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Luis Vidal, 75 Años de militancia comunista

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 "Cometimos un grave error   durante la transición: Aceptar la monarquía"

Como muchos otros comunistas de su generación, Luis Vidal sintió la llamada de la lucha de clases muy joven, en los tiempos esperanzadores de la II República. Muy pronto se afilió a las Juventudes Socialistas Unificadas y defendió el régimen legítimo contra la sublevación fascista, durante los tres años de guerra. Después vendrían los campos de concentración franceses, la vuelta a territorio español clandestinamente, la tortura y la cárcel. A sus noventa años continúa conservando una sorprendente lucidez. Y se emociona cuando posa para el fotógrafo, junto al mayor de sus nietos, apretando con fuerza la enseña tricolor: “esta es mi bandera”.

Lutgarda Sampil

  “Mis reflexiones pretenden ser una aportación para el logro de la instauración de la III República”. Con estas palabras, Luis Vidal, un luchador comunista nonagenario que ha militado en el PCE desde los 16 años, nos deja claras sus intenciones al relatar su historia. “Desde entonces, ni he dejado de luchar ni he perdido la ilusión por lograr este objetivo”, añade.
Su conciencia política comienza en la infancia: “Empecé a trabajar cuando era sólo un niño. Mi madre se había quedado viuda con 34 años y una tropa de 5 hijos, más la abuela. Entonces yo tenía tres años y en España había mucha pobreza, sobre todo en la huerta. Abundaban las familias que se cargaban de hijos; hasta 12 o 14. Las mujeres carecían de formación y eran en su mayoría muy fieles a la iglesia. Cuando preguntaban al cura, que era la principal referencia, qué podían hacer para no tener más descendencia, recibían por respuesta: “mujer, los hijos vienen porque Dios lo quiere, como ocurre con todo. Hay que tener resignación. Dios premiará a los justos y obedientes como vosotros”.
 luis_vidal.jpg La Iglesia, del brazo de la derecha más rancia, imponía la moral que se debía seguir, para mantener los privilegios de las clases dominantes. Hoy también, la jerarquía de la Iglesia Católica, en alianza con el PP, continúa mostrándose muy beligerante contra los derechos de las mujeres en la sociedad y, muy particularmente, en todo lo relacionado con la sexualidad femenina.
Luis continúa su relato: “Mi madre no era de las que se resignaban. Fue una mujer muy valiente y emprendedora. Desde que murió mi padre, vestida de negro, no paró de trabajar. Para sacar a su familia adelante se colocó en una fábrica donde hacían ollas, cacerolas y demás enseres de aluminio. Además, los domingos salía conmigo al campo a vender a las huertanas los cacharros de aluminio que los almacenes le dejaban a crédito. Ella también fiaba a las campesinas para que le compraran. Como la inmensa mayoría de aquellas mujeres eran analfabetas, usaba un sistema que ahora puede parecer un tanto rudimentario, pero que entonces era muy común: partía un trozo de caña por la mitad, una parte se la quedaba la huertana y la otra, mi madre. Cada vez que le pagaban la cantidad pactada, hacia una muesca a una y otra caña. De esa manera llevaban las cuentas. Yo siempre cargaba la bolsa con las cañas donde ella apuntaba. Entonces debía de tener siete años. Recuerdo que jamás discutió con ninguna  mujer”.   
  A Luis, como a cualquier crío de su edad, le gustaba jugar al fútbol con los amigos el poco tiempo que le quedaba después de cumplir con sus obligaciones, “Como no disponíamos de dinero para comprarnos una pelota, ni siquiera de las de goma, la hacíamos con trapos. Unas veces nos salía redonda y otras, menos, pero nosotros le dábamos patadas igual. Yo no paraba de romper alpargatas, para desesperación de mi madre. En las vacaciones de la escuela, para evitar que me dedicara a destrozar el calzado, mi madre buscaba algún sitio donde emplearme. Apenas me quedaba tiempo para jugar. Empecé a trabajar en una tienda de gorras como recadero, luego en una peluquería y, más tarde, como ayudante del monaguillo de la parroquia.”

PRECOZ CONCIENCIA DE CLASE

  Tenía diez años cuando dejó de ir a la escuela para dedicarse al trabajo como una persona adulta. “Iba a unos almacenes de naranjas. La faena consistía en seleccionarlas, lavarlas y prepararlas en cajas que se exportaban al extranjero. Muy temprano, en la puerta del almacén, esperábamos un grupo numeroso de personas: hombres y niños. El encargado, con el índice de su mano, nos miraba despreciativamente y señalaba: tú, tú, tú y tú. Muchos días no me seleccionaban y volvía a casa con los bolsillos vacíos. ¡Me daba tanta rabia...! Entonces empecé a pensar y a preguntarme porqué nos trataban con ese desprecio a gente que lo único que queríamos era trabajar”. A Luis esa sensación no le ha abandonado desde entonces cada vez que ha vivido una situación de injusticia. “Mi madre consiguió encontrarme un empleo más estable cuando cumplí los trece años. Esta vez de aprendiz de mecánico de coches. Ahora el problema en casa no eran las alpargatas que rompía, sino el mono lleno de grasa. Daban igual las broncas de mi madre. Ese oficio sí que me gustaba.
Corría el año 1931, y el 14 de abril se proclamó la II República. “Todos en mi entorno vivimos ese día como un gran acontecimiento. Recuerdo la primera manifestación a la que asistí poco después: el grito de “¡libertad, libertad!” y de “¡viva la República! Me causó un efecto tan grandioso que enseguida me identifiqué con aquella bandera roja, amarilla y morada. Aquel trozo de tela y las manifestaciones populares conmovieron algo muy profundo en mí, porque sabía que representaban la posibilidad de un cambio para mejorar nuestras vidas”.
  Los avances sociales logrados por la República fueron suspendidos con el Bienio Negro que comenzó en el año 34. Y la respuesta del pueblo fue el Frente Popular, en febrero de 1936. “La gente como yo vio la necesidad de barrer en las elecciones a esa derecha que estaba dispuesta a todo para mantener sus privilegios y que incluso jugaba sucio comprando votos.  En ese periodo, y a pesar de mis pocos años, yo ya estaba muy concienciado y militaba en el sindicato UGT”.
Y llegó el 18 de julio: “Cuando estalló la guerra, lo primero que hice fue afiliarme  a las Juventudes Socialistas Unificadas y al Partido Comunista. Enseguida organicé la JSU en mi barrio y, en la primera asamblea que tuvimos, me nombraron secretario de mi agrupación, donde nos habíamos afiliado 50 personas. Pocos meses después, me alisté voluntario para ir a luchar por nuestra República. Mi primer destino fue la Base de Tanques de Archena. No tenía carnet de conducir, porque aún no había cumplido la edad exigida, pero allí mismo me examinaron y me aprobaron y pude conducir las plataformas que llevaban los tanques”.

EN LA BATALLA DEL EBRO

luis_vida_grupol.jpg  “Era navidad y hacía un frío que pelaba cuando quedé aparcado con otros vehículos y tanques en una base desde la que se iba a llevar a cabo el asalto a Teruel. Logramos nuestro objetivo, pero enseguida Franco mando refuerzos y aviones bombarderos. Apenas pudimos resistir y tuvimos que abandonar para evitar un desastre mayor. Al retirarnos, fuimos en dirección a Tarragona y esperamos hasta que se preparó el cruce del Río Ebro. Allí, en un pueblecito que se llamaba La Selva del Campo, camuflados con  los tanques y camiones en un campo de avellanos, estuvimos esperando para la intervención en el Ebro cerca de un mes. Yo iba a cumplir 19 años”.
“Llegó el momento esperado y salimos en dirección al Ebro. La noche estaba muy avanzada. Era de madrugada cuando los pontoneros terminaron de establecer el puente para pasar al otro lado del río. Lo cruzamos muy tranquilamente, porque sorprendimos durmiendo a los pocos soldados de Franco que había. Así avanzamos hasta llegar a Gandesa, donde más tarde se registrarían las mayores batallas. Ellos tomaban la Sierra de Pàndols, bombardeando masivamente por el día, y los nuestros volvían a conquistarla por la noche. Nunca olvidaré el resplandor por el estallido de las bombas de mano ni el ruido ensordecedor de las ametralladoras y la artillería. Hubo muchas bajas por una y otra parte. A mí me mandaron a Barcelona para que dejara la plataforma y volviera con la cisterna de agua. Y poco después, como los demás compañeros, tuve que volver a cruzar el Ebro. Desde entonces ya todo era retirada, pasando por Gerona hasta llegar a la frontera. Allí nos desarmaron y nos obligaron a andar horas y horas sin descanso, conducidos por gendarmes franceses. ¿Hasta donde? Nadie respondía a nuestras preguntas hasta que por fin llegamos a una playa: Se trataba de Saint Cyprien, el campo de concentración improvisado sin ninguna instalación que nos habían preparado. Para defecar había que ponerse en el borde de la playa donde llegaba el agua. Al cabo de unos días se podía ver una línea negra a lo largo de toda la orilla. Por la noche hacíamos un hoyo en la arena y, con esa protección del frío y una manta, nos echábamos a dormir. Pasó más de un mes hasta que pusieron unas mínimas instalaciones. Pero las condiciones no mejoraron mucho, porque al campo seguían llegando refugiados. Allí ya éramos demasiados”.

LA FRANCIA “DEMOCRÁTICA”

  “A un grupo nos trasladaron en camiones hasta otro campo de concentración, en otra playa. Se trataba de Barcarès. Los barracones tenían literas y a cada uno de nosotros le asignaron una cama para dormir. La playa está bien para tomar un rato el sol y refrescarte, pero no para pasarse meses en ella sin pisar suelo firme. Con frecuencia se levantaba el aire y se metía la arena en los ojos.  A más de uno se le iba la cabeza, lo que nosotros llamábamos “arenitas”.  Lo superábamos porque había entre nosotros mucha camaradería. Pasábamos el tiempo procurando echarle humor al asunto y pensando que habríamos de seguir la lucha para recuperar la libertad y nuestra Republica contra Franco, el dictador, que seguía asesinando a nuestros hermanos y hermanas que habían quedado en España”.
Desde julio de 2007, numerosas asociaciones de recuperación de la memoria histórica reclaman que se investigue sobre las desapariciones, asesinatos, torturas y exilios forzosos que tuvieron lugar en la España franquista, a partir del 18 de julio de 1936. El Tribunal Supremo, de momento, ha denegado la vía judicial para investigar dichos crímenes. También el Gobierno francés proporcionó un trato inhumano a los combatientes republicanos españoles. Relata Luis: “Cuando estando allí, a veces me preguntaba si, equivocadamente, pensaban las autoridades francesas que en los campos de concentración habían metido a los franquistas, como si hubieran sido ellos los que perdieron la guerra. Pero no, la guerra la habíamos perdido nosotros, gracias a la “no intervención” de Francia y de otras “democracias”. Durante el tiempo que estuvimos en aquella ratonera, vigilados por soldados senegaleses que tenían la orden de disparar si intentábamos escapar, nos decían por los altavoces que, quienes quisiéramos, podíamos regresar a España, porque la situación se había normalizado, y que no había nada que temer. Algunos compañeros, deseosos de salir de aquel infierno, a pesar de las advertencias de los más sagaces, lo creyeron, pero fueron detenidos nada más pasar la frontera.”
Y comienza la Segunda Guerra Mundial: “Cuando los alemanes ya habían invadido Francia, escuché por el altavoz del campo que pedían montadores de motores. Me apunté sin pensarlo mucho. Después de comprobar que era apto para llevar a cabo ese trabajo, me trasladaron, junto a otros quince camaradas, en un tren de mercancías hasta Moulins. Llegados a nuestro destino, nos llevaron a una fábrica  de ametralladoras y nos tomaron la filiación. Y, por fin, nos dejaron libres ¡Incluso íbamos a cobrar lo mismo que cualquier ciudadano francés por realizar nuestro trabajo! Pero aquello no duró mucho.  Los alemanes seguían avanzando y tuvimos que irnos precipitadamente de allí. Pasé una temporada escondido en una casa de campo, pero los gendarmes me encontraron y volvieron a llevarme a un campo de concentración”. Y prosigue Luis su relato: “Las condiciones de ese campo eran terribles. Todos los días nos daban para comer una bazofia, en un plato sobre el que flotaban algunos trozos de zanahorias. De allí me escapé con otro compañero. Cuando cruce las alambradas, me dirigí hacia Foix y, en cuanto me instalé, conseguí contactar y organizarme de nuevo con otros camaradas“.
 “De nuevo me quedé en una casa de campo con un matrimonio mayor, para ayudarles a hacer las tareas del campo. Desde allí podía organizar algunas reuniones con otros compañeros. Se estaba formando la guerrilla y me trasladé a Toulouse, donde había bastantes españoles, para incorporarme a la dirección del partido y luchar contra los fascistas.”

CLANDESTINIDAD Y PRISIÓN

  En el año 44, liberado el departamento donde Luis luchaba y viendo próximo el fin del nazismo, algunos españoles que habían peleado para liberar Francia vuelven sus ojos esperanzados a su luis_vidal_recortada.jpgpropio país asolado por el fascismo. “Pasé  la frontera junto a otros dos camaradas, con documentación falsa, el 1 de octubre. París ya había sido liberado. En el partido teníamos la idea de que había que apretar un poco para movilizar a la gente. Me instalé en Madrid, en una fonda. Pasaba allí mucho tiempo, escribiendo artículos dirigidos a los estudiantes. Tenía un maletín debajo de la cama e iba metiendo en él los papeles y las octavillas. Cuando me iba, dejaba todo en la cisterna del servicio. El día que me detuvieron, al parecer, habían matado a dos falangistas en Cuatro Caminos. Los policías iban buscando a los responsables de aquella acción como locos y entraron en la pensión donde yo me alojaba. Al oír el jaleo, apenas tuve tiempo de reaccionar, guarde los papeles en la cisterna, como siempre, y lo que no me dio tiempo entre mis testículos. Me metí en la cama y apagué la luz”.
  “La policía entró en mi habitación y me pidió que les mostrara la documentación. Todo marchaba sobre ruedas hasta que descubrieron una cuartilla que, en mi precipitación, había olvidado fuera de la maleta… Me esposaron y me condujeron a la comisaría de Buenavista,  Desde allí llamaron a Gobernación, a la Puerta del Sol. Vinieron unos funcionarios y me llevaron a los sótanos, donde estaban las celdas en las que encerraban a los presos. Los “interrogatorios” duraron tres meses. Me dieron más que a una estera en lo que ellos llamaban “la sala de los suspiros”. No delaté a ningún compañero y me hice pasar por un infeliz que esperaba a un tal Agustín (que era, en realidad, mi propio nombre de guerra). Alguno de los policías me miraba y decía: “no ves la cara de gilipollas que tiene este tío”. No sé si se cansaron, el caso es que no tuvieron más remedio que creerme”. “Después de aquello estuve siete años en la cárcel de Burgos.
Salí con 33 años. Me casé con la chica que me había apadrinado mientras estuve preso y a nuestro primer hijo le llamé Agustín, mi nombre en la clandestinidad, que me puse en homenaje a un compañero caído. He seguido luchando y militando en el PCE, pero ahora tengo que reconocer que los comunistas cometimos un grave error durante la Transición, al aceptar la monarquía. Nosotros no debimos darle el parabién al rey Juan Carlos. Todos pudimos ver en la sede de nuestro partido la bandera bicolor, la misma, pero sin el escudo fascista, que Franco estuvo utilizando durante toda la dictadura. Se colocó junto a la bandera roja del PCE. Deberíamos haber seguido reivindicando la República por la que se luchó desde la sublevación de 1936 y por la que cayeron fusilados o fueron encarcelados y torturados muchos combatientes antifascistas. Tampoco debimos votar sí a la Constitución del 78, por cuanto se trataba de dar al Rey todas las prerrogativas de Jefe de Estado. En esta democracia que hoy tenemos reina la especulación y una versión caciquil del capitalismo. Han vuelto los mismos de antes. La lucha por la República debe continuar para conseguir que se consoliden, de verdad, los derechos humanos”.