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“LA DECADENCIA DEL CAPITALISMO ES CONTINUA E IRREMISIBLE”

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“LA DECADENCIA DEL CAPITALISMO ES CONTINUA E IRREMISIBLE”

José Luis Sampedro (prólogo al libro de Rolando Astarita “El capitalismo roto)

   En primer lugar, doy la bienvenida a esta contribución, a la necesaria tarea de poner la Economía al alcance del ciudadano afectado por ella. En general, todas las áreas del saber tienen una marcada tendencia a la jerga profesional y los economistas no son una excepción. Sin embargo, por tratarse de una ciencia social, siendo el conjunto del pueblo el sujeto de actuación, los economistas estamos (o deberíamos estar) obligados a exponer nuestras teorías y conclusiones de manera clara y comprensible. A lo largo de mi carrera he sostenido (y practicado) que, en Economía, todo lo importante para el ciudadano se puede explicar de manera sencilla y asequible.
 jose_luis_sampedro_2.jpgSi bien este libro se centra fundamentalmente en la crisis financiera, sostengo que ésta es sólo una manifestación de la crisis global del sistema capitalista, en oposición a lo que sostienen los fundamentalistas de la fe en el mercado. La crisis no es un árbol decrépito, aislado y suprimible, en medio de un bosque sano, sino que es el mismo bosque lo que está ya agotado, y por eso mi propósito es llamar la atención sobre el bosque, afirmando que lo importante es la continua e irremisible decadencia del capitalismo como base de nuestra organización occidental.
       Mi afirmación podrá parecer excesiva, pero otros la comparten desde hace tiempo. En 1918, Oswald Spengler publicó un libro de título sobradamente expresivo: La decadencia de Occidente. Siglos antes un filósofo musulmán, Aben Jaldún, había dado ya una explicación de cómo progresa y se arruina una cultura entera, como en el caso de los bereberes. Después de todo, una sociedad es un ente vivo, aunque de enorme complejidad. Y los seres vivos se extinguen por su propia descomposición si no intervienen antes fuerzas exteriores a ellos.
       Volviendo a nuestro tiempo, la historia moderna autoriza mi afirmación. Basta comparar la Europa del siglo XVI con el Occidente actual. Entonces, en el nacimiento del capitalismo, en su fase creadora, Europa era un volcán de iniciativas con espíritu de aventura. Los hombres de acción se embarcaban hacia descubrimientos transoceánicos y proezas desafiantes, al mismo tiempo que el pensamiento avanzado propagaba con la imprenta nuevas ideas humanísticas, liberándose de la dominación teológica. Los europeos vivían un renacer en el que todo parecía posible. Por contraste, en los momentos actuales Occidente se repliega a la defensiva, levanta muros y barreras contra el acceso de inmigrantes y, en el país de mayor potencia militar y económica, sus habitantes atemorizados renuncian a la libertad a cambio de una seguridad, por otra parte ilusoria.
   

DESARROLLO INSOSTENIBLE

   Si esa prueba no convence, hay otra manera de mostrar el final del sistema. El desarrollo económico a base de más de lo mismo, demandado testarudamente y fomentado por los líderes occidentales, es insostenible. En el pasado siglo la población mundial se ha triplicado, mientras los recursos del planeta se hacen cada vez más insuficientes para todos, máxime cuando su explotación hasta el agotamiento se intensifica con las agresiones a la Naturaleza.
       Podría añadir otros ejemplos pero prefiero recordar las causas endógenas que corroen nuestra civilización. La decadencia se explica racionalmente, además de por los hechos probatorios. Toda estructura social está integrada por múltiples sectores interdependientes, cuyo funcionamiento conjunto sólo es posible si actúan coherentemente. Ahora bien, a lo largo de su historia los diversos componentes de un sistema van evolucionando de modo distinto, con tendencias discordantes y a diferente velocidad. Para referirme a España y sólo a los sectores más importantes, la Iglesia se ha quedado estancada en el siglo XVI, cada vez más retrasada de la evolución social; la Economía capitalista sigue interpretando la realidad con la entronización suprema del dinero y del beneficio, consagrada en el siglo XVIII hasta el punto de ofrecerla como cimiento de toda la vida social; y la Política democrática, generalizada en su forma parlamentaria a lo largo del siglo XIX, se encuentra hoy desvirtuada, entre otros factores, por el monopolio mediático y las técnicas creadoras de opinión en manos de las oligarquías dominantes. Sólo la Ciencia está a la altura del siglo XXI y avanza aceleradamente, dejando atrás el pensamiento común y los usos sociales, con dificultades para adaptar la mentalidad colectiva a los nuevos adelantos. El resultado es la distorsión de todos esos aspectos y su anacronismo mutuo, con numerosas contradicciones perturbadoras. Un ejemplo flagrante es el siguiente: disponiendo hoy de técnicas muy avanzadas para las comunicaciones y los transportes mundiales, el planeta está erizado de muros y barreras, fragmentado por intereses y parcialidades, y la solución de problemas globales (clima, educación, sanidad, etcétera) se quiere afrontar con criterios dispares y conflictivos.

INSOLIDARIDAD HUMANA

       La misma crisis actual ofrece un ejemplo de insolidaridad humana capaz por sí solo (si no se enmascara con disfraces y trucos nuestra toma de conciencia) de socavar gravemente la convivencia pacífica de la Humanidad: mientras que en 2008 la FAO sólo pudo conseguir menos de veinte mil millones de dólares para afrontar el hambre en el mundo, en cambio los gobiernos han sacado de dónde sea cientos de miles de millones para ayudar a los financieros, principales culpables de la crisis.

       Una observación final, provocada por las repetidas propuestas para enmendar el capitalismo: conviene recordar que eso se ha hecho ya otras veces. El capitalismo mercantil del siglo XVI no es el de la Revolución Industrial ni el financiero del siglo XX o el de la globalización. Más aún, desde la Primera Guerra Mundial dejó de dirigirlo Europa, aunque todavía Estados Unidos retrasó su entrada en la Sociedad de Naciones, a pesar de haberla promovido. Pero desde 1945 el centro occidental pasó de Europa a Washington, enfrentado con la URSS en neta polaridad. Los sucesos de 1968, no sólo en París, alarmaron tanto a los reaccionarios que montaron la intolerante defensa de los neos y ya se sabe que cuando ese prefijo precede a algo, ese algo es, desde luego, tan antiguo que necesita disimularlo. Pero la mentalidad americana no es la europea: es esencialmente pragmática y no metafísica. Le importa hacer, más que comprender; el Homo Faber más que el Homo Sapiens. Ellos mismos lo proclaman con esa reciente atribución de Estados Unidos a Marte y de Europa a Venus; imagen que quiere ser peyorativa pero que yo reivindico con orgullo. Podrían compararse también a la Roma de los juristas y el Imperio frente a la Grecia de los filósofos que aún hoy nos iluminan.

       Por cierto, el Imperio Romano, como todos, se derrumbó y sobrevino la barbarie. Convendría que lo recordasen quienes, en Washington, piensan desde el año 1989 que, sin rival enfrente, pueden disponer del mundo a su capricho, para su beneficio y que todo les está permitido, como podrían creer los aventureros europeos del siglo XVI. Pero entonces el capitalismo naciente estaba en su fase creadora. Era una cultura, como explicaba Spengler. Ahora es una civilización y ya está en su ocaso. Ya no crea apoyándose en la sabiduría sino valiéndose de la ciencia. Eso nos amenaza, al igual que en la Roma final, con la barbarie, pero ahora distinta: la tecnobarbarie. Esperemos, al menos, que no tecnifique demasiado al propio ser humano y lo destruya".