José
Luis Sampedro (prólogo al libro de Rolando Astarita “El
capitalismo roto)
Si bien este libro se centra fundamentalmente en la crisis financiera, sostengo que ésta es sólo una manifestación de la crisis global del sistema capitalista, en oposición a lo que sostienen los fundamentalistas de la fe en el mercado. La crisis no es un árbol decrépito, aislado y suprimible, en medio de un bosque sano, sino que es el mismo bosque lo que está ya agotado, y por eso mi propósito es llamar la atención sobre el bosque, afirmando que lo importante es la continua e irremisible decadencia del capitalismo como base de nuestra organización occidental.
Mi afirmación podrá parecer excesiva, pero otros la comparten desde hace tiempo. En 1918, Oswald Spengler publicó un libro de título sobradamente expresivo: La decadencia de Occidente. Siglos antes un filósofo musulmán, Aben Jaldún, había dado ya una explicación de cómo progresa y se arruina una cultura entera, como en el caso de los bereberes. Después de todo, una sociedad es un ente vivo, aunque de enorme complejidad. Y los seres vivos se extinguen por su propia descomposición si no intervienen antes fuerzas exteriores a ellos.
Volviendo a nuestro tiempo, la historia moderna autoriza mi afirmación. Basta comparar la Europa del siglo XVI con el Occidente actual. Entonces, en el nacimiento del capitalismo, en su fase creadora, Europa era un volcán de iniciativas con espíritu de aventura. Los hombres de acción se embarcaban hacia descubrimientos transoceánicos y proezas desafiantes, al mismo tiempo que el pensamiento avanzado propagaba con la imprenta nuevas ideas humanísticas, liberándose de la dominación teológica. Los europeos vivían un renacer en el que todo parecía posible. Por contraste, en los momentos actuales Occidente se repliega a la defensiva, levanta muros y barreras contra el acceso de inmigrantes y, en el país de mayor potencia militar y económica, sus habitantes atemorizados renuncian a la libertad a cambio de una seguridad, por otra parte ilusoria.
DESARROLLO INSOSTENIBLE
Si
esa prueba no convence, hay otra manera de mostrar el final del
sistema. El desarrollo económico a base de más de lo
mismo, demandado testarudamente y fomentado por los líderes
occidentales, es insostenible. En el pasado siglo la población
mundial se ha triplicado, mientras los recursos del planeta se hacen
cada vez más insuficientes para todos, máxime cuando su
explotación hasta el agotamiento se intensifica con las
agresiones a la Naturaleza.
Podría
añadir otros ejemplos pero prefiero recordar las causas
endógenas que corroen nuestra civilización. La
decadencia se explica racionalmente, además de por los hechos
probatorios. Toda estructura social está integrada por
múltiples sectores interdependientes, cuyo funcionamiento
conjunto sólo es posible si actúan coherentemente.
Ahora bien, a lo largo de su historia los diversos componentes de un
sistema van evolucionando de modo distinto, con tendencias
discordantes y a diferente velocidad. Para referirme a España
y sólo a los sectores más importantes, la Iglesia se ha
quedado estancada en el siglo XVI, cada vez más retrasada de
la evolución social; la Economía capitalista sigue
interpretando la realidad con la entronización suprema del
dinero y del beneficio, consagrada en el siglo XVIII hasta el punto
de ofrecerla como cimiento de toda la vida social; y la Política
democrática, generalizada en su forma parlamentaria a lo largo
del siglo XIX, se encuentra hoy desvirtuada, entre otros factores,
por el monopolio mediático y las técnicas creadoras de
opinión en manos de las oligarquías dominantes. Sólo
la Ciencia está a la altura del siglo XXI y avanza
aceleradamente, dejando atrás el pensamiento común y
los usos sociales, con dificultades para adaptar la mentalidad
colectiva a los nuevos adelantos. El resultado es la distorsión
de todos esos aspectos y su anacronismo mutuo, con numerosas
contradicciones perturbadoras. Un ejemplo flagrante es el siguiente:
disponiendo hoy de técnicas muy avanzadas para las
comunicaciones y los transportes mundiales, el planeta está
erizado de muros y barreras, fragmentado por intereses y
parcialidades, y la solución de problemas globales (clima,
educación, sanidad, etcétera) se quiere afrontar con
criterios dispares y conflictivos.
INSOLIDARIDAD HUMANA
La misma crisis actual ofrece un ejemplo de
insolidaridad humana capaz por sí solo (si no se enmascara con
disfraces y trucos nuestra toma de conciencia) de socavar gravemente
la convivencia pacífica de la Humanidad: mientras que en 2008
la FAO sólo pudo conseguir menos de veinte mil millones de
dólares para afrontar el hambre en el mundo, en cambio los
gobiernos han sacado de dónde sea cientos de miles de millones
para ayudar a los financieros, principales culpables de la crisis.
Una observación final, provocada por las
repetidas propuestas para enmendar el capitalismo: conviene recordar
que eso se ha hecho ya otras veces. El capitalismo mercantil del
siglo XVI no es el de la Revolución Industrial ni el
financiero del siglo XX o el de la globalización. Más
aún, desde la Primera Guerra Mundial dejó de dirigirlo
Europa, aunque todavía Estados Unidos retrasó su
entrada en la Sociedad de Naciones, a pesar de haberla promovido.
Pero desde 1945 el centro occidental pasó de Europa a
Washington, enfrentado con la URSS en neta polaridad. Los sucesos de
1968, no sólo en París, alarmaron tanto a los
reaccionarios que montaron la intolerante defensa de los neos y ya se
sabe que cuando ese prefijo precede a algo, ese algo es, desde luego,
tan antiguo que necesita disimularlo. Pero la mentalidad americana no
es la europea: es esencialmente pragmática y no metafísica.
Le importa hacer, más que comprender; el Homo Faber más
que el Homo Sapiens. Ellos mismos lo proclaman con esa reciente
atribución de Estados Unidos a Marte y de Europa a Venus;
imagen que quiere ser peyorativa pero que yo reivindico con orgullo.
Podrían compararse también a la Roma de los juristas y
el Imperio frente a la Grecia de los filósofos que aún
hoy nos iluminan.
Por cierto, el
Imperio Romano, como todos, se derrumbó y sobrevino la
barbarie. Convendría que lo recordasen quienes, en Washington,
piensan desde el año 1989 que, sin rival enfrente, pueden
disponer del mundo a su capricho, para su beneficio y que todo les
está permitido, como podrían creer los aventureros
europeos del siglo XVI. Pero entonces el capitalismo naciente estaba
en su fase creadora. Era una cultura, como explicaba Spengler. Ahora
es una civilización y ya está en su ocaso. Ya no crea
apoyándose en la sabiduría sino valiéndose de la
ciencia. Eso nos amenaza, al igual que en la Roma final, con la
barbarie, pero ahora distinta: la tecnobarbarie. Esperemos, al menos,
que no tecnifique demasiado al propio ser humano y lo destruya".
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