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El “fuenteovejunismo” informativo

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  Manipulación de la violencia en los medios

 Marcelino Esteban
 

  Cuándo empezó esto? ¿Cuándo los medios de comunicación comenzamos a echarle paladas de carbón a esta hoguera? ¿Hasta qué puntos somos responsables de esa configuración del imaginario colectivo que demanda cada vez más venganza en el terreno penal?
  Con algunas excepciones, parece obvio que el relevo de aquellas ejecuciones públicas del Medievo en que se ahorcaba a la vista para solaz del vulgo lo han recogido hoy los medios de comunicación de masas. Prensa escrita, radio, televisión y webs de información general son hoy las plazas de la villa donde se juzga, se grita (sobre todo se grita), y se pide mano dura y rápida con el señalado. Unos se jalean a otros y, en ocasiones, hasta se juega a ver quién le lanza la piedra más gorda al que delinquió. Da igual por qué. Dan igual los matices. Da igual la letra pequeña de la vida. Lo importante es que el público salga satisfecho de la plaza.
  ¿Cuándo empezó esto? Seguramente fue antes, pero en mi generación de periodistas hay un hito ineludible en lo que yo he denominado el “fuenteovejunismo informativo”. Ocurrió el 13 de noviembre de 1992. Aquel día aparecían los cuerpos sin vida de tres chicas en la localidad de Alcasser, un crimen brutal que fue pasto de la crónica negra, alimentó encendidos debates sobre la pena de muerte y puso una cerilla al lado mismo del bidón de gasolina.
  El programa se llamaba “De tú a tú”. La presentadora estrella del espacio decidió hacer aquel día una edición especial desde el propio pueblo, independientemente de que aquello no aportara absolutamente nada. En primerísimo plano, nada más conectar, la imagen sufriente de Fernando, el padre de una de las niñas. Sentados sobre un escenario de lo que parece un teatro y con la presentadora en el medio, una treintena de familiares de las tres fallecidas, dispuestos en tres filas. Frente a ellos, los vecinos que abarrotan la sala como en una función. Dice la encargada del espacio mirando a cámara: “Le había prometido a Fernando que íbamos a hacer una fiesta cuando aparecieran las niñas. La fiesta no se va a poder hacer”, concluye.
  basura_mediatica.jpgProsigue, mirando a cámara: “Queremos unirnos al máximo en su dolor. Están aquí todos los familiares. Todos los que tenían que estar. Hace unas horas, Fernando conocía la noticia y se ha estrechado en brazos de su mujer. Quisiera que compartieran con nosotros ese dolor, ese dolor intenso… Vamos a compartir ese momento”, anuncia. Y se muestra en pantalla una grabación en la que se ve al padre avanzado por un pasillo al encuentro de la madre. Ambos se abrazan y gimen.
Vuelve la imagen en directo. La presentadora estrella ya se ha bajado del escenario y está con un micrófono en mano preguntando a la gente que ocupa la zona de butacas. Le da la palabra a un vecino que se llama Sergio. “Sólo quiero decir una cosa”, afirma Sergio. “¿Por qué cuándo cogen a una persona la meten en la cárcel y hasta aquí hemos llegado? Si esto le pasara a una hija o a un hijo de un presidente del Gobierno, ¿qué harían? ¿lo mismo? Yo creo que cambiarían las leyes”. Suena una ovación atronadora y el bueno de Sergio rompe a llorar.
  En aquel programa estaban ya todos los elementos: la juez reportera, la plaza pública. el pueblo entero pidiendo justicia, unos asesinos sin nombre, la horca catódica y las víctimas, de cuerpo presente.

EJERCICIO BASTARDO DEL PERIODISMO
 Entre lo correcto con las víctimas, informativamente hablando, y un ejercicio bastardo de la profesión hay casi un juego semántico de por medio. Voz en vez de altavoz. Esto es: el problema no es darles voz a las víctimas. El problema es darles el altavoz.
  Porque un altavoz amplifica y multiplica una voz por diez. Porque un altavoz no deja oír nada más.
  El asesinato de Sandra Palo, el crimen de Mari Luz y la muerte de Marta del Castillo, por citar sólo algunos sucesos, ponen periódicamente sobre la sartén del debate la conveniencia de endurecer la Ley del Menor, dan alas a los defensores de la cadena perpetua y alimentan una peligrosa deriva punitivista en la sociedad. El fenómeno criminal está sobrerrepresentado en los medios. Es más, y cito al profesor Fuentes Osorio, “la constante aparición del fenómeno criminal en los medios, así como la insistencia en sus manifestaciones más violentas, favorecen la consolidación de esta cuestión en la agenda pública». En definitiva, el problema del pernicioso altavoz...
Los medios que abrazan este credo son catalizadores, cómplices e instigadores del punitivismo social. Más que instruir, desinstruyen; más que informar, deforman; más que echarle agua al fuego, lo atizan con alcohol. Lo dramático es que, tanto el suceso brutal como la lapidación colectiva de los culpables que sigue a éste, venden. La gente consume más prensa, radio o televisión cuando convergen dos vectores: la proverbial pulsión de la venganza y esa violencia que tanto fascina al auditorio.
  Los medios son los encargados de configurar la realidad, sólo es problema lo que ellos dicen que es problema. Los medios fijan las prioridades legislativas, qué ley hay que cambiar y qué norma hay que endurecer. Y se apresuran a lanzar la solución que ansía escuchar el auditorio y que hace aumentar la inserción publicitaria.
  Sucede así que, en la calle, impera la creencia de que nuestro sistema penal es de los menos punitivos del mundo desarrollado. Cuando es exactamente lo contrario. Los medios de comunicación de masas son directamente responsables de esta mascarada. Según una investigación realizado por una organización de consumidores, en 2002 los telediarios destinaban el 7% de sus contenidos a los sucesos. En 2006, la porción de tarta se había triplicado y ya alcanzaba el 21%.
  ¿A quién beneficia la aparición del miedo? ¿Quién gana con una sociedad a la que se le hace creer que está amenazada porque la mayoría de sus menores son violadores? ¿Quién gana con una sociedad que ha asumido que todos su presos son irrecuperables y que tiene unas leyes blandas?
  “Los medios de comunicación tienden a exagerar el verdadero peligro que determinadas clases o grupos (delincuentes, terroristas) tienen para la sociedad”, señala un trabajo de Clemente Peñalver para el Campo de Estudios de Paz de la Universidad de Alicante. “La consecuencia es que se generan motivos de preocupación (realmente lejanos de los que afectan principalmente a la sociedad) que conducen a buscar la protección del poder establecido”.
  En una sociedad en peligro por sus delincuentes, el derecho penal ha de hacer de Capitán Trueno que reparte mandobles. En una sociedad que no perdona a los débiles, un Gobierno con unas leyes que no luzcan bíceps de Rambo y muñequeras de pinchos está condenado a ser señalado como el blandengue de la clase.

EL DELIRIO INTERNAUTA
  ¿Y qué hay de internet? Voy a citar sólo dos ejemplos demoledores de dos informaciones publicadas en internet hace unos días. Una versaba sobre los manteros. Otra, sobre el acercamiento de presos comunes a sus familias. En ambas se le daba la posibilidad al lector, en este caso el internauta, para que dejara su impresión. El famoso “click” de ‘Opine sobre el tema’.
  Sobre el acercamiento de presos escribe uno: “No nos engañemos, los presos son personas repudiadas por la sociedad. Los delincuentes son los que hacen que la vida diaria sea más injusta e insolidaria. Si no fuera por ellos, la vida en este mundo sería mejor y más tranquila. Hacia los delincuentes, cero tolerancia”.
Opina otro: “¡Pobres presos que han sido condenados por jueces y juzgados democráticos!, ¡hay que reinsertarlos a los pobres, que está probado que funciona!, ¿alguien se ha preguntado la de familias y personas que han tenido que sufrir y/o morir para que se reinserte el delincuente condenado?, Parece que aquí el que debe de estar jodido es la víctima y no el delincuente, que es delincuente voluntariamente, ya que este país lleva más de 30 años de democracia y bienestar”.
   Sobre la noticia de los manteros reflexiona uno: “Claro, los manteros son negritos tercermundistas y está feo perseguirlos aunque haya lucro y estén organizados en mafias; para víctimas ya están los blanquitos”. Otro comenta: “La ley es igual para todos y no veo por qué tenemos que seguir haciendo la vista gorda sólo por el color de la piel de esos señores. ¿Racismo tonto? La ley es igual para todos, empezando por la Ley de Extranjería”.
 El ejercicio irresponsable de los medios escora a la Justicia. El periodismo de instigación distorsiona la realidad a su antojo, eleva a categoría crímenes aislados y alimenta una deriva que quizás nos acabe llevando al borde de un precipicio.
   Balzac escribió: “Si la prensa dice la verdad, la realidad es mentira”. Estoy de acuerdo, pero a mí me gusta más aquella leyenda que apareció escrita en las paredes del barrio de San Telmo, en Buenos Aires: “Nos mean y la prensa dice que llueve”.