Contra la desaparición de la memoria

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Se reedita Literatura fascista española, de Julio Rodríguez  Puértolas, obra básica para entender la reconversión  del franquismo en monarquía “democrática”
  

César de Vicente Hernando

 (Extractos del epílogo a la segunda edición de Literatura fascista española, de Editorial Akal)

   En 1986 se publicó la primera edición de esta Literatura fascista española de Julio Rodríguez Puértolas en una colección, «España sin espejo», con la que la editorial Akal trataba de contestar a la famosa y oficialísima «Espejo de España» de Planeta. El 24 de junio se presentó en Madrid, en la Sociedad General de Autores de España. Alfonso Sastre, Rafael Conte y Raúl Morodo, junto al autor, participaron en el acto, que fue reseñado en casi todos los periódicos importantes que se editaban entonces. Los dos primeros, además, publicaron dos extensas reseñas del ensayo en El País Libros del 10 de julio. La de Conte valora positivamente el rescate del olvido que Rodríguez Puértolas hace con su trabajo, critica la falta de análisis literario de las obras y califica de «abuso de confianza» la denominación de fascista con la que califica a muchos autores. Sin comprender las razones de Rodríguez Puértolas, insinúa que pueda tratarse de una estrategia para «agitar el mercado».
Sastre, por su parte, se cuestiona «¿qué hace con nuestras memorias?» cuando ya la democracia liberal se ha restablecido en España. Su artículo resalta lo que quedó oculto tras lo conocido y, así, revela algunas cuestiones significativas del grado de tensión y violencia vivido en la actividad política y cultural bajo el fascismo. Literatura fascista española es reseñado en muchos otros sitios, su autor concede entrevistas por radio, participa en programas de televisión sobre la ultraderecha, dicta conferencias y, sobre todo, contesta a la avalancha de cartas al director que se publican en El País durante ese verano. Cartas de rectificación, de exigencia, de justificación, de afirmación. Hasta Máximo dibuja una viñeta satírica contra el libro en la que se muestra un edificio en cuyo frontispicio se lee «Dirección General de Revisión de Biografías y Pureza de Sangre».
Las más de dos mil páginas que tenían estos dos volúmenes (el primero dedicado a la historia propiamente, el segundo, una antología de textos) convertían a la obra en uno de los mayores estudios sobre el fascismo en España y el más exhaustivo de los dedicados a historiar la literatura escrita «al servicio, con todos los matices que se quiera, del régimen político surgido de la sublevación militar contra la Segunda República española el 18 de julio de 1936».
Incluía también a quienes antes de esa fecha formaban parte de las organizaciones que propugnaban la destrucción de la democracia y la creación de un estado autoritario, así como a quienes, después de la muerte del general Franco, el 20 de noviembre de 1975, intentaban, o regresar al viejo sistema, o simplemente manifiestan una ideología antidemocrática» (p. 9).
 historia_de_literatura_fascista_1.jpg Es importante no olvidar estos presupuestos para comprender la significación que este libro tuvo en 1986, cuatro años después del triunfo del PSOE en las elecciones generales, es decir, en el punto histórico que marca el final de la transición política y tres años después del fracasado intento de golpe de Estado.
Este primer eje sobre el que Rodríguez Puértolas piensa la literatura fascista será materia de debate y discusión en diferentes medios de prensa las semanas posteriores a la salida del libro. «Fascista» como conjunto de ideas, imágenes y representaciones sociales que afirman la dominación autoritaria, la jerarquización social y la conversión del mito en dogma político y vital en un tiempo histórico concreto en el que tales ideas, imágenes y representaciones sociales se oponen al primer intento de organización social democrática en España. Es por ello por lo que Rodríguez Puértolas insiste en precisar que «más allá de subjetivaciones, este es un libro de Historia, y también de Historia de la Literatura» (p. 10). Este segundo eje, que se define por no haber optado por escribir un ensayo de interpretación, sino por hacer un trabajo de documentación y organización de los materiales en términos escuetamente cronológicos y de género literario, va a ser también un elemento polémico.
El tema, fascismo y literatura, ya había sido planteado por Rodríguez Puértolas durante el Congreso Internacional de Hispanistas celebrado en Roma en 1981 y antes había sido esbozado en el tercer volumen de Historia social de la literatura española, publicado en 1979. En 1985 el libro ya estaba terminado.
La aparición de esta Literatura fascista española suponía (y hoy día mantiene intactos sus propósitos) la contextualización de una literatura que funcionó en su momento no sólo como literatura, es decir, como un discurso estético cuya significación se adquiere en un campo específico de producción intelectual, sino que afirmó una batalla ideológica de más de cincuenta años, esto es, una batalla por el sentido, orientado socialmente hacia la articulación (tal como lo define Ernesto Laclau) de una ideología fascista.

JIMÉNEZ LOSANTOS Y SÁNCHEZ DRAGÓ

  La lógica que organiza el estudio de Rodríguez Puértolas es una lógica que se niega a separar el texto del tiempo y el lugar social de su producción, y es precisamente este hecho el que provoca las críticas más encendidas contra el libro. Así el artículo de Emilio Romero «Una cloaca de cristal», del 30 de agosto de 1986 en Ya, ataca esta lógica proponiendo la diferenciación y autonomía del pensamiento de los escritores, dado que «nadie era parecido entre sí», y si bien católicos, monárquicos, tradicionalistas y republicanos formaron parte de la «composición» que Franco hizo, «todo esto no tenía nada que ver con el fascismo». Romero defendía en ese artículo (y lo ratificaba en las páginas del mismo periódico Gonzalo Pérez de Armiñán unos días después) a Federico Jiménez Losantos y a Fernando Sánchez Dragó, y calificaba el libro de «aportación bufa a nuestra Historia contemporánea» porque Rodríguez Puértolas los incluía en el capítulo final («Fascismo y democracia») como parte de «un grupo de intelectuales que, sin estar vinculados orgánicamente con ningún grupo político concreto, […] manifiestan en sus escritos un talante y una actitud claramente fascista, o neofascista, si bien atravesados de modernidad y desligados expresamente del régimen del general Franco y de sus actitudes más notorias». Era en 1986.
Parece obvio que Rodríguez Puértolas ha sido mejor analista de la sociedad española que Emilio Romero, puesto que en 2006, Jiménez Losantos es un intelectual orgánico del Partido Popular cuyas posiciones neofascistas son notorias. Bien es cierto que Rodríguez Puértolas no pudo prever que este grupo se hiciera aún más amplio y que incluyera, ya desde finales de los 80 y en los 90, a otros que se encontraban en otras posiciones radicalmente contrarias: Pío Moa, Gabriel Albiac o César Alonso de los Ríos, entre otros
La lógica del libro no separa el texto del acontecimiento histórico, busca no su retórica, su forma literaria o los recursos estilísticos utilizados (que podría ser otra manera de abordar el asunto), sino su mayor o menor asimilación al acontecimiento mismo, es decir, su aceptación, o no, para integrar una ideología, un conjunto de ideas, imágenes y representaciones sociales que –como se ha dicho antes– afirman la dominación autoritaria, la jerarquización social y la conversión del mito en dogma político y vital, ya sea de manera efectiva o tendencialmente. Es por ello por lo que, pese a las constantes reclamaciones de críticos que censuran en el libro de Rodríguez Puértolas una ausencia de análisis literario, la perspectiva de Historia de la literatura fascista española busca establecer causalidades entre textos e Historia. Su posición podía haber sido discutida precisamente por recurrir a la clasificación por géneros literarios o por un uso de la periodización más ligado a las etapas clásicas que a la coyuntura que afirma la historiografía materialista, pero fue discutida, sin embargo, por algo que, precisamente, no estaba en su proyecto.
   Probablemente la reseña de Jaime Torcida entendió mejor, sin decirlo, qué trataba de hacer Rodríguez Puértolas, pues advirtió en la recepción del libro que su autor había puesto «el dedo en la llaga». Podemos saber qué insinuaba con ello. Historia de la literatura fascista española entrega al lector (y ese es su gran valor) no una exculpación, como la que subyace en el libro de José Carlos Mainer Falange y literatura (1971), o una coartada, como se presenta el de Jordi Gracia, La resistencia silenciosa (2004), libros que, por otra parte, no provocaron ninguna polémica dado que no contradecían la trayectoria que algunos de los propios protagonistas habían señalado en sus memorias; no exculpación, sino un testimonio histórico difícil de encajar en las vueltas ideológicas de una transición que pretende, precisamente, hacer desaparecer la memoria.
La cultura de la transición, en tanto que pacto de silencio, no podía admitir un libro en donde se habla de cómo se destruye una república, de cómo se construye un Estado fascista, de quiénes lo construyen, de cómo se sostiene tal régimen y de por qué razones se sostuvo, así como de los beneficios que obtuvieron algunos, las posiciones sociales que alcanzaron. Literatura fascista española se convirtió en un libro incómodo y molesto, como incómodas y molestas resultan las averiguaciones e investigaciones de Sonja, la protagonista del filme de Michael Verhoeven La chica terrible, en una tranquila localidad alemana donde los nazis permanecían ocultos y todo estaba ya en orden. Contra el olvido y el silencio.

FASCISTAS BORBONIZADOS

   Literatura fascista española se comprometía no a discutir a fondo el valor de las obras (pues no era este su objeto, como se explica en las primeras páginas del estudio), sino a entregar a la cultura española los textos que la hicieron así. Más aún: el libro de Rodríguez Puértolas desvela que en la cultura de la monarquía parlamentaria del momento, muchos vivieron del fascismo y lo sostuvieron con sus escritos. A través de sus reseñas, de sus novelas, poemas y obras teatrales, de sus decisiones en política educativa, de sus apoyos económicos, y, fundamentalmente, a través de su palabra. Y por encima de todo ello, esta obra comprometía (y compromete) a quienes escribieron por y para el fascismo o los que con su obra amasaron mitologías cercanas que, con vasos comunicantes, alimentaban al fascismo y con las que se sometió a la población española durante más de treinta años.
En 1986, ¿quiénes eran Pedro Laín Entralgo o Camilo José Cela? Uno era ya un ilustre demócrata que escribía Ciencia, técnica y medicina, o trabajos políticos del nuevo tiempo como En este país. El otro volvía a La Alcarria y tras ganar el Premio Nacional de Literatura dos años antes y haber sido propuesto para el Nobel desde 1982, conseguía el Príncipe de Asturias en 1987. Algunos han escrito –Ernesto Carvajal para el ABC del 10 de mayo de 1986– que esta obra «rebobina el carrete de la historia hasta hacer traer a la orilla peces gordos enganchados en el anzuelo de sus textos»; otros discuten si uno es reo siempre de su pasado, si no es lícito cambiar de ideas; pero nadie les reclama las historia_de_literatura_fascista_2.jpgrentas que su posición de entonces les proporcionó, ni el uso que hacen ahora de esas rentas.
El trabajo que Rodríguez Puértolas publicó en 1986, hoy, veinte años después, sigue definiendo correctamente un amplio espacio ideológico que, catapultado por un gran aparato de medios de comunicación (El Mundo, Libertad digital, la COPE), de empresas (Repsol, El Corte Inglés, Telefónica, etc.) y de partidos e instituciones (Partido Popular, Fundación FAES, etc.), ha conseguido rearticular el discurso fascista clásico ocultando las huellas que lo fundaron (el falangismo, la revolución pendiente, el Estado, etc.). En buena medida, el modo de funcionar de estos libros y artículos es, justamente, declarando la culpabilidad del otro (del socialista, del anarquista, etc.). Así, en lugar de sostenerse en el discurso nacional-catolicista han potenciado los episodios de quema de conventos y de fusilamiento de sacerdotes durante el primer cuarto del siglo xx; en lugar de alabar el golpe de Estado de 1936 han preferido inventar una España caótica, sin orden y sin gobierno para justificarlo; en lugar de reafirmar la desigualdad de clase y el derecho de explotación de los empresarios y terratenientes, han demonizado las acciones de sindicatos y organizaciones sociales que «violentan» el normal funcionamiento de la sociedad.
  No hablan ya de Franco (al menos no directamente, salvo Pío Moa, claro), pero sí dicen de las medidas de un gobierno socialdemócrata que son «radicales de izquierda» o «estalinistas». En este sentido han aprendido mucho de las políticas ideológicas del gobierno de Bush y de la ya tradicional manera de funcionar de EEUU como nación líder del imperialismo global. El libro de Rodríguez Puértolas servirá hoy, sin duda, para poner a la luz el origen de estos nuevos discursos fascistas y revelar el modo de funcionamiento que hemos señalado. Servirá para levantar el suelo de lo que llaman ideología liberal (que repiten hasta la saciedad en sus programas, escritos, etc.) para encontrar el fascismo clásico; para encontrar, como escribía en uno de sus salmos el poeta Ernesto Cardenal, la sangre de los muertos por la violencia del capitalismo (en Iraq, en Palestina, en Argentina, etcétera).

LA BATALLA POR LA MEMORIA

  El fascismo adscrito al franquismo y al falangismo (el fascismo histórico) no es, desde hace años, una ideología dominante en España, sino que se ha convertido en un discurso que actúa regresivamente, disolventemente y reactivamente; es decir: a) que vuelve a los escenarios de la Historia, regresa a los signos y a los lugares, a los personajes y a los acontecimientos; interviene en la memoria histórica; coloca a los oyentes (las tres tertulias de la COPE), a los espectadores (la serie Memoria de España, producida por TVE cuando el Partido Popular estaba en el gobierno) y a los lectores (los libros de Pío Moa o César Vidal) en el lugar de la Historia. Literalmente, eliminan la Historia para poner su discurso en lugar de ella; b) que, una vez allí, disuelve, desanuda causas, desmiente razones, tergiversa argumentos, deshace lógicas, conecta acontecimientos dispares, borra escenarios, personajes; siguiendo el mismo procedimiento de manipulación y engaño que usó el fascismo en España para justificar el golpe militar del 36 y que hizo escribir en ese tiempo a Emilio Prados, un poeta nada sospechoso de ser un propagandista de Stalin: «Digan, digan ellos, digan, / muevan sus alas los cuervos, / que lo han visto mis ojos, / no ha de morir en silencio. / Yo diré lo que yo vi, / digan, digan, digan ellos»; c) para, al final, reconstruir, reconvertir, reinterpretar y revisar todo aquello; y no para un conocimiento histórico, no para saber, sino en beneficio de un nuevo (viejo y conocido, en realidad) relato de hechos, de razones, donde lejos de explicarse las cosas, se asientan en principios de aceptación y sumisión primero al discurso fascista y, más allá, a la lógica que el fascismo tenía que defender: el capitalismo.
Ya lo expuso claramente Francisco Espinosa en su intervención durante las jornadas «Historia: pensar el conflicto», organizadas por el Centro de Documentación Crítica en 2004: Pío Moa (por ejemplo) vuelve a Ricardo de la Cierva y a la Causa General de España; vuelve a las fuentes de la justificatoria fascista. Y todo ello ¿para qué? ¿Era necesario para mantener al Partido Popular en el gobierno? ¿Para qué reinventar lo que ya Ricardo de la Cierva y las fundaciones y asociaciones fascistas que funcionan en España habían inventado? Espinosa no lo explica (se limita, de hecho, a hablar de éxito mediático y apunta razones internas de la derecha española). Tampoco otros ensayistas e historiadores (como Casanova o Moradiellos) han salido de planteamientos relativos a cuestiones de ámbito nacional.
Es importante señalar, además, que la mayor parte de los que han llevado esta empresa adelante, la empresa de remontar el fascismo clásico que rastrea el libro de Rodríguez Puértolas, no son fascistas de origen, podríamos decir. Muy al contrario, eran miembros de partidos de izquierda o progresistas (Federico Jiménez Losantos o César Alonso de los Ríos), e incluso intelectuales de la extrema izquierda (como Pío Moa, miembro de los GRAPO, o Gabriel Albiac, de la izquierda comunista), que se han unido a conspicuos ultra catolicistas (como César Vidal). Y conviene no olvidar que muchos de ellos utilizaron a Azaña, en su momento, como vía de legitimación ideológica (Jiménez Losantos o José María Marco). Tampoco que han conseguido ser respaldados, directa o indirectamente, por historiadores reconocidos académicamente, como Stanley G. Payne o Fernando García de Cortázar. ¿Por qué? Los efectos en el campo de la ideología son, ciertamente, reconocibles: en buena parte de los discursos críticos (como el de esta Historia de la literatura fascista española) han sido desplazados (aunque significativamente utilizados) para poner como discursos críticos a otros que no eran sino mero oportunismo, mero espectáculo.
Esta segunda edición, titulada Historia de la literatura fascista española, interfiere adecuadamente en esta forma de prevención contra el neofascismo y nos advierte sobre los usos y las funciones que las palabras tuvieron para sostener una dictadura durante más de treinta años, tal vez con la idea de alertarnos sobre los usos y las funciones que pretenden tener hoy esas mismas palabras y otras que se han incorporado a este vocabulario de la violencia intelectual. Historia de la literatura fascista española es un libro de Historia y un ensayo contra el olvido. Ahora nos toca a nosotros hacer otra Historia. Nos toca resistirnos al ascenso de los nuevos Arturos Ui.