El Otro País de este mundo

BIenvenidos a la página web de El Otro País

  • Incrementar el tamaño de la fuente
  • Tamaño de la fuente predeterminado
  • Decrementar el tamaño de la fuente

El “divide y vencerás” en la estrategia del imperialismo en Oriente Medio

Correo Imprimir PDF

Ángeles Maestroangeles-maestro.jpg

  Si el capitalismo llegó al mundo chorreando lodo y sangre, el imperialismo en periodos de crisis tan profunda como la actual muestra su determinación a destruir todo lo vivo para seguir alargando su agonía. Cuando la mano invisible del mercado se debilita hasta la extenuación, el puño de hierro se hace más mortífero que nunca. La extracción de plusvalía sólo se asegura incrementando exponencialmente la explotación y la lucha a muerte por las materias primas dibuja nuevos escenarios de guerra.
La estrategia de la dominación imperial se desenvuelve en el marco de una agudización sin precedentes de la lucha de clases en la que los trabajadores y los pueblos pueden percibir con claridad que el único futuro que les ofrece el capitalismo es su aniquilación. El objetivo de este trabajo es recordar cómo el imperialismo ha utilizado los conflictos históricos entre estados y la exacerbación de los conflictos internos para asegurar su hegemonía depredadora en las últimas décadas.

EL CASO DE IRAQ E IRÁN

- La identidad nacional y la industria petrolera
  Iraq e Irán son dos importantes potencias regionales, con un importante desarrollo demográfico y tecnológico y con una fuerte identidad nacional. Ambos países se sitúan en los primeros lugares del mundo en cuanto a reservas y producción de petróleo y de gas con bajos costes de extracción. Irán produce cerca de cuatro millones de barriles por día. Iraq extraía, antes de 1991, tres millones de barriles diarios y cuenta con las segundas reservas más grandes del mundo.
Iraq, junto a Palestina, era un referente fundamental de la identidad árabe, con políticas claramente antisionistas y antimperialistas. Iraq nacionaliza el petróleo en 1972 –al tiempo que lo hacen Argelia y Libia–, después de un periodo de revueltas populares que acaban con la monarquía títere de Gran Bretaña. A la expropiación de la compañía británica Irak Petroleum Company le sucede un embargo total que dura varios años.
En Irán, en 1953, el primer ministro Mohammad Mosaddeq fue derrocado, en un golpe orquestado por británicos y estadounidenses, tras intentar nacionalizar el petróleo. El Sha, impuesto por ambas potencias, es derrocado en 1979. Una de las primeras medidas del Consejo de la Revolución es declarar nulos todos los tratados de explotación de compañías extranjeras, aunque dependía de empresas foráneas para los procesos tecnológicos más complejos. El 9 de agosto de 2011, el presidente Ahmadineyad nacionaliza por completo la industria petrolera.

- La guerra Irán-Iraq
  Desde 1980 hasta 1988, ambos países se desangraron y debilitaron enormemente en una guerra sin vencedor claro que dejó más de un millón de muertos. Iraq recibió el apoyo de EE.UU, Arabia Saudí y otros estados árabes, mientras Irán era respaldado por Siria y Libia.
Bien conocido es el affaire Iran–Contra, operación mediante la cual el Gobierno de Reagan vendió armas a Irán –violando el embargo por él decretado- por valor de 47 millones de dólares con los que financió  a la Contra nicaragüense.
Sin entrar en detalles, el saldo es claro: dos potencias independientes, dueñas de ingentes recursos energéticos quedaron enormemente desgastadas y  profundamente enfrentadas.
iran_iraq_war.jpg
- El ataque a Iraq de 1991
El 16 de enero de 1991 se iniciaba la devastación de Iraq. Durante 42 días, EE.UU., la mayor potencia imperial del mundo, lanzaba sobre un país periférico, de 20 millones de habitantes y con nivel de desarrollo medio, 109.876 misiones de bombardeos, una cada 34 segundos, que dejaron 88.500 toneladas de bombas (1), siete veces y media más que las que la misma potencia arrojó en 1945  sobre Hirosihima.
  El horror sin límites de la población iraquí, que vio aniquiladas sus fábricas, refinerías, infraestructuras de todo tipo, escuelas hospitales, carreteras…, junto a su medio millón de muertos, sólo fue percibido por el resto del mundo como lucecitas de colores en la pantalla de un televisor. Doce largos años de embargo decretado por el Consejo de Seguridad de la ONU debilitaron el país hasta la extenuación y un millón y medio de iraquíes, la mayor parte de ellos menores de cinco años, murieron directamente como consecuencia de las sanciones. La invasión de 2003 dejó un Iraq asolado, con una tasa de desempleo entre el 60 y el 80%,  con los servicios básicos destruidos y un índice de malnutrición infantil que duplicaba en 2004 el existente antes de la invasión y que era prácticamente inexistente antes del ataque de 1991 (2).
  Dos años antes, en 1989,  conocido en determinados círculos como “el año de los milagros”, seguramente por la importante participación del Papa Wojtyla, se producía el hundimiento de la URSS. Sin entrar en otras consideraciones, dejo constancia de los siguientes datos: el PNB de Rusia en 1997 era la mitad del de 1989, el de Armenia y Georgia era el 30%. La URSS, el gran contrapeso a los objetivos imperiales de EE.UU., había colapsado.
  El ataque fue realizado por una coalición multinacional liderada por EE.UU. y Gran Bretaña, en la que participaron Arabia Saudita, Egipto, Siria y Francia. Japón y Alemania contribuyeron generosamente a su financiación. La Comunidad Económica Europea calló otorgando, mientras los países miembros, el Estado español incluido,  reafirmaban con el envío de tropas y el apoyo logístico su compromiso con la OTAN. La implicación directa de la OTAN fue impedida por la oposición decidida de Francia y Alemania, países que, no obstante, apoyaron en diferente medida el ataque. Turquía, país miembro de la OTAN, tampoco envió tropas, aunque su participación fue decisiva facilitando el uso de la base estadounidense de Incerlik, cercana a la frontera turco-iraquí y auténtico portaviones desde el que despegaban y al que volvían los bombarderos.
  Israel no participó, al menos públicamente, en ninguna operación militar, a pesar de que recibió en su territorio el impacto de 39 misiles Scud, disparados desde Iraq. La pasividad aparente del estado sionista era clave para lograr lo que poco tiempo atrás parecía imposible: la presencia de tropas de tres países árabes en un ataque militar dirigido por EE.UU. contra otro. La participación de Egipto, que ocupa el tercer lugar del mundo entre los mayores receptores de ayuda militar de EE.UU. (detrás de Israel y Colombia) a partir de la firma bilateral del acuerdo de paz con Israel en 1979, era previsible. No obstante, Mubarak enfrentó una altísima tensión interna fruto de la masiva oposición popular al ataque a Iraq.
  Siria, por su parte, jugó su baza en un tablero mucho más pequeño: el de su influencia en Líbano. A cambio de cumplir la función estratégica para EE.UU. de contribuir decisivamente a dar fachada árabe al ataque a Iraq, consiguió que EE.UU y Francia retiraron su apoyo al gobierno anti-sirio del general M. Aoun, que inmediatamente cayó.
  El Consejo de Seguridad de la ONU, desaparecido ya el contrapeso de la URSS, jugaba por primera vez desde su creación tras la II Guerra Mundial el vergonzante papel  de legitimador de intervenciones militares., que se sumaban al embargo genocida decretado tras la invasión de Kuwait y que asolaría el país durante los doce años siguiente.
El debilitamiento de Iraq mediante la acción combinada de la guerra y el embargo iniciaba un proceso de dominación regional mucho más amplio. Pretendía el control in situ de los yacimientos de petróleo y gas, la presencia militar directa para “proteger los oleoductos, todo ello en el marco de un ambicioso plan  destinado a forzar una inserción integral (económica, militar, social y cultural) de los países árabes de la zona en el capitalismo neoliberal, bajo la hegemonía de Israel.
  El primer objetivo era destruir el estado árabe que con un nivel de desarrollo más alto posibilitado por una exitosa mezcla de recursos económicos, demográficos y científicos, era el más firme baluarte de nacionalismo panarabista y por ello símbolo, junto a Palestina, de la identidad árabe. James Baker, ex Secretario de estado norteamericano habló claro: el objetivo era “devolver a Iraq a la Edad Media”.
  El segundo, romper cualquier vestigio de unidad árabe. La participación militar directa de Arabia Saudita y, sobre todo, de Siria y Egipto, marca un hito en el sometimiento de los gobiernos árabes a los planes de EE.UU. e Israel y enciende la mecha del polvorín del enfrentamiento de los primeros con una “calle árabe” de bien acreditada rebeldía.
El tercero, domesticar la OLP, destruirla como referente de liberación de su pueblo y, en el convincente escenario de la destrucción de Iraq, reconducir el conflicto árabe israelí y transformándolo en israelo-palestino,  inaugurar un “proceso de paz”, abierto desde entonces, que niega una por una, todas las reivindicaciones nacionales palestinas, además de la liberación de los presos y el regreso de los refugiados.
  El cuarto, poner en escena la mayor estrategia de manipulación informativa a escala mundial destinada a demonizar al régimen iraquí para justificar la intervención y neutralizar la capacidad de respuesta de los pueblos ante la masacre.


NOTAS:
(1) http://www.taringa.net/posts/apuntes-y-monografias/1455866/Estados-unidos-y-el-petroleo-de-Irak.html

(2) http://www.iraqsolidaridad.org/2004-2005/analisis/kelly_2-12-04.html