formulario del arzobispado de Madrid, en el que la compareciente manifiesta, bajo juramento, “que, pese a su condición de bautizada y fiel hija de la Iglesia, sabiendo que el matrimonio civil no es verdadero matrimonio, tal como ha sido instituido por Dios y la Iglesia lo tiene regulado en el Código de derecho Canónico, no obstante, lo contrajo”. Y, además, se ve obligada a explicar las razones de tamaño desafuero.
El caso es que, pese a estar divorciada y haberse proclamado republicana y atea en tiempos anteriores, Letizia Ortiz se casa de blanco y por la Iglesia, el 22 de mayo de 2004. Jurídicamente podía haberse producido cierta disputa entre el arzobispo castrense y el arzobispo de Madrid por oficiar tan sonada boda, pero es por fin el poderoso cardenal Rouco quien se encarga de dar la sagrada comunión a doña Letizia en La Almudena. Eso sí, acompañado por el nuevo arzobispo castrense y capellán de la Casa Real, monseñor Pérez González. La boda entre el príncipe Felipe y la ex periodista es la primera que se celebra en la catedral de la Almudena, en Madrid, pero no en lo que es el templo propiamente dicho. La cripta ya había acogido enlaces matrimoniales, ninguno de tanto copete, desde que fue consagrada por el papa Juan Pablo II, el 15 de junio de 1993.

  La coreografía estaba diseñada desde hacía tiempo. El liturgista de la archidiócesis madrileña, Andrés Pardo, tenía preparada la solemne celebración de los esponsales del Príncipe Felipe desde la época en la que su boda con la modelo nórdica Eva Sannum parecía inminente. Con leves toques, la ceremonia es la misma: sencilla, pero solemne, como corresponde.
En junio de 2004,  Juan Pablo II bendice la boda de Felipe de Borbón y Letizia Ortiz. “En época de sequía secularizadora, cuando, en vez de conversiones, lo que abunda es la apostasía o, al menos, la indiferencia religiosa, la conversión de la Princesa de Asturias es una perla para la Iglesia católica”, escribe José Manuel Vidal en El Mundo. “La presencia en Roma de Leticia Ortiz es un auténtico spot publicitario planetario para el catolicismo. Don Felipe y Letizia, de negro, arrodillados ante el Papa, que los bendice. Es el broche de oro de la conversión de la princesa”. Y concluye el cronista de temas religiosos del diario: “A Letizia Ortiz la bautizó un cura desconocido en Oviedo, pero la casó el cardenal Rouco en la Almudena ante medio mundo y, previamente, la confirmó en una ceremonia privada en la Zarzuela. Del bautismo a la fe sociológica, pasando por la conversión y el acceso a una fe adulta. Con el sello de la confirmación y la eucaristía. Y con el broche de la bendición papal. El trono y el altar de nuevo hermanados. Sublime capacidad de la Iglesia para seguir convirtiendo a pecadores en santos”.