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Narco-corridos: por un puñado de tiros

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Pedro Calvo

  Arturo Beltrán Leyva, alias “La Muerte”, “El Barbas” o “El Botas Blancas”, uno de los narcotraficantes más buscados del mundo, ha caído abatido por fuerzas de la Marina mexicana en una urbanización de lujo del estado de Cuernavaca, el pasado 16 de diciembre. Con él fueron muertos también cuatro de sus sicarios. Días antes, los mafiosos habían escapado a tiros y de milagro de una fiesta en Tepoztlán celebrada en su honor y amenizada por el grupo Los Bravos del Norte. El cantante Ramón Ayala y el resto de los miembros de la banda musical han resultado detenidos en el transcurso de las investigaciones.
 jefe_de_jefes.jpg La escenificación de la captura de cuerpo presente del capo mexicano quiere ser o aparentar un escarmiento, un aviso “red harvest mex”. Regado de billetes, con el rosario chingando entre tatuajes, acribillado a balazos y con los pantalones bajados hasta las rodillas, el cadáver de Arturo Beltrán Leyva es todavía más aparatoso que el de Tony Montana (Al Pacino) en la película “El precio del poder” (Brian de Palma). Es una exhibición de hasta dónde puede y ha querido llegar la ley en este caso. Los billetes, como puede apreciarse en la imagen totalmente verídica que ilustra este post, han sido colocados a mano por un funcionario encima del cuerpo muerto del “Jefe de Jefes”.
  Era una vieja práctica en el siglo XIX y en las primeras décadas del XX colocar de pie y espalda contra la pared los cadáveres de los bandidos ajusticiados, a la vista del pueblo para escarmiento. La acción de la Marina mexicana (con o sin ayuda de la DEA) se convierte también así en una acción de castigo en el épico imaginario narco. La muerte de Arturo Leyva Beltrán tiene este rasgo ejemplarizante y moralizante. Como si fuera la última estrofa de un corrido. Y es también la prueba irrefutable del presunto asesinato de un asesino. Si le metemos ritmo andante, acordeón, bajo sexto y cantador, ya tenemos un fiestón “wild bunch” con sangre de “a de veras”.
  Canción y violencia forman una antigua tradición en la música mexicana. Mucho más vieja es la asociación que forman la pistola y el corazón. En los primeros años 70 empezó a hacer furor el género de los narco-corridos, con el éxito de Los Tigres del Norte y sus piezas “Contrabando y Traición” y “La Banda del Carro Rojo”. Pero lírica similar la encontramos ya a finales del siglo XIX. Así lo demuestra el corrido hagiográfico “Mariano Reséndez” (1890), donde se narra la historia de un célebre contrabandista.

Año de mil novecientos
Dejó recuerdos muy grandes:
Murió Mariano Reséndez;
Lo aprehendió
Nieves Hernández.
En su rancho,
que era El Charo
Día martes desdichado,
No pudo el hombre salvarse
Porque amaneció sitiado.

  En los felices o duros años 20 y 30 del siglo pasado, como consecuencia de las leyes prohibicionistas del tráfico de alcohol entre México y Estados Unidos, aparecen piezas de autor conocido o desconocido, como “Los Tequileros”, “Contrabando de El Paso”, “La Cocaína”, “La Marihuana”, “Corrido del Hampa”… Pero es a partir de la década de los 70 cuando se desarrolla con fuerza la estética llamada “grupera”, que tiene muy presente en su temática al narcotráfico o la frontera y emigración clandestina. Algunos nombres lo dicen todo: “Cruz de Marihuana”, por Grupo Exterminador; “El Rey de Los Capos”, por La Furia Norteña; “El Gran Mafioso”, por Uriel Henao y sus Tigres del Sur.

BANDIDOS SOCIALES

  Estos corridos no hacen otra cosa que adaptar a la realidad mexicana los cantos a la mayor gloria de lo que el británico E.J. Hobsbawn (eminencia y decano de la investigación histórica, marxista y testigo voluntario de la Guerra Civil Española) llama “bandidos sociales”. Estos nuevos Robin Hood o Luis Candelas llenan el imaginario popular de las sociedades modernas. Los corridos con las hazañas del buen bandido llegaron a donde no llegaban los periódicos en un público que no sabía leer ni escribir. Esa lírica sigue vigente.
lostigres_del_norte.jpg  “El público –me explicaban Los Tigres del Norte- quiere saber qué es lo bueno y qué es lo malo. Nosotros cantamos las canciones como el que cuenta una película. La nueva juventud ve ese desafío que los personajes tienen. Uno se pone a pensar en el valor de esta gente para meterse de lleno en el narcotráfico, que lo hacen como el que estudia una carrera de ingeniero agrónomo. Lo hacen tan normal… La nueva juventud quiere dinero rápido, no perder tiempo. Esas facilidades las da el narcotráfico. Los grupos que se involucran con los personajes, hay motivos sin explicar, tienen problemas o muertes…Si te portas mal…”
  Una oaxaqueña moderna, cantante y antropóloga, como Lila Downs me habló con algo de tequila y muchas cautelas sobre unos violentos sucesos ocurridos en Oaxaca en 2007: “Opino que la elección del gobernador fue un fraude. La rebelión empezó con unas obras de remodelación de la ciudad en las que tiraron dos árboles simbólicos, dos laureles centenarios. Hubo muertes, pero se han hecho desaparecer las actas de la administración, los registros legales. Los problemas no se solucionan. Parece que en las elecciones generales de 2006 también hubo fraude. Hay un teatro en la política, y por otra parte está la realidad”.
  Los capos del narco-tráfico saben a lo que se exponen. El “Jefe de Jefes” Arturo Beltrán Leyva ha pagado con su vida lo mucho que se había cobrado con su criminal negocio. El espectáculo de Los Bravos del Norte también tenía un precio, que ahora ya no decidirá la parte contratante, sino la Justicia. En aquel soberbio historión de “Camelia La Texana”, Los Tigres del Norte dieron cuenta de que la traición y el contrabando eran cosas “incompartidas”.

Una hembra,
si quiere un hombre,
por él puede dar la vida.
Pero hay que tener cuidado,
si esa hembra se siente herida.
La traición y el contrabando
son cosas incompartidas.

  Al tradicional género de la pistola y el corazón de los corridos mexicanos vino a sumarse la “enchilada” del narco-tráfico. Y a veces, amores, balaseras y sustancias prohibidas viajan revueltas en la misma cajuela del auto. Ningún otro término como el de “espectacular” encaja mejor con la escenografía del asesinato en 2007 de Zaida Peña, cantante del grupo Los Culpables. Tras ser tiroteada en un motel al norte México, Zaida fue rematada por un sicario en la cama del hospital donde se intentaba salvar su vida. El género artístico de Zaida y Los Culpables era la “música grupera”. En el peor de los casos, la canción y el narcotráfico son “cosas incompartidas”.