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DIAS DE JUNIO EN “URGENCIAS” DEL HOSPITAL CLÍNICO DE MADRID

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DIAS DE JUNIO EN URGENCIAS DEL HOSPITAL CLÍNICO DE MADRID

Carlos Hernández Martín, víctima directa de la Sanidad que está imponiendo Esperanza Aguirre:


  Hacia las 18:00 horas del 11 de junio de 2009 acudo a Urgencias del Hospital Clínico de Madrid. El motivo, un nuevo proceso febril tras la implantación de una válvula cardiaca. A primeras horas de la noche se decide mi ingreso en la zona de agudos, donde permanezco unas horas monitorizado, hasta que ya de madrugada soy trasladado a la sala B, unidad de observación de Urgencias donde permanezco hasta el momento de empezar a redactar estas líneas, las 20:30 horas del sábado 13.

 

  Ya de entrada, la elevada concurrencia de pacientes era un síntoma nada esperanzador de lo que las siguientes horas me iban a deparar, bien que antes de proseguir crea obligado constatar la calidad profesional y humana de la gran mayoría de los diversos profesionales que se han ocupado de mí. Reciban, pues, mi más sincera gratitud. Si no fuera por su empeño, el colapso del sistema estaría asegurado.

 

  Ciertamente, puedo sentirme privilegiado, considerando que, desde mi ingreso, disfruto de cama y ubicación adecuadas, cosa que, como es conocido y ratifica mi experiencia, no siempre se cumple. Así, en la sala en que me encuentro, ocupo el espacio “1”, algo que no es baladí cuando hablo de un espacio caracterizado por el hacinamiento y sus consecuencias: pensada para la instalación de dieciocho camas/pacientes, hoy pueden contarse hasta treinta (sic). Es decir, se ha incrementado en más de un 60% la capacidad inicial que ha de suponerse idónea. Es fácil imaginar lo que el hacinamiento supone para la calidad de la asistencia y para garantizar un mínimo de confort e intimidad a los pacientes, máxime cuando no existe separación por sexos, edades ni patologías. Sirva de ejemplo la cama “27” , dispuesta longitudinalmente contra un muro y frente a los servicios de pacientes. A dos metros de los mismos, es evidente que el paciente sufre sus efluvios… y, además, la cabecera ocupa parcialmente el paso de una puerta. Podría describir otros emplazamientos igualmente inadecuados.

 

  Antes hablaba del acceso a los servicios. Dos, nada más que dos, eso sí, separados por sexos, es la única prestación ofrecida a los 30 pacientes para satisfacer las necesidades higiénicas. Conscientemente, no he empleado el término “baño” ya que la dotación, al menos del de hombres, se limita a un inodoro, un lavabo, un espejo desazogado y sendos contenedores para toallas de papel, jabón líquido y papel higiénico. Es decir, los pacientes, dada la ratio de usuarios, debemos hacer cola a ciertas horas. Y por el inventario citado, es evidente que se carece de ducha (¡!) y de algo tan simple como perchas o colgadores para depositar prendas y toallas. Evidentemente, quien no sea previsor deberá hacerlo en el suelo. Y qué suelo… Y que no se me olvide: las puertas carecen de condena, algo que aquí podría ser conflictivo, pero existen sobrados medios que eviten la inocente pero siempre desagradable intrusión de alguien que pretende hacer lo mismo… Imaginan la escena ¿verdad? Yo la he padecido.

AGUA…, MEJOR EN BOTIJO

  Algo tan esencial como la distribución de agua potable en este espacio se resuelve con una jarra de acero inoxidable que, sin protección alguna, se coloca en el mostrador de control y que alguien se encarga de llenar de vez en cuando desde algún grifo próximo. Es evidente que la higiene y las características organolépticas del agua pueden dejar mucho que desear. Las soluciones para evitarlo son tan variadas como accesibles y sencillas: si debieran rechazarse otras más onerosas, un par de botijos serían más adecuados para garantizar la calidad del líquido elemento.

Me esperan todavía bastantes horas de estancia en esta sala antes de ser enviado a otra unidad de hospitalización o de recibir el alta; este es mi testimonio de esta nueva experiencia hospitalaria y, por supuesto, no es un ejercicio memorialístico. Ya que buena parte de mis compañeros no pueden ser conscientes de estas realidades, las consideran normales o, sencillamente, no están acostumbrados a expresar su indignación, me gustaría que estas líneas fueran testimonio de denuncia y que movieran la conciencia de quienes tienen en su mano las soluciones. Al menos que contrasten de visu la realidad que he tratado de reflejar. Por mi dignidad de ciudadano-paciente, aquí queda mi palabra.

 

Carlos Hernández

NOTA: Recibí el alta hacia las 14:00 horas del día siguiente, el domingo 14 de junio.