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LIBRO DE LANCE, LUJO A TU ALCANCE

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Leo, luego existo

Texto y fotos: Rafael Castellano

  No hay quien pare la tabarra: No leas, los jóvenes no leen. Deja eso, ni lo toques, caca. ¿Para qué lees, si la juventud no lee, si te van a marginar y a hacer búling por bicho raro? Tú atiende, que somos la verdad revelada, a menos que alguien nos financie convenientemente para dejar de serlo. Convéncete, cuando cuente hasta tres, de que la lectura ha muerto. Luego tira este periódico a la basura. No nos compres más: nos harás un favor, son enigmas de la mercadotecnia. Convéncete, antes, de que las ventas del e-book en USA de 2008 a 2009 han crecido en un 176%. Es ciencia porcentual explotada por los insignes doctor Gallup, estadístico, y Hearst, magnate de la prensa. ¿Los frustras por haberlo adquirido? No hay datos. Nunca los habrá. Pero ten por seguro que hemos contrastado nuestras fuentes. Están todas de acuerdo: por algo elegimos a quién llamar. Haz caso, analfabetízate, que es lo trendi, y permítenos que pensemos por ti y que no tengas que esforzarte. Para qué necesitas tantas palabras si todo se resuelve con lo de hacer los deberes, ponerse las pilas, pasar página, hoy toca, la buena noticia-la mala noticia y demás lenguajes únicos utilizados por los ministros y ministras y trasladados al pueblo soberano por los periodistas. ¡Por los pe-rio-dis-tas! No te preguntes nada, nosotros tenemos respuesta para todo. Un libro es algo demodé, carca, pijo, tercermundista y supercutre. Además, engorda.
  moyano_amanece.jpgEsta invasiva hipnosis mediática que prefiere no divulgar, ya puestos a hacer espectroscopias, que cifra arriba-cifra abajo en España hay tantos lectores del “Marca” -de papel- como parados, es letanía cotidiana. Subliminal o descarada, no cesa. Lo más deleznable es que comenzó por la contraria, buscándole a Internet y Google defectos, riesgos y calambres para, en cosa de horas, qué tejemanejes habría por medio, ensalzar la e-literatura y decretar la muerte sociológica del escritor, oficio sin futuro. Se trata, la operación, de incrustrar en mentes ya abúlicas el milagro de que van a poder leer sin necesidad de leer. Todo les entrará por vía electrónica, antes ciencia infusa. Podrán prescindir de esos libros de texto ¡carísmos!, gritan las matronas al llegar el comienzo de curso después de unas vacaciones tropicales. (A los patriarcas los dejamos al margen, son minoría heroica los que se ocupan de la marcha académica de su descendencia). Y los comentarios de blog las alientan. Ahora ovacionan la bajada de sueldo del 5% que van a sufrir los enseñantes. Cuyo salario sale de nuestros impuestos, sí. Como el de las casas reales, que son varias, o las nóminas ubicuas de Rosa Díez, o el sueldo de ese florero con cactus que es Bibiana Aído. Cosa que parece no agraviar a las familias.
He aquí la radiografía de un país: el desdén furibundo por la raíces del saber. Que es que les dejan durante demasiados meses a las criaturas en casa. Es decir, a los abuelos, que para eso están jubilados y no tienen nada que hacer. Así nos va. Así nos irá a muchos. La única esperanza, la autodidaxia. Se imparte en la Cuesta de Moyano y mercadillos similares del gremio: el
del libro de lance.
  Depende la tecnocharlatanería que nos aflige de intereses globales muy alejados de lo cultural, mucho más de lo intelectual, condición que ha pasado a ser insulto. Se intenta, ráfaga a ráfaga, meter interesadamente en 'rehab' a los adictos al volumen de tercera mano. Impreso, por supuesto. Adictos dije, sí: una leyenda urbana madrileña asegura que quienes planean pasar unas horas hurgando en las barracas de esta costanilla tan ilustre, siempre procuran llevar en la cartera lo justo para un par de ejemplares. Cosa de no salir de allí con un saco lleno de libros y el bolsillo vacío. Lo cual los asimila a los ludópatas que van de póker fuerte. Es a modo de comparación.
  La búsqueda de volúmenes y tomos náufragos tras un romance que se fue a pique o a raíz de la desarticulación de una familia caída en orfandad y que abomina de heredar libros -ya no se llevan en el diseño de interiores con fengshui-; este rastreo de libros expósitos y venidos a menos cuyo origen bastardo les otorga un caché distinguido ya ha convencido a quienes lo practican de que el ejemplar más superventas, éxito irrebatible según las clasificaciones de los colorines dominicales, rara vez es el más leído. Se puede demostrar, y a ello iremos.
  Para mayor paradoja, el libro que figura como el bestseller más mundial en dichos suplementos literarios suele ser, abracadabra, el menos comprado. El ilusionismo de obligar a leer algo -dejémoslo en adquirirlo- voceando que es lo que más se lee es fórmula antigua calcada de los 'hit-parade' discográficos. Antropológicamente, se basa en el gregarismo que deriva al evolucionar (¿involucionar?) el sapiens de la caza al pastoreo: de la acción a la pasividad. También constituye la médula de los programas, sondeos y discursos preelectorales.

OUTLET DE BESTSELLERS


  Ocurre que en círculos ágrafos se describen unos a otros el argumento del libro de moda mediante la denterosa pregunta de: “¿De qué va?” Una vez informado en digest del contenido de la obra a partir de una sinopsis de solapa transmitida por la amiga que ha recibido el gran éxito como regalo de cumpleaños, aquél que nunca lo adquirió, mucho menos lo robó o socializó mediante el tocomocho del “me lo prestas” -eso es dandismo de iniciados- ya puede debatirlo en profundidad. Queda, asimismo, la cínica coartada de afirmar: “No pude pasar de la tercera página”; y así, salir airoso en la tertulia.
  baroja_moyano.jpgEn cuanto al prodigio de que el bestseller no se vende, es un hecho que puede constatar cualquiera que lo halle infraganti, intruso y virgen, en las ringleras de la barraca. Desentona entre otros títulos ya ajados y heridos en combate que se ofertan de saldo en los cajones de Moyano. No cuadra por su brillo y complexión: recién salido del almacén. Lleva una faja de “Quinta edición” (de 1.000 ejemplares). Es outlet de rotativa.     Ejemplifica el choque inminente entre dos interpretaciones del libro como deseo: el joven e-mentalizado querrá el e-book que todo el mundo tiene; el trampero novel de libros raros y descatalogados, en cambio, ambicionará el volumen que nadie posee. Por un par de monedas y creyendo que el librero no sabe lo que tiene, ingenuo, puede pensar mientras hojea su tomo irrepetible y recién depredado: “Leo, luego existo”.
  Ruego a la peña enganchada al libro convencional, al libro (des)encuadernado -a partir de aquí el libro, lo demás son sucedáneos en busca de identidad- que neutralice el monólogo interior, joyceano o cervantino, que exhaustivamente se le transfiere al cerebro. Malware incluido: “No leas, leer lleva a escribir y eso carece de salidas laborales: el e-book se escribe y lee solo, te empapa de cultura con un pestañeo. Y no olvides que es gratis para ti. Para nosotros, no: son fenómenos del marchandísing”.

DATOS EXCLUSIVOS

  ¡Free-free-free!, es el aullido de la crisis manirrota que, si te buscas un buen libro de Historia no adulterada, los hay, ventéalos, viene afligiendo a los imperios pordioseros desde los días de Felipe II. Otro que también centraba el IPC y el PIB en el sector del ladrillo: ahí está El Escorial, cuya mampostería se extrajo de canteras al aire libre: las de Mingorria (Ávila). Tú investiga bien y hallarás la chispa de tu tesis, de tu evaluación, de tu examen decisivo; que esto de Moyano y otros rastrillos del libro-libro tiene su compensación: datos exclusivos. “Cultura gratis”, he llegado a leer en una pancarta desplegada en la Azoka de Durango, para desazón de quienes allí, en vilo, se queman las pestañas firmando sus últimas producciones, sus noches de desvelo, sus carreras sobre las ascuas incandescentes de la duda creativa. La instalaron unos miserables carentes de adjetivo exacto. No os fiéis de las personas inmunes al adjetivo. En “La Primera Catástrofe” de Dos Passos, excelente traducción de 1929 que allí en Moyano exhumé, el personaje dice: “Esta muchacha es anarquista filosófica, se le pasará”.
  Estamos en un País de bibliotecas públicas, incluyendo las de los centros educativos; vivimos en municipios donde te puedes llevar a casa ese título que te atrae, prestado, y donde la enseñanza es gratuita. Sí, gratis, exceptuando esos libros cuyo precio tanto escandaliza a las matronas pese a ser muy inferior al del modelo ideal-ideal que desea vestir tras pasar por el spa. Gratis, con una condición: que no se desaproveche tan valiosa oferta por parte de progenitores y prole.
  Aquel insulto sin fundamento, infame, “Cultura gratis”, puede traducirse como libro sí, autores no. Se refiere a la vieja idea de que en todo ser humano subyace un creativo y que, por lo tanto, hay que eliminar a las llamadas “firmas” para que las sustituya ese otro individuo sublimado que, cierto, puede crear si se esfuerza y lee, lee y no para de leer a dichas rúbricas presuntuosas y anteriores a la suya propia. Porque, no lo dudéis, ese mito se pondrá a firmar, a rubricar y a conferenciar sin tregua en cuanto se vea lanzado al Parnaso por el “star-system” que redacta las listas de más vendidos y menos leídos. Actuará como el monstruo de Mary Wollstonecraft. Con lo que se convertirá a su vez en “firma” virtual.
La hipótesis que fulmina al escritor (“si se sigue escribiendo, tendré que leer”) olvidando que firmar es responsabilizarse, no publicitarse, causa daños irreparables cuando alguien que dedicó su vida a la literatura se ve sometido a algo peor que el fracaso: a la inhabilitación de su esfuerzo, a la ruptura de su efímera inmortalidad y a la victoria de la estupidez, en suma, sobre la sabiduría.
  Nada hay más peligroso que un idiota con causa y al servicio de grandes holdings de la información informatizada que, si no se toman enérgicas medidas oficiales, se disponen a practicar la apropiación indebida de otros ingenios, firmar lo ajeno y difundir sin permiso, lucrándose, lo que otro manufacturó con el sudor de su cerebro. Dice Anaximandro, recuérdalo siempre, que el antedicho ser humano piensa porque tiene manos. Esas manos que teclean son manos pensantes. El callo no se ve: está allá por la zona límbica.
  Te magnificarán en incansable mesmerismo que nadie compra libros porque nadie puede vivir -excepto los consagrados en nómina restrictiva y afín a los holdings aludidos, casi un santoral- de la vana ocupación de elaborarlos. Los mismísimos evangelistas, alegan, eran unos piojosos que se alimentaban de mendrugos y bayas del bosque. Estrategia dirigida a arrebatar toda motivación literaria y a hundir la autoestima de quienes practican esta modalidad laboral: a la castración/ablación de la inteligencia comunicativa. Si nadie lee ¿para qué escribes?; y si nadie escribe, ¿por qué lees?, susurra Mefistófeles.

MONÓLOGOS INTERIORES

  En cuanto a monólogos interiores que en su momento se creyó técnica propia del realismo mágico latinoamericano, mejor si te informas al respecto pillando, cual zahorí con péndulo, el impresicindible ensayo “Tres Síntomas de Europa: Joyce, Van Gogh, Sartre”, cuyo autor es Domingo García Sabell. Se lo publicó La Revista de Occidente. En cuanto a tal recurso narrativo, iba diciendo, de engranar el pensamiento con la argumentación, más bien debemos atribuírselo al “Ulises”, de James Joyce, novela en cuyo transcurso el personaje central, Stephen Dedalos, se sumerge en la convicción de que su conflicto, al contrario que el de Odisseus -rey de Itaca que rechaza la inmortalidad ofrecida por Calypso porque se sabe itaqués, o itaqueño, o itaquiano, y no precisa de que el Olimpo se le ofrezca como familia de acogida- consiste en que se siente apátrida en su propia Irlanda. Sirve para cualquier otra comunidad que dude de su propia existencia si la desviculan de Wall Street.
No concibo el “Ulises”, que ya estará listo para digitalizarse, leído en e-book. Sería un sacrilegio. El soporte idóneo para el “Ulises” es el cuaderno de espiral con caligrafía de estilográfica Waterman “Ripple”, modelo de 1923. Fabricado en ebonita y con carga a palanca. El cuaderno, con tapas de hule desgastadas y rugosas. Que huelan a hule.
  El acogerse al intradiálogo consigo mismo, empero, ya es propio del “Quijote” cervantino, cuyo inagotable discurso íntimo halla en Sancho un espárring de primera categoría. Ocurre, he ahí la empatía universal del personaje. El quijotismo como síntoma es endémico y vuela libre hasta que nos topamos con ese Panza epicúreo, pragmático, ladino y superviviente -el Quijote es un supermoribundo- a quien todos los grabadores de todas las ediciones representan obeso para contraponerlo al Quijote acecinado y estilizado: pero que el autor jamás describe como tal gordinflón. Desafío a cualquier quijotista a que me señale la línea que describa a un Sancho gordinflón. Va una cena.
Es más, se le supone, a Panza, tirando a escuálido a fuer de hambriento contumaz. No sólo nos recuerda nuestra condición básica comiendo: defeca. Detalles y precisiones que nadie podrá cibernetizar, a menos que encuentre previamente, en Moyano, o en librerías de lance y anticuarias, la edición de 1865 de Gaspar y Roig, calle del Príncipe, 1, Madrid. ¿Por qué? Porque las notas al pie corren a cargo de Arrieta, Pellicer, Clemencín y Janer.

MENÚ DEL E-DÍA

  Se omiten otras evidencias: la que más, que todo catálogo de obra digitalizada se depurará y filtrará por criterios de elección. Es decir, de renuncia. Pauta ésta ajena a los apetitos exactos del lector. El e-book acarrea las mismas taras que las dudosas listas-de-más-vendidos de los suplementos que informan de qué es lo más “cool” para la mesilla de noche. Menú del e-Día, vamos.
  Porque, digan lo que digan, se omitirán los prólogos de ediciones sucesivas, los comentarios de eruditos según la fecha de tirada y los subrayados de quien antes leyó y opinó, a lápiz iracundo, sobre el pliego. No es sólo estética, como sostienen algunos que no quieren pasar por retrógrados: es esoterismo, telepatía táctil. Las i-cosas siempre contendrán, insisto, un repertorio cerrado con algunas herejías que lo confirmen como de-mo-crá-ti-co.
  Pero, eso sí, hermético. Con las mismas listas negras de escribas hostiles al sistema de que disponen algunas empresas periodísticas que, como los hipocondríacos, no paran de gritar que se mueren porque no mueren. Así, la campaña contra el libro, aparte de aprovecharse de la aprensión congénita del español, desde la llamada Generación del 98, a parecer reaccionario y escasamente europeo, oiga, que esto no es Grecia -olvidan a Homero, Kavafis, Epicuro, Sócrates, Aristóteles, Kazantzakis- se prolonga en telefilmes de misterio donde los detectives y las sagaces inspectoras echan mano (publicidad estática) de toda suerte de cachivaches de tecnología puntera que desvirtúan lo que debe ser un “thriller”: esto es, los superpoderes inductivos del prota.
  Holmes ya se lo dijo a Watson, hombre de ciencia (desenterré en Moyano la edición de Tauchnitz, 1927, en la que Conan Doyle, muy a su pesar, se reintegra a lo que el consideraba su infraliteratura y, forzado por un público agresivo, resucita a Sherlock). Dice Holmes: “Yo soy un cerebro, amigo Watson: en mí, todo lo demás es apéndice”. En la actualidad, fíjáos, lo que predomina es la abulia ilusionista: el crimen lo resuelve la última iPollez surgida de Silicon Valley y aplicada a la criminología de ficción.

SEA LACÓNICO, POR FAVOR

  Observa, añaden los insidiosos, en cómo el e-mail terminó con el género epistolar. ¡Cómo que lo mejor de Dostóiewski son sus cartas a Ana Grigorievna precedidas por la biografía de ésta a cargo de Verdaguer! ¡Tira eso, que no tiene ni portada, es antihigiénico! Hoy en día, te argumentarán, el que se pasa de dos frases recibe tan escueta respuesta que se siente grosero, verborreico y abusivo. Aducen, por tanto, que esos raros que leen (y que escriben correos de más de seis líneas) van a poder hacerlo gratis, además, en Internet. Ello define al Estado de Bienestar excepto cuando EEUU incluye el dinero, esa cosa tan abstracta, en la gratuidad.
  Callan que, si bien pueden bajarse los libros y leerlos descabalados en folios, los cartuchos de tinta no son precisamente gratuitos: cada uno cuesta más que tres ejemplares bien confeccionados. También ocultan que aunque la impresora de siempre vaya de maravilla, cada vez será más difícil hallar los recambios adecuados para ella porque lo que se llevan son otras de diseño más atractivo. O las inalámbricas, de dudosa utilidad. Luego hay que interfoliar y forrar las hojas. Un pastón. Y fuerzan a renovar cada año, eso es de cajón, todo el ciberequipo con sus accesorios. Hagamos cuentas.

EXPOLIAR Y PIRATEARxpoliar y piratear

  Silencian, además, que lo que se pretende es divulgar y vender de forma masiva y a toda costa el e-chisme (también será mutante, y nada que caduca es barato) que permita expoliar y piratear a esas gentes que escriben y se creeen superiores y geniales. No habrá editor, se frotan las manos, que se arriesgue a publicar en analógico. Es el momento de desvalijar a esa cuadrilla de elitistas, los escritores, catedráticos y filósofos, de todo cuanto hasta entonces hayan dado a luz. Con total, por no decir unánime, impunidad. Qué se habrán creído que son.
  Ya intuye, empero, esa generación que ahora crece y crece, ni más ni menos sensata que la anterior -tan adultescente y pródiga en aspavientos ridículos, como si acabara de descubrir que existen las anfetas, el alcohol con speed, la farlopa y el rock ácido de California- que se la prefiere bien controlada en botellones on-line antes que cultivada en exceso. Siempre habrá esclavos voluntarios, pero gran parte de esos jóvenes se percatan de que hay gato encerrado en la disyuntiva ilógica (no existe la “inteligencia artificial”, la “estupidez artificial” sí que abunda) que fuerza a escoger entre el aparato de colorines acaramelados y la noble pelleja del libro.
 leo_existo_1.jpg A saber: quieren clavar en la mollera de la chavalería que el libro ha muerto por aburrido, lo cual incurre en lo más grave que puede sucederle a un objeto contemporáneo. Hoy todo ha de ser divertido, desde unas compresas a un contenedor de basura, pasando por un ataúd y unos alicates. Una vuelta por Moyano, por Libreros, por el Pasaje de San Ginés; una ojeada a los que curiosean los cajones, lo desmiente. Ello, por no hablar de la webs donde conviven el bibliófilo y el vendedor de volúmenes “antiguos, raros, curiosos y agotados”, como reza el eslógan de Libros Madrid.
El emblema de los buscadores de chollos y tesoros intelectivos, o novelescos, en las barracas de Moyano- cito el lugar como meca simbólica de este sano vicio- es Baroja. Allí, en esa calle perfumada por el Jardín Botánico, pudo y supo abastecerse un Pío aún sin don cuando no tuvo más remedio -el editor presionaba- que documentarse con textos y estampas para sus “Memorias de un hombre de acción”, la serie de Aviraneta.
Preside este escritor el zacatín desde el repecho. Antes estaba en el Retiro, a un paso. Hasta que algún edil con entendederas indicó que si bien era cierto que paseaba por el parque desde su casa de Ruiz de Alarcón, no lo era menos que acababa irremediablemente en los tenderetes, escrutándolos, calibrando los ejemplares. Si se compara mentalmente un libro de Baroja en e-book y otro de edición Caro Raggio con grabados de su hermano Ricardo, no hay color. De verdad, en serio, oidme: desconfiad de imitaciones.