”El capitalismo roto. Anatomía de la
crisis económica” (La Linterna Sorda Ediciones, colección
“Todo es basura”) es la primera obra publicada en el Estado
español de Rolando Astarita –profesor de la Universidad de
Buenos Aires y antiguo trabajador de Chrysler perseguido por la
dictadura militar–, en la cual analiza la evolución del
capitalismo financiero desde septiembre de 2007 a finales de 2008,
hasta desembocar en la actual crisis económica.
Huyendo
de la jerga de los expertos, desvela que los productos financieros
lanzados al mercado bajo una terminología abstrusa o, mejor
dicho, deliberadamente confusa, han multiplicado y expandido los
riesgos hasta producir el colapso del sistema financiero, primero, y
del productivo, después, en una secuencia de acontecimientos
que, lejos de constituir una sorpresa, se inscribe en la lógica
de funcionamiento del capitalismo.
Astarita, que se inspira en el
enfoque metodológico adoptado por Carlos Marx en 'El Capital',
más eficaz para explicar lo que está sucediendo que las
banalidades ultraliberales de los profetas del mercado autorregulado,
tan ajenas al mundo en
que vivimos, no ha querido ofrecer fáciles
respuestas en las que el simplismo se encubra como falsa sencillez,
pero tampoco ha olvidado el deber pedagógico de transmitir
conocimientos e hipótesis en términos rigurosos y
asequibles.
A continuación ofrecemos un resumen del
capítulo titulado “La crisis, un pronóstico social y
cualitativo”.
A
partir del inicio de la crisis comenzaron a interactuar factores que
se potenciarán mutuamente, profundizando la recesión
hasta el punto en que puede derivar en una depresión. Es desde
este punto que puede encararse la discusión sobre un
pronóstico del desarrollo inmediato de la recesión en
marcha.
Obsérvese en primer
lugar que muchos de los supuestos sobre los que se construyen las
ecuaciones del análisis macroeconómico habitual no se
verifican una vez que estalla la crisis. Por ejemplo, hemos visto que
las tasas de interés que efectivamente rigen en los mercados
no pueden ser manejadas a voluntad por las autoridades monetarias,
debido a que dependen de las condiciones de oferta y demanda de los
flujos dinerarios en los mercados monetarios y de capitales. De la
misma manera, el multiplicador keynesiano, según el cual una
autónoma inyección del gasto genera una cadena de
gastos reactivantes de la demanda, tiende a embotarse si hay
incertidumbre, debido a las malas condiciones económicas. Los
consumidores y las empresas buscan hacerse de reservas líquidas
o bajar el nivel de endeudamiento y, en consecuencia, no se desata el
mecanismo multiplicador que generalmente se postula en los manuales
de macroeconomía.
Tampoco
la inversión tiende a responder según lo que dice la
teoría de la corriente académica dominante. Como se
recordará, usualmente se sostiene que la inversión es
función de la tasa de interés real y que siempre que
baje la segunda subirá la primera. Pero si ya en épocas
normales esa relación no se verifica, se puede decir que
durante una crisis se cumple aún en menor medida. Al llegar a
lo más hondo de la depresión las tasas de interés
generalmente se derrumban, sin que esto signifique un aumento de la
inversión si las perspectivas de la demanda no mejoran. Sin
embargo, lo más importante es que para que funcionen las
ecuaciones neoclásicas, los comportamientos de los seres
humanos deberían ser rígidamente deterministas e
iguales. Y el problema está en que –como lo había
advertido Hegel, como también lo sabía Marx– en la
historia humana no se reencuentran jamás las mismas
condiciones. Es cierto que hay leyes de movimiento del capital, pero
éstas no prescriben los comportamientos de alguna forma rígida
e inmediata, ya que el capital es históricamente determinado y
la historia no vuelve a pasar siempre por el mismo camino (D’Hont
1987).
EJERCICIOS DE ADIVINANZAS
Los
seres humanos cambian, aprenden, actúan en entornos sociales
que ellos mismos siempre están cambiando. Esto explica de
fondo el porqué las mecánicas (remarcamos, mecánicas,
no sociales) económicas de que hablan los modelos neoclásicos
no se registren en la realidad. Pero al no cumplirse esas relaciones
simples que postulan las ecuaciones macroeconómicas usuales,
los pronósticos económicos cuantitativos –tasa de
caída de la economía o del consumo– se convierten en
meros ejercicios de adivinanzas, sin sustento.
En cuanto a la teoría marxista, si bien la noción
de la crisis está en el seno de sus análisis, tampoco
tiene herramientas para adelantar pronósticos cuantitativos
precisos. Las leyes de la acumulación y la crisis no operan a
la manera de los sistemas mecánicos, como ya hemos apuntado.
En la complejidad de las interrelaciones y reacciones subyace la
naturaleza anárquica del mercado, esto es, la aguda
incertidumbre acerca de las posibilidades de realizar el valor y
valorizar el capital cuando los trabajos privados no pueden hacerse
sociales. Esa complejidad se multiplica, a su vez, debido a la
intrincada madeja que se establece, en las sociedades
capitalistas modernas, entre el sistema de crédito y la
producción. Y se potencia todavía más con la
mundialización de la economía y las interrelaciones que
se establecen entre los diferentes espacios nacionales de
acumulación. Para ver la complejidad de estas interrelaciones,
pongamos un ejemplo sencillo. Podemos decir, por ejemplo, que la
desaceleración de la economía estadounidense
repercutirá negativamente sobre las exportaciones de China y
que la caída de estas exportaciones tendrá efectos
multiplicadores negativos sobre el PNB chino. Bajarán la
producción, la inversión y el empleo en industrias
exportadoras, lo que a su vez afectará negativamente la
demanda, repercutiendo en nuevas caídas de la inversión
y el consumo. Esto, a su vez, incidirá en los balances de los
bancos que estén comprometidos en créditos otorgados a
empresas exportadoras o al consumo, lo que agudizará la
desconfianza en la economía, etc. A este escenario habría
que sumar las incógnitas sobre la reacción del
Gobierno: ¿cuántas de sus reservas utilizará
para estimular el gasto? ¿hasta qué punto respondería
la economía a esos estímulos? Por otra parte, la baja
de la economía China llevaría a la disminución
de sus importaciones, lo que a su vez tendría efectos
negativos sobre la economía de EE UU y sobre otras economías.
Las interacciones pueden continuar analizándose casi al
infinito. Pues bien, esto demuestra que para hacer un pronóstico
más o menos preciso de lo que sucederá en los próximos
años, sólo con este aspecto de la crisis, deberíamos
poder calcular hoy (principios de noviembre de 2008) cuánto
bajarán las importaciones de productos chinos de Estados
Unidos; de qué magnitud será el efecto multiplicador en
China; cuánto repercutirá a su vez en EE UU y en cada
uno de los sistemas financieros; cuánto de la baja en estos
sistemas reactuará negativamente sobre el consumo y la
inversión en cada uno de estos países, etc. Y de qué
manera afectará a los bancos y otras instituciones de crédito,
y cuánto de éste efecto actuará a su vez sobre
la inversión y el consumo en China, afectando de nuevo las
importaciones chinas y, por lo tanto, ejerciendo efecto repercusión
sobre Estados Unidos, etc. Sencillamente, nadie puede dar números
a estas interrelaciones cuantitativas, entre otras razones porque
dependen de reacciones de seres humanos que están actuando en
escenarios que cambian día a día. Sin embargo sí
es posible y necesario tener en cuenta las relaciones básicas
que se establecen en toda gran crisis capitalista y establecer un
pronóstico cualitativo. Hay una lógica, un vínculo
interno en la dinámica de la crisis, que es posible exponer en
sus ejes centrales. Veamos entonces una dinámica posible.
CAÍDA DE VENTAS, OBREROS A LA CALLE
Empezamos por la caída de las ventas en
algún sector importante, que frena la acumulación en
ese sector. Es el caso de la construcción, que comenzó
a paralizarse en EE UU en 2006. Al frenarse la producción en
un sector clave, muchos obreros van a la calle y, en consecuencia,
baja drásticamente su consumo. Las industrias que proveen
insumos al sector que se ha frenado también bajan las horas de
trabajo, de manera que vuelven a disminuir empleos e ingresos de
asalariados, impulsando más la caída de la demanda de
bienes de consumo. Estas caídas pueden ser compensadas, sin
embargo, durante un tiempo y parcialmente, por el aumento de la
demanda de otros sectores, como exportaciones, inversiones en
infraestructura o gasto público. Sin embargo, la crisis en el
sector clave arrastró a la crisis al sector bancario y
financiero; empieza a haber despidos en este sector, lo que agrava la
caída de la demanda de bienes de consumo. También baja
la compra de bienes industriales (por ejemplo, software y equipos de
informática) y la venta o alquiler de oficinas. Más
grave aún, sube el costo del crédito, afectando
negativamente a los activos financieros e iniciando el proceso de
desvalorizaciones y desapalancamientos que hemos descrito. La bolsa
de valores cae y aumenta la desconfianza. Se ensombrecen las
perspectivas de la economía en general. Los consumidores
empiezan a postergar las compras de bienes de consumo durables; las
empresas que producen estos bienes reducen primero, horas de trabajo
(se anulan horas extraordinarias, se eliminan contratados) y luego
siguen con las suspensiones, etc. También cancelan proyectos
de inversión. Lo cual provoca nuevas caídas de la
demanda y se ven afectadas otras empresas y otras ramas.
Asimismo, se reducen las importaciones. Los
países que producen estos bienes empiezan a sentir los efectos
de estas reducciones de ventas sobre su actividad económica.
El problema se agrava porque la recesión se ha desatado no
sólo en Estados Unidos, sino en el resto de los países
más poderosos, Europa y Japón. Por supuesto, la
economía de Canadá se ve también afectada en
pleno. Muchos países subdesarrollados, que vendían en
estos mercados, son afectados en pleno. Algunos habían hablado
de la desconexión –habría economías
desconectadas de la crisis, en medio de la globalización–,
pero prudentemente ya no hacen referencia al asunto. Los precios de
las materias primas fueron los primeros en caer. Por eso empeoran las
cuentas fiscales y los balances de cuentas corrientes de los países
atrasados exportadores de materias primas. Además, se acumulan
existencias sin vender y las empresas tienen muchas dificultades para
financiar estos stocks. Cientos de millones de campesinos –que
apenas sobrevivían con lotes de menos de tres o cuatro
hectáreas– caen en la miseria más absoluta.
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