El Otro País de este mundo

BIenvenidos a la página web de El Otro País

  • Incrementar el tamaño de la fuente
  • Tamaño de la fuente predeterminado
  • Decrementar el tamaño de la fuente

LOS PATRONOS NAZIS DEL SOLDADO RYAN

Correo Imprimir PDF

Andreu García Ribera

  La propaganda USA sobre la Segunda Guerra Mundial ha escrito ríos de tinta sobre la intervención norteamericana en este conflicto, la cinematografia no se ha quedado corta, desde “El día más largo” hasta “Salvar al soldado Ryan”, Hollywood ha monopolizado el papel del ejército norteamericano en la derrota militar del nazismo. La historia dominante minimiza, cuando no oculta, el decisivo papel de las distintas guerrillas antifascistas en Grecia, Francia, Yugoslavia, Italia y otros países. Esta reconstrucción interesada, que tuvo su máximo esplendor en los fastos que acompañaron el 60 aniversario del desembarco de Normandia, borra de un plumazo la escalofriante contribución soviética a la derrota del nazismo.
  Sin embargo, la Unión Soviética soportó durante toda la conflagración el mayor peso de la resistencia contra la Wehrmacht. Los datos en este sentido son elocuentes y no precisan interpretación. Al frente oriental los alemanes destinaron 255 divisiones, entre el 70 y el 80% de su ejército combatió en este frente, Alemania perdió en el este no menos de diez millones del total de soldados que murieron, fueron heridos o hechos prisioneros. Ningún historiador decente puede negar que la batalla de Salingrado supuso el punto de inflexión de una guerra que hasta ese momento era una marcha triunfal para los nazis, que acuñaron un término para designar sus victorias relámpago, la Blitzkrieg.
Entre 25 y 30 millones de soviéticos murieron como consecuencia de la agresión nazi contra la URSS iniciada en junio de 1941. Sólo la ciudad de Leningrado tuvo más pérdidas humanas que los EE.UU. y Gran Bretaña en toda la guerra. Por cada soldado americano que perdió la vida, no menos de 53 soldados soviéticos murieron; mientras que un total de 600.000 británicos y norteaméricanos murieron en todos los frentes, incluida la guerra contra Japón, más de 13 millones de soldados soviéticos cayeron frente a la maquinaria militar nacionalsocialista.
 muro_berlin.jpg En la primavera de 1942, la Wehrmacht relanzó una fuerte ofensiva contra la URSS, en ese momento los soviéticos solicitaron de sus aliados angloamericanos que abrieran un segundo frente en Europa occidental para conseguir que los alemanes tuvieran que retirar tropas del frente oriental y descargar así el peso de la confrontación que recaía de forma aplastante sobre el Ejército Rojo y el pueblo soviético. En mayo de 1942, Roosvelt prometió a Molotov que los americanos abrirían un segundo frente antes de terminar el año. Sin embargo, se impuso la opinión de Churchill, que veía con buenos ojos que alemanes y soviéticos se destrozaran mutuamente en el frente del este, en beneficio de Londres y Washington, que así emergerían como potencias dominantes en el nuevo orden mundial que se forjara al final de la guerra.
  Hasta junio de 1944, los aliados no abrieron el segundo frente en Europa con el desembarco de Normandía. No para ayudar a los soviéticos, que a esas alturas de la guerra no necesitaban de la intervención de sus poco generosos aliados, sino para evitar que el Ejército Rojo acaparara los frutos de la victoria  sobre el régimen nazi.
  Todos estos hechos deben ser repetidos en una época en que los distintos revisionismos históricos toman mando en plaza en las editoriales y se aposentan en las cátedras y publicaciones periodísticas con el objetivo declarado de borrar la aportación comunista a la lucha contra el régimen de Hitler.

EL MITO DE LA GUERRA BUENA

Pero en este número de EL OTRO PAÍS vamos a bucear en un terreno casi desconocido y sistemáticamente velado, de la mano de Jaques R.Pauwels, autor de “El mito de la guerra buena. EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial”, publicado por la editorial Hiru y traducido por José Sastre. Un libro que constituye una minuciosa investigación sobre las inversiones de las grandes corporaciones norteamericanas en la Alemania nazi, antes, durante y después de la guerra.
La fortaleza de la Werhmacht y los rápidos éxitos de la Blitzkrieg no habrían sido posible sin los vehículos a motor americanos, el caucho, el petróleo y la tecnología de las comunicaciones suministrada por ITT e IBM.
  La planta embotelladora de Coca-Cola en Essen, la factoría Opel de General Motors en Russelsheim, la fábrica de Ford en Colonia, la sede de IBM en Berlín, o el socio alemán de la Standard Oil, IG Farben fabricante del gas Cyclon B, fueron florecientes industrias bajo el régimen de Hitler.
  La filial alemana de Coca-Cola, incrementó sus ventas de 234.000 cajas en 1934 a cuatro millones y medio de cajas en 1939. La sucursal de Ford, la Fordwerke, pasó de 63.000 RM (Reich Marks) de beneficios en 1935 a 1.287.800 RM en 1939. La participación de la factoria Opel de la General Motors en el conjunto del mercado alemán del motor pasó de un 35% en 1933 al 50% en 1935. En vísperas de la invasión de Polonia, la GM y Ford juntas controlaban el 70% del mercado alemán del automóvil.
  La filial alemana de IBM, Dehomag, suministró a los nazis la tecnología de la tarjetas perforadas, precursora del ordenador. Con la ayuda de esta tecnología serían identificados, detenidos, deportados y finalmente asesinados, millones de judíos, aunque nada de esto haya sido recogido por Hollywood. En 1939, los beneficios de Dehomag se incrementaron espectacularmente hasta los 4 millones de RM.
  Ya en la década de los 20, durante la República de Weimar, muchas corporaciones americanas habían invertido en Alemanía, pero el monto de las inversiones creció significativamente con la llegada de Hitler al poder. Es lógico, prohibidos los sindicatos, ilegalizadas y perseguidas las organizaciones políticas de la clase obrera, eliminado el derecho de huelga, la  tasa de explotación de la clase trabajadora alemana suponía un aliciente para cualquier capitalista. Sólo existía un obstáculo, más aparente que real, para las inversiones extranjeras y era que los beneficios no podían ser repatriados. Esta prohibición se soslayó en parte con la estratagema de facturar a la filial alemana por royalties y toda clase de derechos de propiedad industrial. Además esta prohibición sirvió para que una parte de los beneficios se reinvirtieran en Alemanía en la modernización de factorías y en la compra de bonos del Reich. Bonos que sirvieron al Führer para financiar la guerra.
  La organización Du Pont, relacionada financieramente con la General Motors, invirtió directamente en la carrera armamentista del III Reich, introduciendo ilegalmente armas y municiones en Alemanía vía Holanda. El gigante petrolífero Texaco también fue beneficiario de toda clase de negocios con la Alemanía nazi de la misma manera que ayudó a los sublevados fascistas de Franco con suministros de petróleo que vulneraron las vigentes leyes de neutralidad de los EE.UU.
  Estas grandes corporaciones no sólo hicieron florecientes negocios durante el período nazi, sino que tejieron lazos de solidaridad ideológica con los postulados nacionalsocialistas. Sabido es que Henry Ford admiraba a Hitler, que le apoyó económicamente en sus comienzos y le inspiró en su libro antisemita “La Internacional Judía” a principios de los años veinte. Admiración que era recíproca: en 1938, Hitler honró al magnate norteamericano con la más alta condecoración que la Alemanía nazi podía otorgar a un extranjero. La misma condecoración que recibió James D. Mooney, alto ejecutivo de General Motors por los servicios prestados por su empresa.

EL CAPITAL NO TIENE PATRIA

  Lo que resulta verdaderamente escandaloso es que las empresas norteamericanas continuaran haciendo negocios muy lucrativos con la Alemanía nazi durante el período de guerra con su propio país. La ITT, dirigida por el fascista Sosthenes Behn, había adquirido en los años 30 la cuarta parte de las acciones de la fábrica de aviones Focke-Wulf y, por tanto, estuvo involucrada en la construcción de cazas que derribaron cientos de aviones aliados. Un ingrediente importante del combustible que necesitaba la Focke-Wulf de ITT era el tetraetilo sintético que se producía en una empresa llamada Ethil GMBH, filial de un trío de empresas formado por Standard Oil, el socio alemán de Standard, IG-Farben y General Motors. Hasta muy avanzada la guerra, las plantas de producción de ITT en Alemanía, así como en países neutrales como Suiza, Suecia o España, suministraron a las fuerzas armadas alemanas no sólo aviones sino otros materiales bélicos.
  Durante la guerra, Ford fabricó camiones, motores y toda clase de piezas de recambio y accesorios para la Wehrmacht, no sólo en la fábrica de Colonia, sino también en las plantas de países ocupados, como Francia, Bélgica, Holanda y Dinamarca, así como en países aliados de los nazis, como Finlandia o Italia.
  Tras una reunión celebrada en septiembre de 1939, de Hitler y Göring con el laureado ejecutivo Mooney, las fábricas alemanas de General Motors trabajaron exclusivamente en la producción de material bélico. La factoría Opel de Bandenburgo pasó a producir el “Blitz”, modelo de camión para la Wehrmacht, mientras que la Opel de Rüsselsheim trabajó para la Luftwaffe ensamblando aviones. Hubo un momento durante la guerra en que General Motors y Ford, en comandita, fabricaron no menos de la mitad de la producción total de los tanques alemanes. Material producido por empresas norteamericanas pudo ser el causante de la muerte de los cuatro hermanos del soldado Ryan sin que lo supiera el plagiario de Steven Spielberg, que tomó prestado el argumento para su taquillera película del impresionante tango “Silencio”, compuesto en 1932 con música y letra de Carlos Gardel, Alfredo Lepera y Horacio Petorossi.
Durante la guerra, Ford mantuvo el 52% de las acciones de Fordwerke en Colonia y General Motors siguió siendo el único propietario de Opel. Las sedes centrales en América y los centros de producción en Alemanía, a pesar de la guerra, siempre estuvieron en contacto, unas veces a través de filiales en Suiza y otras por medio de modernos sistemas de comunicación aportados por ITT en colaboración con Transradio, empresa esta última formada por la asociación de las empresas americanas ITT y RCA, con las alemanas Siemens y Telefunken. Los nazis permitieron graciosamente que los empresarios americanos mantuvieran la posesión de sus filiales alemanas y el control real sobre su administración.
  El 25 de noviembre de 1942, casi un año después del bombardeo de Pearl Harbor, Berlín creó una figura jurídica denominada “custodio de los activos enemigos”, pero se trató de nombramientos meramente simbólicos. Los nazis sólo pretendieron crear una “imagen alemana” en empresas controladas por capitalistas norteamericanos. En la Fordwerke, un tal Robert Schmidt, nazi confeso, fue director general durante la contienda y satisfizo su gestión, tanto a los directivos de la Ford en América como a los dirigentes nacionalsocialistas. Tras la guerra, Schmidt desapareció un tiempo prudencial por su activa colaboración con las SS, pero en 1950 volvió a su puesto directivo en Fordwerke y permaneció en él hasta su fallecimiento en 1962.
  Ciertamente, en el terreno cinematográfico, “El matrimonio de María Braun”, del malogrado Fassbinder, expresa mejor la realidad que la mentirosa y artificial sucesión de efectos especiales de “Salvar al soldado Ryan”.