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El tiro por la culata

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Xabier Makazaga (autor de “Manual del torturador español”)


   

  El ataque censurador lo inició el diario El Mundo que sacó a relucir mis dos libros sobre la tortura publicados por la editorial Txalaparta, especialmente el último, Manual del torturador español, para denunciar que estaban disponibles en varias bibliotecas públicas de Euskal Herria.
De inmediato, el portavoz de Interior del PP en la Cámara de Gasteiz, Carlos Urquijo, instó a la consejera de Cultura, Blanca Urgell, a retirar el libro de dichas bibliotecas. Y la última noticia al respecto ha sido que la alcaldesa de Basauri, del PSE, ha hecho ya retirarlo de la biblioteca municipal, y que Urquijo sigue con su particular cruzada, reclamando que los alcaldes de PNV y EA hagan otro tanto, ya que, según él, «casi es un manual de la organización terrorista para justificar luego los atentados y los ataques a las Fuerzas de Seguridad del Estado». Ni más ni menos.
  A los negacionistas de la tortura les encanta hablar de supuestos manuales de ETA, sean estos para denunciar falsas torturas, o como en este caso, para justificar sus atentados. Eso sí, hace ya un año que se publicó mi libro y desde luego no han presentado denuncia judicial alguna contra el mismo. Ni creo que la vayan a presentar nunca, porque no les conviene entrar a discutir lo que realmente afirmo en el ensayo, que está rigurosamente documentado y argumentado, sino descalificarlo sin más. Por eso, a falta de argumentos, una vez más se sirven de acusaciones sin base alguna: «es un libelo», debe retirarse para no dar «oxígeno» y «aliento» a ETA…
En mi libro, desmonté por completo ese montaje de los manuales para denunciar falsas torturas, mostrando que lo habían copiado a las autoridades estadounidenses que utilizaron la misma falacia para hacer frente al escándalo de las torturas en Guantánamo y Abu Ghraib. Y no ha sido ni mucho menos lo único que han copiado a los estadounidenses en lo que a la tortura se refiere, ya que los principales métodos empleados por los torturadores españoles son idénticos a los de los famosos manuales de la CIA.
  De ahí mi afirmación de que no es la actuación de quienes denuncian torturas sino la de los torturadores españoles la que es de manual; más exactamente, de manual de la CIA. Y el de sus cómplices es un manual negacionista, porque siguen estrictamente la consigna de silenciar por completo casi todas las denuncias de torturas y negar en redondo las más escandalosas y flagrantes, como las de Portu y Sarasola.
Precisamente, la desvergonzada actitud que mantuvieron no pocos periodistas y políticos en dicho caso, dándose a la tarea de señalar los casos en que sí se puede y, en consecuencia, se debe torturar a un detenido, fue una clara muestra de que, en adelante, las autoridades españolas, siguiendo como siempre a las estadounidenses, a la par que dedican todo tipo de medios a ocultar la tortura, también iban a dedicarle cada vez más medios a justificarla.
  En efecto, como en la nueva era digital cada vez es más complicado ocultar del todo la realidad de la tortura, las autoridades estadounidenses hace ya tiempo que empezaron a trabajar más y mejor otro recurso que siempre ha sido complementario del primero: la justificación de esa lacra. No hay más que ver, por ejemplo, la forma y frecuencia en que la tortura es hoy día reflejada en las inevitables series americanas; sobre todo, en la galardonada “24 horas”.
  Por lo que al Estado español se refiere, es en los comentarios de los grandes diarios donde mejor se puede apreciar esa justificación, y no pocas veces incluso apología, de la tortura. Una apología que es no sólo tolerada (¡es un crimen contra la humanidad!) sino incluso incitada con artículos de opinión como el escrito recientemente en El Mundo por el diplomático Inocencio Arias: “¿Torturaría usted a quien está a punto de volar el Camp Nou el día del Barça-Madrid?”.
  Ante ello, nada mejor que difundir los contundentes argumentos que desarrolló el recordado periodista Javier Ortiz en “Tortura y doble moral”, partiendo de una hipótesis muy similar, que por otra parte ni ha sucedido nunca ni con toda probabilidad sucederá jamás, pero llegando a una conclusión muy pero que muy diferente: «La tortura es un viaje moral sin retorno. No cabe atravesar esa frontera con pretensiones de excepcionalidad... La sociedad que acepta la tortura como excepción deja la determinación de la excepcionalidad en manos de los torturadores y sus jefes... Por eso –insisto– avalar la tortura en algún caso equivale a avalarla en cualquiera».
  Argumentos que también recogí en mi libro y que pronto estarán a disposición de quien quiera consultarlos en Internet junto al resto de ideas, denuncias, datos y reflexiones contenidas en él, pues la editorial Txalaparta va a colgarlo gratuitamente en la Red. Así, este burdo ataque censurador contra mi ensayo lejos de cubrir sus objetivos va a resultarles un auténtico tiro por la culata.